CONTRATAPA

Una boda y muchos funerales

 Por Rodrigo Fresán

UNO No han pasado dos semanas desde la filtración del compromiso del príncipe (y su precipitado anuncio), ni una semana desde la palaciega pedida de mano (transmitida en vivo y en directo) para comprender que nos espera un largo y sinuoso camino hasta el próximo junio con boda pomposa y circunstancial y vivan los novios y larga vida a los príncipes. Así, el casamiento del que saldrán los futuros reyes españoles se ha instalado con gracia y contundencia en el siempre lleno inconsciente colectivo (ese sitio donde siempre queda algo de lugar al fondo) y todo parece indicar que permanecerá allí hasta esa radiante mañana del recién estrenado verano 2004 cuando Felipe y Letizia con Z entrarán a la Catedral de la Almudena para después pasear su alegría real o no por las calles de un Madrid que –por expresa voluntad de Juan Carlos, más vale que así sea– deberán estar arregladas y flamantes y perfectas como jamás estuvieron y, probablemente, jamás volverán a estarlo. Madrid siempre está a punto de romperse o rota o alegrándose y nadie la definió mejor que el actor Danny DeVito aquella vez que le preguntaron si le gustaba Madrid. A lo que DeVito respondió: “Me gusta mucho; pero me va a gustar mucho más una vez que encuentren el fucking tesoro que están buscando”.

DOS Los que quedaron averiados, los que no supieron encontrar el fucking tesoro de la primicia más buscada de los últimos años fueron los hombres y mujeres de la prensa rosa, los paparazzi violetas de tanto correr detrás de sus presas y los verdes adivinos cuya misión, se sabe, es nunca acertar en sus predicciones porque si estuvieran realmente capacitados para ello estarían mucho más ocupados en hacer saltar bancas de casinos y de hipódromos en lugar de estar augurando casamientos y divorcios. Nadie, absolutamente nadie, sabía nada; y los periódicos de los días siguientes al Big Bang ocuparon páginas enteras con letras e infografías detallando los métodos utilizados por guardaespaldas y guardafrentes a la hora de mantener bien escondidos a los tortolitos. Y, claro, las verdaderas víctimas del asunto son las sufridas princesas demodé en quienes tenían a Felipe como trofeo máximo y que en su nombre –o en el de algún otro príncipe– han soportado educaciones tiránicas, ritos ancestrales y se han desviado la columna a fuerza de reverencias para descubrir que, en los últimos tiempos, los nobles casaderos del Viejo Mundo acaban eligiendo plebeyas que estén fuertes por encima de frágiles y rotundas damiselas de rostros abotargados por la mala mezcla de malas sangres azules.

TRES En cualquier caso, la revelación de Letizia como futura soberana y pasada cabeza parlante en el noticiero de todas las noches ha borrado de la pantalla de la conciencia de los españoles toda otra información. De golpe, se acabó eso del zapping y el único canal posible es aquel que repite una y otra vez palabras antiguas como “enlace” y “esponsales”. Y la realidad toda parece haberse casado con Felipe y Letizia. Y lejos –casi a la altura del pronóstico meteorológico– han quedo los muertos blanqueados por la sal y el agua que se ahogaron días atrás al intentar cruzar el estrecho infranqueable que separa al tercer del primer mundo, los cadáveres para armar que vuelan por los aires de Riad o de Bagdad, las víctimas sin descanso del súbitamente confeso y serial Green River Killer y las otras esposas españolas puntualmente sacrificadas a golpes y a balazos y a kerosén y fósforo por sus maridos. Otros temas agónicos como las súbitas recuperaciones del Barça (sólo para poder volver a precipitarse todavía un poco más abajo), o la debacle zombie del PSOE, o las próximas y acaso definitorias elecciones catalanas, o el inminentefallecimiento del gorila albino Copito de Nieve han pasado a formar partes de las páginas interiores del querido diario de nuestras existencias. Porque ahora Letizia es el programa de máxima audiencia. Y así se analizó la transmisión de la pedida de mano como si se tratara de la película que filmó un tal Zapruder esa otra mañana histórica en que JFK –soberano de la Camelot norteamericana– fue depuesto sin aviso.

CUATRO Y los diagnósticos son muchos: que la chica habla demasiado y que lo hace todo el tiempo con los tics de una conductora de televisión (¡¡¡Y que llegó a interrumpir al mismísimo príncipe frente a los periodistas!!!); que usa demasiados pantalones y pocas faldas; que dejó esperando a los reyes a la hora de sacarse la foto de familia porque estaba muy entusiasmada hablando con sus ex colegas informativos; que se la nota “demasiado satisfecha consigo misma”; que resulta curioso que el príncipe se muestre más “enamorado” y que ella parezca más “protocolar”; que es encantandora y la mejor y adiós a todas sus antecesoras –la española Isabel Sartorius, la norteamericana Gigi Howard, la noruega Eva Sannum y vaya a saber uno cuántas más– que ahora han quedado en las cada vez más lejanas orillas de la historia. Los vanguardistas de estas cosas aprueban este gesto humano y moderno del príncipe mientras que los dinosaurios lamentan que se haya fijado en una vulgar mortal y susurran que “o todo o nada” y que para reinas así, mejor abdicar mientras se persignan pensando en la complicada Lady Di. Y, por supuesto, están ya los que –con tacto– comienzan a explorar el pasado de la elegida: lo que piensan sus compañeros de trabajo en España y en México, lo que piensa su ex marido profesor de literatura, lo que se piensa pero mejor no pensarlo en voz alta.

CINCO Lo que no ha impedido, por supuesto, que las firmas democráticas e intelectuales se hayan lanzado a escribir en masa sobre algo que –lo advierten siempre– no les interesa en absoluto pero, ay, cómo resistirse a una o dos columnas con coronita. Así todos tuvieron algo para decir tecleando entre los territorios limítrofes de la extrañeza, la ironía y la fascinación. Todos ellos y ellas escribieron textos que algún editor astuto debería recopilar ya en librito. Aunque lo más gracioso de todo me lo dijo Enrique Vila-Matas: “Hubiera sido fantástico que esta chica, su último viernes en Televisión Española, se hubiera despedido de la profesión dando la noticia de su próximo casamiento. Eso sí que hubiera sido moderno. Y a otra cosa”.
Eso.

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