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Es la número uno del tenis gracias a un argentino

Justine Henin-Hardenne llegó a la cima teniendo como coach a Juan Carlos Rodríguez. La belga se sobrepuso a una triste historia familiar y doblegó a su compatriota Kim Clijsters, que sospecha de ella.

Por Sebastián Fest

Llevar el prodigioso revés de la belga Justine Henin-Hardenne a la cima del ranking mundial es uno de los actos de justicia más claros del tenis en esta temporada. Henin, de 21 años, es desde esta semana la mejor tenista del planeta. Y aunque los complicados cálculos matemáticos de la clasificación mundial puedan devolverle el uno a su compatriota Kim Clijsters, pocas dudas hay de que volverá y pasará mucho tiempo en esa posición, un lugar al que accedió gracias a un argentino...
“Toda mi vida soñé con ganar un Grand Slam y con ser número uno. Voy a recordar esto por siempre”, dijo emocionada el domingo tras conquistar el torneo de Zurich derrotando a la serbio-montenegrina Jelena Dokic en la final. “Estoy feliz por ella, siempre dije que si había un cambio en la cima del ranking, mi deseo era que la ocupara otra belga”, fue la reacción de Clijsters.
El revés de la campeona de Roland Garros y el US Open es perfecto, pero detrás de esa obra de arte, detrás de ese físico diminuto, de esa piel pálida y de esa sonrisa tímida, la belga esconde una historia de sufrimiento y dolor en su infancia y adolescencia.
En el 2001, antes de jugar la final de Wimbledon, recibió la noticia de la muerte de su abuelo. Pero Henin-Hardenne perdió muchas cosas antes de que el tenis la hiciera famosa. Perdió a una hermana incluso antes de nacer: Florence, de dos años y medio, fue atropellada por un auto. Perdió con doce años a su madre, Françoise, su única amiga y sostén en la familia, con la que en 1992 había estado por primera vez en Roland Garros, siguiendo la final que Monica Seles le ganó a su ídolo, Steffi Graf. “Quizás un día gane este torneo”, le dijo a su madre.
Nueve años después cumplió. “Jugué con el corazón. Se lo dedico a mi madre, que vela por mí desde el paraíso”, dijo, en una frase plena de sentimiento, al recibir el trofeo de manos del rey Alberto de Bélgica el 6 de junio en París.
Tras la muerte de su madre, su padre José asumió el control de su vida. David y Thomas, sus dos hermanos mayores, se convirtieron en sus guardianes. La relación nunca funcionó, y la jugadora, en la transición de la infancia a la adolescencia, recibió malos tratos psicológicos y físicos por parte de quien se suponía que debía cuidarla.
Henin-Hardenne penó durante unos años, hasta que, con 17, decidió tomar las riendas de su vida. Se lo dijo a su padre y a sus hermanos. La respuesta fue cerrarle la puerta en la cara y dejarla en la calle, sola y sin dinero. Ni su padre ni sus hermanos estuvieron en noviembre del 2002 en el casamiento de Justine, con Pierre-Yves Hardenne, y no porque no estuvieran invitados.
La jugadora había tenido la suerte de cruzarse, cuatro años antes, con Juan Carlos Rodríguez, un ex jugador argentino de discreto nivel que trabajaba como entrenador para la federación belga. El, que tampoco había tenido la mejor de las infancias, no sólo entendió el tenis de Justine, sino también los recovecos de su alma.
“Cuando la vi jugar por primera vez, ella tenía 13 años. Se enfrentaba en un interclubes con una jugadora de más de 20. Le ganó, por supuesto, y noté que era una jugadora diferente”, explicó Rodríguez. El argentino y su mujer austríaca, Elke, se convirtieron en un sostén vital para Henin-Hardenne, tras cortar la relación con su padre y hermanos. “Carlos es un entrenador, un amigo, como un padre, un hermano, es todo para nosotros”, dijo Justine en más de una ocasión.
Henin-Hardenne estuvo meses comiendo mal y hundida en un estado nervioso casi permanente. Durante tres meses no tocó una raqueta. “Yo le dije que dejar su casa la había transformado en ‘top-ten’ como persona y que no tardaría mucho en convertirse en ‘top-ten’ como jugadora”, relata su entrenador.
No se equivocó. En menos de dos años, Henin-Hardenne escalaba hasta la semifinal de Roland Garros –perdió con Clijsters tras una ventaja 6-2 y4-2– y la final de Wimbledon. Ya era una de las diez mejores, y entonces comenzó su rush para alcanzar la cima.
A mediados del 2002 inició un intenso trabajo físico con Pat Etcheberry, que en su momento trabajó con Pete Sampras y Jim Courier, en Tampa, sobre el Golfo de México. Se buscaba más fuerza, más fondo, más velocidad y explosión. Entre noviembre y diciembre trabajó con más intensidad que nunca. “Casi lloré por el esfuerzo, pero Pat me dijo: ‘Acordate de esto cuando sostengas el trofeo’.”
Este año sostuvo ocho, y ya van 14 en su carrera. Su racha de 22 victorias consecutivas entre julio y septiembre fue la mejor del circuito femenino en dos temporadas.
Tantos éxitos sacaron de sus casillas a Leo Clijsters, el padre de Kim, que tras el triunfo de Justine sobre su hija en la final del Abierto de los Estados Unidos dijo que sólo tomando sustancias prohibidas se puede alcanzar semejante rendimiento.
Henin-Hardenne, discreta como siempre, respondió con su revés y la cima del ranking. “Mi único doping es el trabajo” contestó en público.

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Justine Henin-Hardenne, la tenista número uno del mundo.
 
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