DEPORTES › LA HISTORIA DE OSAMA ABDUL MOHSEN, DT DE FúTBOL Y REFUGIADO

De la guerra en Siria a entrenar en España

 Por Gustavo Veiga

Una zancadilla en un partido de fútbol sería considerada infracción por el árbitro. Una zancadilla contra un refugiado indefenso que huye junto a su hijito en brazos es un delito de odio racial. El significante no cambia; sí su significado. La imagen de la agresión que recorrió el mundo en medio de una grave crisis humanitaria simbolizó también la redención para Osama Abdul Mohsen y su pequeño Zaid, de apenas siete años. La camarógrafa húngara Petra Laszlo le cruzó la pierna al refugiado sirio que huía de la policía para hacerlo caer al piso, sin vislumbrar que su aberración le daría una visibilidad enorme a la víctima. El ex director técnico del club Al-Fotuwa de la Liga de Primera División en su país ahora consiguió trabajo en Getafe, gracias al presidente del Centro Nacional de Formación de Entrenadores (Cenafe). En su caso, el drama que ya lleva cuatro años de guerra civil y casi 300 mil muertos terminó cuando escuchó una frase esperanzadora: “Ven a España”.

En su largo escape desde Deir ez Zor, al noreste de Siria, el DT había cruzado la frontera de Hungría. Hasta que esa mujer tan rubia como xenófoba lo derribó en la estampida migratoria del campo de refugiados de Roszke. Mohsen era uno más entre cuatro millones de sirios desesperados. Sin proponérselo, Laszlo, despedida de la TV por su ataque –en una nación que viró hacia la ultraderecha a ritmo alarmante–, nos hizo descubrir por una zancadilla la historia del técnico que escapaba con su niño de la presencia policial. Las imágenes tuvieron un gran impacto planetario. Y sensibilizaron tanto a Miguel Angel Galán, el presidente del Cenafe, que lo invitó a trasladarse a España.

Mohsen dirigía al equipo de Al-Fotuwa, un club de fútbol con 65 años de historia en la Liga siria. Fundado en 1950, durante su última participación en el torneo local –en la temporada 2011-2012–, finalizó en el cuarto puesto. Justo cuando empezaba la guerra civil que ya lleva más de cuatro años. Hasta la década del 70, su nombre era otro: Ghazi. Ganó dos títulos de Primera División y cuatro Copas de Siria, según las limitadas informaciones futbolísticas que hay sobre ese país que se desangra. Su historia deportiva se completa con el dato de que jugó una sola Copa de Clubes de Asia, en 1989. Pero fue eliminado en la ronda clasificatoria del torneo.

El miedo que invadía a Mohsen se transformó ahora en felicidad. Le ofrecieron casa y empleo provisorio como administrativo en el Cenafe hasta que pueda rebuscárselas en España. Está con Zaid y otro de sus hijos, Mohamed, de 18 años. En el futuro tendrá la oportunidad de hacer lo mismo que en Siria: dirigir a un equipo. Quizás en las divisiones menores del club Getafe. Pero él anhela poder reunir a toda su familia en la ciudad que le dio una inesperada acogida. Faltan su esposa y dos hijos más. “Allí la vida era carísima, no tenía trabajo ni un futuro para los míos”, comenta el sirio de su paso anterior por Turquía.

Tres imágenes del técnico recorrieron el mundo. El video donde cae derribado con el pequeño Zaid por la zancadilla de la periodista húngara Laszlo. La del equipo Al-Fotuwa formado antes de jugar un partido y donde se lo ve a un costado, de pie, junto a los futbolistas vestidos con la camiseta celeste con vivos azules del club. Debajo de él aparece Zaid, pisando la pelota mientras mira orgulloso hacia la cámara como uno más entre los jugadores que están en cuclillas. La tercera imagen se tomó en la estación Atocha, tras su llegada a Madrid por tren. Sonríe con sus dos hijos y Galán, el técnico español que le tendió la mano.

La foto con los jugadores de Al-Fotuwa la dio a conocer en su Facebook su hijo mayor Mohamed. El vivía en Turquía junto al resto de la familia y se reencontró con Mohsen en Alemania. Cuando se enteró de la agresión que habían sufrido su padre y hermano menor en Hungría, subió la imagen con un texto que dice así: “Eres un gran hombre, un hombre ambicioso que no conoce lo imposible. Has arriesgado tu vida y tu dignidad para darnos una vida digna y un futuro mejor para que continuemos con nuestra educación y ayudemos a construir una nueva Siria. Que Dios te ayude a tener la cabeza bien alta y a sentirte orgulloso. Que Dios te proteja, te dé paciencia y te acompañe”.

En Turquía, Mohsen –según su hijo Mohamed– ganaba apenas “nueve euros por día”. Las penurias que pasaba lo decidieron a viajar hacia Grecia desde la localidad costera de Bodrum. Su objetivo era tomar la ruta de los Balcanes y después de atravesar países del este europeo, llegar a Alemania. Deir ez Zor, la ciudad natal de la familia, a orillas del río Eufrates, había quedado muy atrás. Hoy es un fantasma de lo que fue. De su prosperidad antes de la guerra, del puente colgante sobre el histórico río, sólo quedan ruinas.

Este mes, 18 efectivos de las fuerzas del gobierno sirio y 23 miembros del grupo terrorista ISIS murieron en intensos combates en torno del aeropuerto militar de Deir ez Zor, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos. Las fuerzas del presidente Bashar al Assad sólo mantienen en su poder algunos barrios de la ciudad donde Mohsen era entrenador y aquel aeródromo sitiado por los jihadistas. El resto de la provincia homónima cayó en manos de estos últimos. El técnico sirio, ahora instalado en la tranquila Getafe, critica por igual a Assad y el Estado Islámico.

Con las bombas de la aviación que responde a Assad desplomándose sobre Deir ez Zor y la amenaza latente del ISIS con sus ejecuciones sumarias, los Mohsen salieron de la zona donde gobierna el califato islámico. El fútbol también se fue con ellos, porque en el país, la Liga de Primera División ya no puede jugarse en todo el territorio. Los partidos de la temporada 2013-14 se disputaron en las ciudades de Damasco y Latakia, que están bajo el control del gobierno.

El último entrenador europeo de la selección siria, el francés Claude Le Roy, duró apenas dos meses en el cargo. El comienzo de la guerra civil lo hizo desistir de continuar en su puesto. Había firmado su contrato en marzo de 2011 y se alejó en mayo de ese año. Antes había dirigido a los seleccionados de Camerún y Senegal –entre otros–, dos países más apacibles que la convulsionada Siria de la que Mohsen y su familia escaparon.

“Pudimos morir en el viaje”, contó el técnico refugiado. Es un milagro que este hombre y su pequeño Zaid estén con vida. La camarógrafa húngara, con una zancadilla, sin proponérselo hizo más visible su tragedia. El fútbol, como siempre, aportó lo suyo también. Y nos sirvió de excusa para hablar de una guerra que las potencias mundiales manejan a control remoto. Centenares de miles como Mohsen están muertos, desplazados o no serán bienvenidos como él si siguen abarrotando las fronteras europeas.

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