CONTRATAPA

Niños, niños

 Por Juan Gelman

El escándalo de las ventas clandestinas de petróleo iraquí bajo Saddam Hussein y los presuntos sobornos a altos funcionarios de las Naciones Unidas y aun a grandes empresas como Siemens en el marco del programa “Petróleo por alimentos” que estableció el Consejo de Seguridad de la ONU en 1996 y se extendió hasta la ocupación norteamericana encubre otros escándalos. El primero: las sanciones que el Consejo de Seguridad impuso en 1990 al régimen autocrático de Bagdad por invadir Kuwait provocaron la muerte de más de medio millón de niños iraquíes por desnutrición y falta de atención médica adecuada. La investigadora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, María Cristina Rojas, señaló que, en razón de estas sanciones, Irak no recibió ninguna clase de asistencia internacional para su sistema de salud.

Hans von Sponeck, ex secretario general adjunto de la ONU en su calidad de coordinador de la asistencia humanitaria al país árabe, tampoco ahorra acusaciones ni cifras contundentes en su libro A differente war: The UN sanctions regime in Irak (Berghahn Books, 2006). En los años ’80, bajo Saddam Hussein, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) determinó que la tasa de mortalidad infantil de niños menores de cinco años era del 25 por mil. Durante los 13 años de aplicación de las sanciones del Consejo de Seguridad, esa tasa ascendió al 56 por mil a comienzos de los años ’90 y se duplicó con creces en el 2006, después de tres años de ocupación: llegó al 130 por mil, según cifras oficiales del Ministerio de Salud iraquí, ubicando al país en este rubro muy por debajo de la pobrísima Botswana. Cabe recordar que la Casa Blanca prometió en el 2005 reducir dicha tasa a la mitad. Claro que las promesas sólo comprometen a quienes las escuchan, decía el ex primer ministro francés Henri Queuille.

La clase de libertad y democracia que W. Bush exportó a Irak ha desembocado en una guerra civil y los cuatro años de ocupación no trajeron precisamente felicidad a los niños iraquíes. Según el Unicef, el 30 por ciento de los menores de 5 años de edad padece desnutrición aguda o crónica. Otros sufren la llamada “hambre oculta”, es decir, la falta de vitaminas y minerales básicos para su desarrollo físico, psíquico e intelectual. Hayder Hussainy, alto funcionario del Ministerio de Salud de Irak, ha declarado que alrededor de la mitad de los niños está afectada por una u otra forma de desnutrición (www.phmovement.org/en/node/317, 26-3-07). Y hay padecimientos que no se les puede medir.

La Asociación de Psicólogos de Irak (AIP, por sus siglas en inglés) dio a conocer en marzo un estudio titulado “Los efectos psicológicos de la guerra” para el cual se entrevistó a más de mil niños en las 18 provincias del país: el 92 por ciento encuentra dificultades para estudiar, sobre todo a causa del clima imperante de miedo y de inseguridad. “Lo único que tienen en la cabeza son armas, balas, muerte y miedo a la ocupación norteamericana”, manifestó Marwan Abdullah, miembro de la AIP, al semanario cairota Al Ahram. No es difícil imaginar a qué juegan esos niños. Lo difícil es imaginar qué sienten cuando van a la escuela –si van– y deben pasar por encima de cadáveres tirados en la calle. Y nadie sabe cuántos de ellos han muerto desde que comenzó la ocupación. Las marcas físicas de la guerra están perfectamente a la vista en morgues, hospitales y noticieros de televisión, pero no los traumas mentales y afectivos que provoca. Nadie cuenta las pesadillas de esos niños, sus ataques de pánico, la súbita mudez que los aqueja o la violencia que se infligen entre ellos (The Guardian, 6-2-07). Tampoco el incremento de la prostitución infantil y/o el secuestro y la servidumbre sexual de menores de 13 años para servir a los pedófilos (Red de Información Regional Integrada de la ONU, agosto del 2005). Total, son “daños colaterales” invisibles.

Se estima que el 30 por ciento de la población de Irak vive en extrema pobreza, como hoy se bautiza gentilmente a la miseria. El número de desplazados dentro y fuera del país asciende a más de cuatro millones de iraquíes (oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, 16-4-07). Faltan alimentos, agua, electricidad, porque los bombardeos estadounidenses han destruido una buena parte de esas infraestructuras. El estado del sistema de salud es pavoroso: en marzo del 2006, la ONG británica Medact declaró que 18.000 médicos, de los 34.000 que había, dejaron el país. El lunes 9 de abril, aniversario de la caída de Saddam Hussein, decenas de miles de iraquíes salieron a las calles en una manifestación que para Gordon Johndore, secretario de prensa de la Sra. Laura Bush demostraba que “Irak es ahora un lugar donde el pueblo se puede reunir y expresar sus opiniones libremente”. Sólo que las consignas coreadas por los manifestantes eran “No, no a EE.UU./ sí, sí a la libertad” o “Los ocupantes deben irse de Irak”. La proporción de iraquíes que desean librarse de guerreros “visitantes” que nunca fueron invitados ascendió del 51 por ciento en el 2005 al 65 por ciento en el 2006 y al 78 por ciento en lo que va de este año (encuesta de D3 Systems para BBC, ABC News, ARD de la TV alemana y USA Today realizada en todas las provincias de Irak del 25-2 al 5-3-07, www.np.org, 9-4-07). Pareciera que los libertados no quieren a sus libertadores.

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