CONTRATAPA

Homo Prehistórico

 Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO Ahí está, en aire de la pantalla: el vuelo de un pterodáctilo aquí y ahora, directamente desde Ohio a YouTube. Y, claro, todo el asunto no demorará en ser desenmascarado y celebrado como broma informática sin nada del misterio que en su momento revelaron esas fotos de Nessie o ese paseo de Big Foot. Link y circo y a hacer tiempo hasta que el Mr. Apple de turno vuelva a subirse al escenario para ordenar con una sonrisa que ya es hora de volver a cambiar el reloj o el teléfono o la tableta. Pero Rodríguez no puede dejar de maravillarse por la permanencia de lo prehistórico en esta supuesta poshistoria. El que un película mediocre y repetida (una falsificación oficial) como la reciente Jurassic World haya sido un éxito planetario no hace más que confirmarle a Rodríguez que al ser humano pocas cosas le gustan más que dar marcha atrás hacia el principio de todo, cuando casi nada estaba hecho y todo estaba por deshacerse.

Y sí: aunque no dejen de publicarse actualizaciones acerca de ese meteoro que se estrelló en el Golfo de México y los hizo historia, está claro que los dinosaurios no van a desaparecer. Nunca jamás.

DOS De ahí –piensa Rodríguez– el curioso minué periodístico en los periódicos de hoy en los que, día a día, junto a una noticia de avanzada tecnológica se ubique otra que se adentra en cuevas y en excavaciones. ¿Hay alguien ahí que pueda resistirse a titulares como “Las herramientas de piedra más antiguas no son humanas” o “Descubren dos dinosaurios con el estómago lleno de dinosaurios”? ¿Sí? Bueno, Rodríguez no puede. Y así sigue desde fuera de la pista al fósil bailando con el chip. La historia de siempre empezar y la constante reescritura de la génesis del génesis recomenzando con un Hay una vez otra vez siempre en los huesos. En ese hueso que –la cosa es así hasta que, falta menos, a alguien se le ocurra reemplazarlo por iPhone para próximo spot– es arrojado al aire por un antropoide de hombre y ahí arriba se convierte en nava espacial comandada por homo sapiens y, al volver al suelo de la tierra, es otra vez un hueso.

TRES Y en las noches de insomnio, Rodríguez hace cálculos acerca de cuánto tiempo falta para que se encuentre una pintura rupestre donde se vea a una figura humana sosteniendo un palo (que no es una lanza) con una piedra rectangular en su extremo y posando de espaldas a un paisaje pétreo de bisontes. El primer selfie, sí. Y Rodríguez cuenta huesos y escucha lo que los huesos le cuentan, como si fuese un oficial de CSI Altamira. Lo más importante parece ser el hallazgo del flamante e inmemorial Homo naledi en una caverna sudafricana llamada Rising Star. Otra vez, la ilusión del eslabón perdido. Y, por supuesto, ya algunos cuestionan la revolución evolutiva que esto implica. Pero eso no es todo. Días antes, el desenterramiento de una suerte de ampliación colosal megalítica de Stonehenge. Y los restos de esa mujer de 19.000 años, pintada de rojo, en Cantabria. Y los de un niño de 55.000 años cerca de Sitges, en Garraf, al lado de ese chiringuito al que Rodríguez y los suyos van a devorar paella en otoño y primavera. Y lo del Hombre de Altamura (no confundir con Altamira; que se abre y se cierra y se duplica) en Italia. Y lo de que los de Atapuerca eran más corpulentos que los neandertales pero con el cerebro más pequeño (suele ocurrir) y muy entregados a erigir raros peinados nuevos en sus cabezas. Y lo de que el tiranosaurio no siempre fue tamaño XL. Y lo de que la primera flor –la Montsechia vidalli, fósil de 130 millones de años– abrió sus pétalos en lo que hoy es España. Y ese cráneo aparecido en Israel que podría clarificar cómo se cruzaron neandertales y sapiens para que la fiesta continúe. Y Rodríguez no puede sino preguntarse de qué extraña cruza cromosomática proviene el actual candidato del partido socialista a las inminentes elecciones catalanas. Un exótico payasín-rebotín que no deja de bailar el “Don’t Stop Me Now” de Queen en cuanto mitín le pongan por delante y, ah, los pronósticos no auguran que el próximo domingo vaya a danzar “We Are the Champions” sino, más bien, “Another One Bites the Dust”. Pero, sin dudas, la gran retro-noticia del presente (y próxima a generar nuevas fracturas craneales en la tribu) es la de que los vascos, como pueblo cuyos orígenes se pierden en las sombras del tiempo, no son tan antiguos como se pensaba. Sus supuestos hasta ahora 7000 años de añejamiento como argumento para crear un estado independiente de y a todo lo ibérico han sido rebajados a 5000 por los especialistas y con ello –horror de horrores– parece haber expirado, también, el misterio de sus orígenes. Un análisis genético los convierte en sencillos descendientes de agricultores de Burgos y Barcelona. Y Rodríguez, se duerme pensando si Rajoy, para antes del 27, no tendrá reservado fémur en la manga que demuestre que los catalanes descienden de los manchegos. Mientras tanto y entre sueños, ahí fuera, aquí y ahora, en Tordesillas, un puñado de salvajes persiguen a un toro para lancearlo. Toro de la Vega se llama el asunto. Fiesta de interés turístico y tradición cultural, dicen, españoles, ibéricos, trogloditas.

