ESPECTáCULOS › UN PROGRAMA ESPECIAL SOBRE LA HISTORIA DE JIMMY SCOTT

El hombre con voz de niña

Nació con una deficiencia hormonal que impide el desarrollo de los caracteres sexuales. Pese a eso se convirtió en un cantante de jazz de culto.

 Por Pablo Plotkin

La vida de Jimmy Scott es un cuento en blanco y negro. O acaso leyenda perdida en la pizarra de un sótano raleado de humo, donde dice Jimmy Scott canta de martes a domingos. Un tipo menospreciado por la industria discográfica, pero idolatrado por artistas como Billie Holiday, Stevie Wonder y Lou Reed. “Cuando la canción termina con la última nota de Jimmy, el mundo vuelve a ser como era. Ni tan lindo, ni tan apasionante”, escribió Reed. Ese hombre diminuto, escuálido y lampiño, que “definió el soul mucho antes de que la palabra empezara a usarse”, según definió Ray Charles, fue durante mucho tiempo –y muy a su pesar– el tesoro mejor guardado de la música estadounidense. “Quizás el cantante norteamericano más injustamente ignorado del siglo XX”, observó Joseph Hooper en la revista del New York Times. “El Pequeño Jimmy Scott”, el documental que hoy a las 20 emitirá Film & Arts, es una pieza de redención histórica y a la vez una carta de amor a esa voz increíble, que sobrevivió al menoscabo empresarial y a un extraño síndrome congénito.
James Victor Scott nació el 17 de julio de 1925 en Cleveland, Ohio, donde todavía vive. El y otro de sus nueve hermanos padecían el síndrome de Kallman, una deficiencia hormonal hereditaria que impide el desarrollo de los caracteres sexuales secundarios (barba, vello púbico) y que perpetuó el tono agudo de su voz hasta modelar su registro de contralto, es decir una voz de mujer. En ese entonces, Jimmy no tenía demasiadas precisiones. “Fuimos al hospital Lakeside y nos dijeron que teníamos ‘testículos sin descender’”, cuenta Scott. “Un médico le sugirió a mi madre usarnos como conejillos de Indias, pero ella no se lo permitió: ‘Nadie va a experimentar con mis hijos’, le contestó”. Jimmy tenía 14 años cuando un auto atropelló a su madre, que murió desangrada. Su padre era un canalla, de manera que la abuela de los diez hermanos decidió enviar a los chicos a diferentes orfanatos. En medio de sus largas temporadas de dolor, cierto día Jimmy escuchó a Judy Garland cantar “Over the Rainbow”. Se le cortó el aliento. “Se convirtió en un símbolo de esperanza, un escape de la miseria, la promesa de un amor duradero”, diría muchos años después. Mientras trabajaba de mozo en bares de Cleveland, Lionel Hampton lo descubrió y lo contrató como vocalista de su orquesta. Poco después, su interpretación de “Everybody’s Somebody’s Fool” era un hit nacional. Muchos medios supusieron que la voz era la de Irma Curry, la cantante de la banda de Hampton. Cuando no lo confundían con una mujer, la gente suponía que Jimmy era apenas un chico. Pero su nombre crecía en las madrigueras del mejor jazz. Su estilo para interpretar baladas –el fraseo, los silencios– no tenía precedentes. Cierta vez le preguntaron a Billie Holiday qué cantantes le gustaban. Sólo mencionó a uno: “Jimmy Scott”. Marginado por Savoy, la compañía que había editado sus primeros álbumes, Ray Charles lo convocó para que grabara para su sello Tangerine. De aquellas sesiones surgió el tremendo Falling in Love is Wonderfull, un LP que hubiese sido un éxito de no haber sido porque la gente de Savoy, amparada en el contrato que aún la unía a Scott, saboteó la distribución.
Así fue como durante tres décadas –a partir de 1955– el pequeño Jimmy permaneció marginado de los estudios y las luces, cantando en geriátricos, hospitales, hoteles. Su suerte empezó a cambiar en 1987, cuando el venerado blusero blanco Doc Pomus escribió una carta a Billboard –titulada “Antes que sea demasiado tarde”– en la que expresaba su profunda admiración hacia Scott y el dolor de verlo olvidado por la industria. Paradójicamente, Pomus murió poco después. Su funeral fue una ceremonia masiva en la que Jimmy cantó una estremecedora versión de “Someone to Watch Out me”. Seymour Stein, de la Warner, estaba presente y no pudo creer que ese tipito frágil con voz de ángel no hubiera grabado un disco en 30 años. Fue el principio del renacimiento (ver aparte). El documental refleja el actual estado de gracia de Scott en ciertos círculos culturales. El actor Alec Baldwin, melancólico en el asiento trasero de un auto, cuenta que lo contrató para que cantara en su casamiento. Habría querido no atender a ningún invitado, sentarse a conversar con él, que le contara su vida. Pero no podía. O el fanático Joe Pesci, asegurando que nadie canta tan lento como él sin perder el swing y confesando que cierta vez, viéndolo en vivo, creyó que moriría de tristeza sobre el escenario. Lou Reed lo define mejor que nadie: “Es como Hamlet o Macbeth hecho canción. El dolor que transmiten sus canciones es asombroso. A veces es difícil oír cantar a Jimmy Scott”.

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Jimmy Scott es una leyenda viva del mundo del jazz estadounidense.
 
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