DEPORTES

Fuera de juego para la intolerancia en el fútbol

La aparición de las banderas con esvásticas en la tribuna de Talleres mereció el repudio generalizado, pero las sanciones correspondientes todavía no se han producido.

OPINION
Aquí en el sur como en el norte

Por Diego Bonadeo

Parece –o quizá sea realmente así y no parezca tanto– que a partir del 1º de octubre, en el estado de Florida, Estados Unidos, toda persona que intuya una amenaza en cualquier lugar público podrá utilizar armas de fuego –eufemismo por tirar a matar– contra el supuesto amenazante. O sea que, siguiendo los sabios consejos del hermano George y de su palafrenero (del hermano George) Charlton Heston, y no los de Michael Moore en la película Fahrenheit 911, el gobernador del reducto anticastrista norteamericano Jeff Bush permitirá que la decisión respecto de quien podría ser un delincuente callejero la puede tomar cualquier paseante, transeúnte, turista, automovilista, caradura o polizón que deambule o se dedique al aerobismo en Miami y alrededores.
Casi en simultaneidad con la promulgación de la ley de la selva norteamericana, y a raíz de las banderas con esvásticas que aparecieron el jueves por la noche en el partido entre Talleres y Gimnasia y Esgrima de Jujuy, el “organismo de aplicación” correspondiente de la provincia de Buenos Aires dispuso que en caso de la aparición de cualquier elemento que suponga discriminación o xenofobia en una cancha de fútbol, el referí interrumpirá el juego, la policía deberá intervenir, quitando de las tribunas esos mensajes discriminatorios o xenófobos y deteniendo a sus portadores y, solamente después, el árbitro del partido en cuestión ordenará la reanudación del juego.
A priori, la medida vernácula, la de la provincia de Buenos Aires, parece sensata. Pero hilando un poco más fino –un poco nada más–, las noticias no son buenas si la policía será la que deberá decidir si hubo o no ataque discriminatorio o xenófobo.
Es que si se toma como referencia lo sucedido en Córdoba, cuyas motivaciones –las de provocar con las esvásticas– no son todavía claras (ya que no es razonable suponer que se trataba de una provocación al equipo visitante jujeño), habrá que buscarle el revés a la trama. Uno de los elementos que se manejan en Córdoba es la posibilidad de que las esvásticas de la tribuna de Talleres hayan estado destinadas justamente a la policía cordobesa por la muerte, semanas atrás, de un hincha de Talleres en el contexto de un partido contra Belgrano.
En Florida, Yanquilandia, cualquiera podrá decidir sobre la vida y la muerte de cualquiera. En la provincia de Buenos Aires, aquí en el Cono Sur, la policía podrá decidir cuándo hay discriminación o xenofobia.
Estamos en el primer mundo. La Justicia, bien de nada.




OPINION
El folklore racista

Por Sergio Widder y Pablo Slonimsqui *
El folklore del fútbol da para todo, inclusive para justificar el antisemitismo, el racismo o la intolerancia en su más amplia acepción. La pasión y al amor a la camiseta que se ponen en juego después de cada puntapié inicial no otorgan un cheque en blanco para excusar lo inexcusable.
Sin ánimo de reflejar en estas líneas una historia de la intolerancia en el fútbol, vale la pena no obstante recordar algunos hechos: las habituales manifestaciones antisemitas cuando juega Atlanta (que tuvieron como punto culminante la lluvia de jabones, aludiendo al exterminio de millones de judíos durante el Holocausto); los dichos del ídolo máximo del fútbol argentino, Diego Maradona, quien con la intención de criticar a Pelé dijo que “todos los negros destiñen”; el ex presidente de San Lorenzo, Fernando Miele, que en referencia a una villa miseria lindera al estadio de su club dijo: “Esta gente no tendría que estar más acá; ahí habitan peruanos, bolivianos y paraguayos, gente que a veces le hace un gran daño a la sociedad”; o la denuncia contra Independiente, cuando luego de consagrarse campeón en el 2002, el festejo de los jugadores en los vestuarios incluyó insultos contra bolivianos.
Hace pocos días, el jugador argentino Leandro Desábato fue arrestado en Brasil bajo el cargo de haber proferido insultos racistas a un jugador negro, Grafite. Probablemente, más grave que el incidente en sí mismo fue la multitud de solidaridades que despertó el agresor, bajo la excusa de la presión y el roce habitual en el juego. La apelación al folklore sirvió para que el fin de semana siguiente la hinchada de Quilmes, el equipo donde juega Desábato, saliera a respaldar a su héroe con banderas donde lo reivindicaban y al mismo tiempo calificaban de “macaco” al jugador brasileño. La hinchada de River, el equipo rival, se sumó a los insultos racistas, haciendo de la discriminación una causa común que trasciende simpatías particulares.
Esta semana se sumó al listado la aparición de banderas con esvásticas en medio de la hinchada de Talleres de Córdoba. Pese al escándalo, el partido se desarrolló con total normalidad. La gente que sigue el fútbol regularmente sabe que es poco probable que semejantes banderas ingresen al estadio sin que la dirigencia o las fuerzas policiales hagan la vista gorda (o sean cómplices, en el peor de los casos).
Las manifestaciones racistas y discriminatorias que vimos en las últimas semanas en las canchas argentinas acompañan hechos similares que tienen lugar en Europa. Allí existen fuertes sanciones para los clubes, que se traducen en miles de euros en concepto de multas. En el caso argentino, el Tribunal de Disciplina de la AFA prevé en su reglamento penalidades por estos motivos.
Adicionalmente, entendemos que no hay motivo alguno para que el fútbol profesional goce de un privilegio que lo exima de cumplir con normas que son válidas para el resto de la sociedad. Los jugadores tienen que cumplir con una serie de obligaciones contractuales, como ir a entrenar, concentrar, etc., por las cuales perciben su remuneración. El cumplimiento de pautas disciplinarias para impedir las manifestaciones racistas forma parte de las obligaciones. Cuando llega el final de cada mes, la justa remuneración por la tarea realizada no se reemplaza por la retórica de la pasión y el amor a la camiseta. De manera análoga, el folklore, la presión y los ánimos caldeados no son excusa para disculpar la intolerancia.
Creemos que deben aplicarse sanciones enérgicas, que incluyan la quita de puntos y la aplicación de severas multas, de modo que en el futuro tanto los hinchas como los dirigentes piensen dos veces antes de promover, avalar o justificar este tipo de manifestaciones.

* Del Centro Simon Wiesenthal.

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