DEPORTES › LULA FUE HOMENAJEADO AYER POR EL PT BRASILEÑO

Presidente honorario

En los últimos 31 años no hubo tema, proyecto, casi no hubo movimiento en el PT que no pasase por él. Aun siendo presidente, Lula nunca se olvidó de sus compañeros.

 Por Eric Nepomuceno

Desde Río de Janeiro

A lo largo de los últimos 31 años, nada ni nadie en el Partido de los Trabajadores dejó de tener como referente prioritario y casi único a Luiz Inácio Lula da Silva, que ayer fue nombrado presidente honorario del PT. No había tema, no había proyecto, casi no había movimiento que no pasase por él. Durante los ocho años de su mandato presidencial nada cambió en esa relación, excepto, desde luego, que él ya no era encontrable tan fácilmente como antes. Pero aun en la presidencia, el trato con los compañeros más antiguos no sufrió casi alteraciones. En reuniones privadas, aunque congregasen a diez o doce personas, las palabrotas volaban sueltas y el trato era el mismo tuteo y, a veces, los mismos apodos de los tiempos fundadores. A la hora de las negociaciones, Lula entraba personalmente al ruedo, a veces se enfurecía como en los tiempos de las batallas sindicales, sabía imponer su autoridad presidencial de la misma forma que, antes, imponía su autoridad de dirigente sindical. Cada vez que encontraba viejos militantes hacía fiesta al saludarlos, recordaba peripecias y avatares del pasado, se divertía. No era raro, al reunirse con ministros más allegados, que discutiera los partidos del anterior fin de semana con la misma énfasis con que defendía sus determinaciones de presidente. Y, claro, trataba a casi todos por el diminutivo. Era siempre Antoninho, Gilbertinho, Luizinho, esa forma tan cálida y afectuosa de los brasileños al tratarse de manera informal.

Bueno: todo eso es pasado, un pasado que parece muy lejano, aunque haya terminado hace un escaso mes y once días. La nueva presidente, Dilma Rousseff, es todo lo contrario. Protocolar y distante, no hace distinción entre ministros y asesores con larga trayectoria en el PT y otros, de origen distinto o inclusive sin filiación partidaria alguna. No se interesa, como Lula, por oír comentarios o saber de las últimas intrigas de la corte. A Lula esas historias parecían divertidas. Para Dilma, son pura pérdida de tiempo.

Lula era flexible con sus horarios. Le encantaba escapar para almorzar en casa, léase el Palacio da Alvorada, y los fines de tarde, principios de la noche, muchas veces eran marcados por encuentros informales con viejos compañeros que trabajaban con él para algunos instantes de esparcimiento, para cambio de confidencias, para chistes callejeros. Dilma, al contrario, es de una rigidez casi absoluta con horarios, mantiene una distancia protocolar de sus interlocutores –inclusive de los que, fuera del trabajo, digamos, son viejos amigos– y detesta perder tiempo con rondas y evasiones de asunto. Para ella, todo lo que no se refiera directamente al tema tratado es no interesante.

Lula era capaz de pasar horas hablando de fútbol, viejos amigos. Dilma, que en la intimidad es muchísimo más afable de lo que aparenta en sus vestes presidenciales, habla de literatura, de música popular, de artes plásticas. Y hasta de fútbol, que le gusta pero no a punto de hacerle perder el sueño en vísperas de los partidos de su equipo. Como se ve, lo de gobierno de continuidad no implica, en ningún momento, continuidad de hábitos y costumbres. Mucho menos de estilo.

Además de personalidades muy distintas, lo que separa más claramente el estilo Dilma del estilo Lula es que uno contaba con un carisma insuperable y una historia de vida incomparable, mientras la otra venía de otra cosecha. La militancia de Lula ha sido esencialmente sindical, y más, de una determinada región brasileña, o sea, del sindicalismo de elite. Dilma vino de la militancia en organizaciones armadas. Lula pasó menos de un mes detenido, y en condiciones muy favorables. Dilma vino de tres años de cárcel y un historial de brutales torturas. Lula es hijo de la clase miserable brasileña, Dilma vino de la clase media bien acomodada.

Y, para terminar, la formación política de Lula empieza prácticamente con el PT. Y, en el PT, Dilma es del ala de los cristianos nuevos: recién ingresó en el partido en 2001, a raíz de divergencias regionales internas de su agrupación original, el Partido Demócrata Laborista (el PDT) del mítico dirigente de izquierdas Leonel Brizola. Lula es un político intuitivo, dueño de un sentido casi mágico de las cosas, una intuición insuperable. Dilma viene de una formación política más rigurosa, y lo que le falta en experiencia de las tran-sacciones del mundo político le sobra en experiencia administrativa. Sus primeros pasos e iniciativas dejaron claro de toda claridad que ser o no ser del PT cambia muy poco a la hora de tratar con la presidente Dilma. Es muy distinto de lo que fue con Lula.

En la gran fiesta de aniversario del Partido de los Trabajadores, la estrella ha sido, una vez más y como siempre, Lula. Pero más vale que nadie allí se haga ilusiones. Lula es un fenómeno quizás irrepetible, y es el presidente de honor del PT.

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Lula sopla las 31 velitas del PT mientras Dilma mira y sonríe.
Imagen: EFE
 
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