EL MUNDO › UN VIAJE A LA REGION MAS CONFLICTIVA DE LA ECONOMIA BOLIVIANA

La coca que alimenta la insurrección

El gas fue el disparador de la rebelión que acabó con Sánchez de Lozada en Bolivia, pero su sustrato fue la guerra de la coca. Un enviado de Página/12 viajó a la región clave y cuenta aquí lo que vio.

 Por Eduardo Febbro

Luis Senas trabaja en su campo de coca con los ojos puestos en el cielo y en la tierra. Mientras sus manos curtidas arrancan con suavidad de niña las hojas de coca, Luis Senas escruta el cielo “por si en una de ésas pasan los aviones fumigadores”, dice con una sonrisa maliciosa. Pero tampoco saca los ojos de la ruta de piedras que sube por la majestuosa cordillera tropical de los Yungas, a unos 200 kilómetros de La Paz. “Por el cielo vuelan los aviones, por los caminos andan los norteamericanos disfrazados de ecologistas que vienen a espiar nuestros cultivos. Son tan vivos que hasta han aprendido a hablar aymara en sus universidades para engañarnos mejor. Si se asoman por acá los corremos a machetazos”, asegura el hombre ahora sin la más mínima sonrisa. El valle profundo de los Yungas bolivianos no es lo que era hace unos años. Donde antes había café, naranjas y papas ahora hay cultivos de coca. Son más discretos que las vastas extensiones de cultivos que pueblan la región del Chapare, pero no por ello menos importantes. De los 50.000 cocaleros que tiene Bolivia, 35.000 están en el Chapare; el resto se ha instalado en los Yungas. Don Emérito López asegura que se trata “de una mentira del gobierno, acá no hay ni en sueños 15.000 cocaleros”. La realidad, sin embargo, muestra la paulatina transformación de una región agrícola que, debido a la ausencia de mercados, a la caída de los precios internacionales y al atractivo tradicional de la coca, cambió las semillas de la tierra.
“Si acá se les llega a ocurrir seguir con esa barbaridad de la erradicación forzada de la coca, los aymaras nos vamos a levantar de nuevo. Esto va a ser peor que un borracho loco”, enfatiza Emérito López.
Los campos de coca se ven a simple vista. Están acostados en las laderas de las montañas, llenos de siluetas coloridas que recogen las hojas. Luis Senas levanta el pecho con orgullo cuando se le pregunta si ha visto a los narcos pasar por la región para comprar la hoja de coca a un precio superior al que se paga en el mercado oficial de La Paz. “Si los viese venir, los echaría a patadas, igual que a los norteamericanos. Venderles a los narcos atentaría contra nuestra dignidad de aymaras. La coca forma parte de nuestra cultura, como la Pacha Mama y la resistencia a los invasores.” Luis Senas y Emérito López mascan las eternas hojas de coca que les permiten trabajar a pleno sol, sin descanso y sin comer durante largas horas. Los cocaleros bolivianos están en guerra abierta contra la política gubernamental impulsada por Estados Unidos y cuyo objetivo es tan absurdo como inalcalzable: la “coca cero”. Para obligarlos a dejar los cultivos de coca, el gobierno propuso dos alternativas: la primera consiste en proponer siembras alternativas; la segunda es la fumigación de los campos para “matar a tierra”. Ambas son imposibles. Para los aymaras la cosa es igual que el mate, “algo que se lleva en la sangre”, dice un cultivador. Luis, Emérito, Ernestina, Lucio o Qulque, todos los cocaleros aseguran que estarían de acuerdo con cambiar sus cultivos si se les propusiera una alternativa verosímil. “Pero no hay ninguna y la coca es lo único que me permite darles de comer a mis cuatro hijos, mandarlos a estudiar, comprarles ropa y hacerles frente a las enfermedades”, explica Qulque, otro de los sembradores aymaras de la cordillera de los Yungas.
Luis Senas completa el cuadro diciendo: “Cuando el tiempo es bueno y llueve todo el año, la coca que ves acá sale cuatro veces. Cuando no llueve todo el año, es tres veces. El problema es que no existe otra planta que dé tanto. El gobierno nunca encontrará un cultivo de sustitución tan rico como éste. Nosotros hemos buscado otra alternativa, pero nunca la encontramos. Las naranjas dan una sola vez por año, la mandarina es lo mismo y el café sale más caro cultivarlo que lo que obtenemos al venderlo”.
Los cocaleros bolivianos viven en una disyuntiva sin salida. Siguiendo los consejos de Washington, el gobierno boliviano ha criminalizado los cultivos de coca y ni siquiera ha tomado en cuenta el valor cultural que la hoja de coca tiene para los aymaras. “Nos dejaron sin caminos”, dice Emérito y Lucio completa: “El gobierno nos ha cerrado las puertas por todos lados. Bien quisiéramos nosotros que existieran cultivos alternativos y que esos productos tuviesen un mercado. Pero no existe. La embajada norteamericana nos impone erradicar la coca diciendo que esto es droga”. Luis Senas, que es el “jefe” de los cocaleros de San Felipe, advierte con el machete en la mano: “Nosotros no queremos saber nada”.
Los cocaleros dicen que las cosas han cambiado, que antes sus abuelos no sabían ni leer ni escribir, pero que ahora ellos “saben cómo evitar el engaño”. Los cocaleros tienen un mercado legal y otro “paralelo”, el de los narcos que les ofrecen fortunas por las hojas. “Nosotros acá no aceptamos”, dice Qulque. En la región de los Yungas, los cocaleros producen “cinco bultos por mes”; cada bulto pesa 22 kilos y se pagan unos 70 dólares en el mercado “legal”. Los “narcos” ofrecen cuatro veces más.
La caída del régimen del presidente Sánchez de Lozada no la provocó solamente la llamada guerra del gas sino también la coca, es decir, el proyecto de coca cero. Los aymaras se levantaron contra lo que consideran “una expoliación de nuestra cultura” y están dispuestos a seguir la guerra hasta que el gobierno anule el decreto de las erradicaciones. La guerra del gas y la guerra de la coca son conflictos por la propiedad del suelo, “lo que está debajo de nuestra cultura” y están dispuestos a seguir la guerra hasta que el gobierno anule el decreto de las erradicaciones. La guerra del gas y la guerra de la coca son conflictos por la propiedad del suelo. “Lo que está debajo cultivando coca”, dice Luis Senas. “Es el pan de mis hijos y la memoria de mi pueblo”, agrega Qulque. Dueños de una hoja sagrada, los aymaras bolivianos son víctimas de la miseria de su condición y de la guerra de intereses que se despliega en torno de la coca. Ellos la usan para subsistir, los narcos para hacer fortuna y Estados Unidos para controlar los Estados de la región.

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Cocaleros bolivianos en una manifestación por sus derechos en los días revolucionarios.
 
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