CONTRATAPA

La Universidad según Rozitchner

 Por José Pablo Feinmann

Entre tantas melancolías que definen el rostro actual de la Argentina, entre tantas causas que podrían contribuir a explicar tantos fracasos no ocupa un lugar menor el destino que se le impuso a la Universidad durante los últimos años. O, para ser más precisos, durante los años que corren desde el regreso de la democracia hasta el presente, ya que si hay algo que ha entrado en un cono de desaliento en los meses que corren ha sido la esperanza del país democrático que se inauguró en 1984, esperanza que implicaba no sólo el sencillo “bienestar general” (que promete el Preámbulo del texto constitucional tan recitado por un omnipresente político en los días preambulares de la democracia) sino también el compromiso del saber con la realidad social, con su transformación, lo que requería un saber comprometido con los destinos del país, de sus habitantes, de la justicia y los derechos humanos. Un saber, en fin, que no se aislara en particularismos asépticos, en saberes aislados, en formalismos lujosos y herméticos, en saberes que remiten a sí mismos y visualizan la unión con todo tipo de totalidad que los exceda como una contaminación vulgar, irracional, totalitaria o populista.
El terror al populismo marcó a la Universidad alfonsinista, la fóbica diferenciación con todo aquello que tuviera relación con sistemas de pensamiento que habían fracasado en el pasado. La fe de los conversos es implacable, y, por haber participado muchos de los protagonistas de esa Universidad de experiencias populistas, se consagraron a aborrecerlas como quien abjura de un pasado que no desea incorporar bajo ninguna modalidad a su rostro presente. Esta actitud siguió prolijamente los sistemas de pensamiento hegemónicos en los países centrales de producción de conocimientos. Básicamente hubo una rendición no sólo incondicional sino gozosa ante las teorías de desagregación de saberes, teorías que reclamaban la insularidad del conocimiento, neokantismos como el giro lingüístico, olas “vanguardistas” que proclamaban el fin de los grandes relatos, de las ideologías (lo que implicaba, siempre, separar el conocimiento de su compromiso con la realidad social), de la historia (lo que le restaba materialidad al conocimiento) y, por fin, el ataque más torpe pero más brutal: la globalización que se presentaba para arrasar las identidades nacionales; de aquí que la Universidad haya perdido su condición de “Nacional”, ya que –para estos protagonistas– lo nacional remite a la nación, la nación al Estado y el Estado a la totalidad y el totalitarismo. Sería muy sencillo exhibir las relaciones entre estas categorías y la exaltación del capitalismo privatista, mercadista, multinacional y financiero que ha arruinado, sin más, nuestro país. Con su saber vuelto sobre sí mismo, con su rechazo de la idea de totalidad para reemplazarla por el vértigo de los particularismos (que generaron un movimiento irracionalista de particularismos absolutos que sólo se refieren a sí mismos y jamás pueden ser totalizados en una totalización congnoscitiva), con su desdén por lo social, lo político, por el “barro de la historia”, por su formalismo exasperado (“no hay más allá del texto”), por su exaltación de lo capillista, y hasta por su cholula admiración de escritores ligados a la historia oligárquica del país (Victoria Ocampo y el absolutamente glorificado Borges, quien, más allá de merecer o no la gloria, fue incorporado por esta Universidad como campeón del antipopulismo, como adalid de esa literatura-Sur que encarna junto a Victoria y Bioy, de quien muchos admiraban más su elegancia clasista que su literatura, que desconocían), esta Universidad acompañó al país en su caída sin generar un sistema de pensamiento que, comprometiéndola con la realidad, pudiera amenguar en algo el desastre.
Durante estos años hubo, sin embargo, pensadores marginales, irreverentes y, por supuesto, solitarios. León Rozitchner fue uno de losmás destacados y por eso, hoy, una serie de intelectuales que desean unir la cultura con el destino de la nación (Rozitchner habla, en efecto, de “nación”, palabra demonizada por la Universidad neoliberal) apoya su candidatura al Rectorado de la Universidad. Algunos de esos intelectuales son Osvaldo Bayer, Nicolás Rosa, Ricardo Piglia, Eduardo Grüner, Horacio González, Enrique Oteyza, Christian Ferrer, María Pía López, Rubén Dri, Jorge Panesi y muchos otros igualmente valiosos y representativos de un saber que busca contaminarse con la pestilencia de la historia antes que reposar en el sosiego de los formalismos autocomplacientes y serviles, ya que no hacer nada por transformar una realidad aborrecible no es ser indiferente, sino cómplice, algo que sabemos desde hace mucho tiempo y conviene volver a recordar.
Durante estos días circula un texto –un valioso texto– que expresa una concepción de la Universidad que comparte el pensamiento de Rozitchner con los profesores, escritores, intelectuales que lo respaldan para el rectorado. Son cinco puntos y voy a resumir sus principales temáticas.
1) “Es necesario recuperar la voz. La Universidad fue acentuando su compromiso con la lógica del neoliberalismo. Sus estamentos visibles se callaron mientras el país era destruido”. 2) “El saber debe vincularse al destino colectivo. Por eso queremos devolverle a la Universidad de Buenos Aires la denominación de nacional que le fue escamoteada. La nación, como comunidad de personas,debe ser el “objeto” fundamental del cual reciben su sentido todos los horizontes de la actividad universitaria. Queremos construir con todos sus integrantes un destino colectivo y solidario”. 3) “La Universidad es una filosofía de la relación entre saberes. La globalización científica, con su falacia de un conocimiento objetivo y neutral, acentuó la particularidad de los ámbitos especializados excluyéndolos de las relaciones que mantienen con los otros”. 4) “El objeto de la ciencia y del pensamiento es una actividad social y política en su fundamento mismo. Saber que debería unificar, en cada sujeto pensante, su conexión con la totalidad social a la que todos los saberes se refieren”. 5) “No hay conocimiento sin voluntad de transformación. A la Universidad se le ha succionado y adormecido la voluntad de transformar la realidad. Hay que preparar a la Universidad para esta nueva lucha histórica contra la barbarie disfrazada de globalización y de tecnociencia”. El texto termina con una propuesta: “Proponemos para rector de la Universidad de Buenos Aires al profesor y doctor en Filosofía León Rozitchner”. Propuesta a la que, desde estas líneas, adherimos con fervor, con alegría y con un deseo necesariamente agresivo y desafiante: que esta postulación de Rozitchner no sea, como no lo es para él, una lucha por un cargo, sino una lucha ideológica que estamos dispuestos a librar con quienes creyeron –cómodamente– que las ideas habían huido de la realidad, que los conflictos ya no existían, que la Universidad era ajena a las contradicciones de clases, a los antagonismos entre opresores y oprimidos, entre asesinos y no-asesinos, a la miseria planificada, al dolor.

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