CUATRO Ya entre sueños, Rodríguez flota hasta un sitio al que seguramente nunca irá pero le gustaría conocer más allá de Google Earth. El Neanderthal Museum en Mettmann, Alemania; tierra que se dispone (o no) a recibir a una nueva gran migración mientras, dicen, la sexta gran extinción está en marcha, el ritmo de la desaparición de especies ha aumentado cien veces desde el siglo XX y una de cada seis se evaporará cortesía del cambio climático. Ahora, enseguida, las alambradas como nuevo Muro y el fin de la idea de Europa. Regreso a la Edad de (Cara de) Piedra. En las afueras del museo hay estatuas de primitivos vestidos de modernos. Y lo cierto es que los especímenes no son muy diferentes a algún jugador de fútbol de elite, a líder neonazi griego, action-hero de película, a personaje de novela de Martin Amis, o a aquel busto de Lionel Richie en el video de “Hello” con el que Rodríguez sigue teniendo pesadillas después de tanto tiempo. En su sueño, Rodríguez pasea por allí, mira todo, y de pronto se le ocurre una idea para contentar a darwinianos y creacionistas: el hombre desciende del mono, sí; pero el mono no es otra cosa que un boceto previo y no del todo a su imagen y semejanza que a Dios le cayó gracioso y decidió no arrojar al cubo cósmico de sus poluciones celestiales. Así, pasado y presente conviven y se miran desde sus respectivas jaulas, unas más grandes que otras. El sueño sigue con Rodríguez despertándose de su sueño en otro sueño (una app onírica) y comentándoles su sueño en las oficias de Tangoz a los publicitarios argentinos y mellizos Nene y Bebe Fagliacce-Stein. Estos, de inmediato, registran la teoría a su nombre y se hacen multimillonarios luego de licitarla al History Channel, a Steven Spielberg y al papa Francisco presto a perdonar a todos los que aseguraron que Adán y Eva no podían lucir tan Calvin Klein. Ahí, entonces, Rodríguez se despierta llorando, preguntándose de dónde viene. A dónde va no se lo pregunta; porque eso lo tiene muy claro: a seguir picando piedras hasta que su cuerpo sea huesos y, si hay suerte, alguien los encuentre y los bautice y larga vida/muerte al Homo Rodríguez.

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