CULTURA › EL DETECTIVE NEOYORQUINO CREADO
POR MUÑOZ Y SAMPAYO, EN UNA EDICION DE LUJO

Alack Sinner, nada menos que todo un hombre

Comenzó a publicarse en España la saga completa –siete volúmenes– de una de las mejores historietas contemporáneas: Alack Sinner, escrita por Carlos Sampayo y dibujada por José Muñoz, dos argentinos que se encontraron en Europa hace treinta años para inventarla, y que en eso siguen todavía.

 Por Juan Sasturain

La editorial barcelonesa Planeta-De Agostini tiene, entre sus múltiples publicaciones periódicas, toda una línea dedicada a la historieta. Y una de las mejores noticias del año es que en su colección BD Clásicos –se supone que “BD” es “bande desinée”, la denominación francesa– ha comenzado a poner en kioscos y librerías desde diciembre pasado todo Alack Sinner, la extraordinaria saga del detective neoyorquino escrita por Carlos Sampayo y dibujada por José Muñoz. Serán siete volúmenes de aparición bimestral que por primera vez permitirán leer en castellano, ordenadamente, la obra clave de dos de los historietistas argentinos más importantes y talentosos de la historia del género. Vale la pena o el gusto reconstruir circunstancias y desarrollo de un personaje memorable, en muchos aspectos único por su tratamiento gráfico y su densidad narrativa.
La publicación española, en versión “revisada y corregida por los autores”, coincidirá con los treinta años del curtido Alack. Y treinta años más o menos tenían precisamente en 1974 Muñoz y Sampayo, dos criollos impenitentes que necesitaron irse a Europa cada uno por su lado a principios de la década expulsora para conocerse allá y armar una pareja que –con las intermitencias propias de amores perdurables– dura y produce todavía.

La pareja original

Cuando se cruzaron por primera vez en Barcelona –un amigo común los entreveró– cada uno llegaba, como suele suceder, con su propia historia. El dotado José Muñoz venía de Londres y estaba en un momento clave, una bisagra de su vida y su trabajo profesional. Alumno precoz del viejo Breccia, le tocó debutar muy pibe a fines de los años cincuenta en la mítica Hora Cero dibujando historietas de guerra con guiones de Oesterheld; pero después, durante la segunda mitad de los sesenta y hasta su partida a Europa, había sobrevivido profesionalmente trabajando en equipo –con Solano López, entre otros– y haciendo rutinaria historieta “industrial” para el mercado inglés. Fue entonces cuando, como Muñoz siempre ha contado, se cruzó con el tano Hugo Pratt en Londres y el autor de Corto Maltés, que lo conocía también de pibe, lo alentó para que se jugara, que intentara algo más personal. Bah, que se dejara de joder y perder tiempo.
Por su parte, Sampayo no tenía ninguna experiencia en el campo de la historieta y desde su llegada a España en el ‘72 se ejercitaba como escritor todo terreno en la floreciente industria editorial de los últimos años del franquismo. En Buenos Aires había trabajado años como redactor en una agencia –y escrito infinidad de guiones de cine para publicidad–, pero lo suyo ya eran la literatura y el jazz, dos pasiones perdurables que ocupan su soberbia escritura hasta hoy: El lado salvaje de la vida; El año que se escapó el león; Memorias de un ladrón de discos.
Cuando decidieron intentar algo juntos, coincidieron en el policial negro. Muñoz había hecho diez años atrás, para la última etapa de Misterix y con guiones de Ray Collins –seudónimo del versátil comisario Eugenio Zappietro– el Precinto 56, una historia ambientada en una comisaría de Nueva York al estilo de las novelas de Ed McBain. El protagonista, el teniente Zero Galván, tenía la cara de Chuck Connors y fue eso lo único que Muñoz conservó a la hora de darle forma a su nuevo personaje.
Sampayo, gran lector, más allá de la popularidad que tenían por entonces los detectives de Chandler y Ross Macdonald –Philip Marlowe y Lew Archer eran modelos acabados– siempre dijo haberse apoyado más en los recuerdos del cine negro que en las novelas del género. La cuestión es que tras bautizar con una definición casi bíblica a su predestinado –A lack sinner– eligieron la sombría Nueva York para moverlo, pese a la porentonces creciente popularidad de la ambientación californiana. Demasiado sol, tal vez, para las negras historias que se avecinaban.

El personaje y la persona

Las dudas lógicas, la vacilación –incluso la autocensura de dos argentos integrales– y el desafío de meterse en territorio desconocido demoraron el trabajo: entre Mallorca, Barcelona y Brescia anduvieron con la historia durante ocho meses. Cuando finalmente terminaron la primera secuencia, El caso Webster, tenían nada menos que 23 páginas –una enormidad– y salieron a venderla. La compró la prestigiosa Alterlinus, una revista de la Milano Libri que publicaba “fumetto d’autore”, que la sacó en el número de enero del ‘75 y les pidió continuidad de producción. Ya más sueltos, El caso Filmore, la segunda entrega de 18 páginas, la liquidaron en cuatro semanas. Alack ya estaba en carrera. Y ahí empezó otra historia.
Porque lo increíble es, a la distancia, qué fueron capaces de hacer Muñoz y Sampayo en poco más de un año a partir de esa excelente serie policial: porque era eso y sólo eso en un principio; nada menos pero nada más que un policial duro. Sin embargo, ya para el tercer episodio, Viet Blues –de 38 páginas–, habían roto el molde del género y sus convenciones gráficas y narrativas, y nada, saludablemente, los detendría.
“Ahí comenzamos a poner cosas nuestras –decía Sampayo diez años después–. Y por eso el ritmo se ralenta terriblemente. Porque tenemos que aprender de nuevo, es el segundo o tercer aprendizaje. Ahí es cuando el entorno crece, pasa a primer plano. Ya no son meros ‘casos’. Alack mismo, que comienza como personaje ‘duro’, el ‘pecador’ de su nombre, se va convirtiendo en una persona que nosotros revitalizamos permanentemente. La evolución es simple: tratamos de que no nos represente biográficamente pero sí sensiblemente. Por eso se deshace paulatinamente como personaje.” Y se sumaba Muñoz: “Y hay cambios gráficos: el fondo y el contexto se vienen para adelante, empieza a aparecer gente... Alack a veces se hace a un costado y es una persona que presenta personas. Es nuestro traductor, nuestro hilo conductor”.
Pocas veces dos autores han expresado con mayor precisión y sinceridad el vínculo de ida y vuelta entre sí, y de ambos con su propia creación. Y ese proceso de autoanálisis ha seguido hasta hoy, cuando aquel proyecto inicial no sólo cristalizó en sucesivas y progresivamente más personales historias de un Sinner que cada tanto reaparece en vida y obra, sino que con Sophie y El Bar de Joe, personajes y escenarios se independizaron para contar y mostrar lo suyo en secuencias inolvidables.

El principio y lo que viene

Esta primera entrega de la serie de Planeta-De Agostini, Memorias de un detective privado, está compuesta por tres episodios. Las dos primeras historias publicadas –El caso Webster y El caso Filmore– y, antepuesta, Conversación con Joe, que es dos años posterior, y fue realizada por encargo y en un formato diferente del habitual, pero que resulta funcional porque ilumina el pasado de Alack como policía y su salida de la fuerza.
Las próximas entregas cronológicas deberán incluir la citada Viet Blues y, sucesivamente, El, cuya paciencia es infinita; La vida no es una historieta, baby –donde se incluyen los autores, deambulando por Nueva York junto a Alack–; Chispas, con la primera aparición de Sophie; Constancio y Manolo –con un soberbio trabajo de Muñoz con citas plásticas referidas al Guernica–; Ciudad oscura, en la que Sinner ya ha abandonado su oficio de detective privado y maneja un taxi, y, cerrando ese primer ciclo, las dos largas entregas de Recordando, de 1977, que reconstruyen su adolescencia y el casamiento con Gloria.
Después viene una pausa larga que se interrumpe en 1981-82 con la larguísima historia de Encuentros y reencuentros –más de cien páginas en ocho capítulos que empiezan con la muerte de Lennon–, un paneo sombrío y en el fondo esperanzado por el mundo del pasado y los afectos de Alack: el padre, Enfer y su hijita desconocida, Cheryl, etc. Y habrá que esperar otros cuatro años para que llegue Nicaragua en el ‘86 y cuatro más para ver en Billie Holiday –una notable historia de Sampayo– a un Alack muy joven todavía, ocasionalmente cerca en la última hora de Lady Day.
Las últimas dos apariciones de Sinner al final de los noventa –Historias privadas y El final del viaje– no las conocimos aún en castellano. Y se da la paradoja de que la edición original sea, desde hace años, la de Casterman en francés. Por suerte esta vez estarán los autores para retraducirse mejor. No han hecho otra cosa con su fantasía y sus sentimientos a lo largo de tres décadas.
Gracias por eso.

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Carlos Sampayo escribe, José Muñoz dibuja, y su criatura, Alack Sinner, está a la expectativa.
 
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