DEPORTES › PAGINA/12 EN LA EMBAJADA BRITANICA

Lástima no haber firmado

En casa del embajador británico los ingleses empezaron rogando por el empate. Los argentinos, obvio, despreciaron la oferta. Y después se arrepintieron.

Por Esteban Magnani

Cualquiera que haya vivido en Inglaterra –un becario argentino, por ejemplo– sabe que la cerveza y el fútbol son las únicas dos cosas que pueden sacarle un exabrupto a un inglés. Cada día la prensa publica la última novedad acerca de Beckham, el paradigma del futbolista mediático. “Le encanta usar mis tangas”, lo enterraba su propia esposa, Posh Spice, sin importarle que al día siguiente la hinchada contraria se haría una fiesta. “Está orgulloso de ser el sex symbol de la comunidad gay”, se leía en otro diario. O aparecía una foto de tapa con su nuevo tatuaje, peinado, ropa, hijo o lo que fuera.
Cuando uno ve a un partido de, por ejemplo, Racing, lo más probable es que algunos de los hinchas del equipo adversario anden cerca. Cuando juega la Selección es distinto: como repiten hasta el hartazgo las publicidades de distintos productos, “estamos todos en la misma vereda”. Por eso, ver un partido de la Selección en territorio inglés resultaba extraño, aunque fuese en el corazón de Palermo Chico, en la casa del embajador inglés, Robin Christopher, quien dice ser hincha de Talleres de Córdoba.
Ayer a la mañana, allí se encontraban los empleados de la embajada, unos adolescentes ingleses que estaban de visita en Buenos Aires y un grupo de ex becarios argentinos del gobierno inglés, ansiosos por el partido y curiosos, muy curiosos. No había cerveza, pero sí fútbol.
Pero no: los hinchas ingleses de ayer estaban tranquilos, casi apichonados. Un pelirrojo con pecas, con la bandera recién pintada en el rostro y envuelto en su bandera roja, reconocía estar dispuesto a firmar el empate en ese instante. “Yes”, aceptaba con una sonrisa. Nadie le prestó atención.
Argentina arrancó para matar (Batistuta más bien para asesinar). El primer “vamos”, de tono casi sobrador, dicho por un argentino, se lo llevó Zanetti después de salir cómodo entre tres. Recién a los 11 minutos, con el primer ataque inglés, otro argentino comentó en voz baja y entre dientes: “Ah, había dos equipos”. Pero Verón comenzó su interminable saga de errores, entró el tapado Sinclair para jugar de argentino. Entonces desaparecieron las sonrisas confiadas de los argentinos y aparecieron los chiflidos y pedidos de amarilla para las faltas británicas. Y los ingleses se relajaron: los que entendieron a Quique Wolff cuando dijo “el 22 de junio de 1986 fue el Día del Gol”, se rieron. Pero cuando Owen pegó su tiro en el palo, directamente se entusiasmaron (a pesar de la falta de cerveza). A esta altura hasta los mozos argentinos aplaudían la amarilla a Cole y los nervios eran patrimonio de los de celeste y blanco. Y llegó la hecatombe.
“¿Dónde penal?”, preguntó uno como buscando alguien que se animara a contestarle. Después de la repetición tuvo que callarse. El gol lo gritaron todos. Todos los ingleses, claro. El embajador ni siquiera se paró. ¿Falta de interés o diplomacia frente a sus invitados? Uno, argentino, se consolaba: “¡Qué mal que lo pateó!”.
Durante el entretiempo hubo avalancha sobre los sanguchitos, rogando por una cervecita que sirviera de excusa para poder gritar más en el segundo tiempo. Alguno miró a uno de los cockers que salía hacia el jardín y preguntó: “¿Y si le hacemos un vudú a Beckham?”.
–Hay que hacer un cambio –dijo un argentino.
–¿Quién por quién?
–Hay que sacarlo a Owen.
Los ingleses, gentiles, cambiaban de tema.
Entró Aimar y volvió el optimismo, pero después de un contraataque inglés el hincha argentino volvió pedir el cambio. Los ingleses, mientras tanto, se reían leyendo los labios de Scholes que, al mejor estilo Maradona, decía un “Fuck you” legible desde la antípoda.
Cuando entró el Piojo, uno pelirrojo miró a los argentinos con cara de “¿Y éste?”.
–Don’t worry –le contestó otro hincha de Racing. Llegó el final. Los argentinos se levantaron rápidamente listos para saludar. El embajador sonreía comprensivo. Decía: “Nos veremos en la semifinal”. O: “La revancha será la semana que viene en rugby, no se preocupen”.
–Acá vamos a ver la última sonrisa del día –se lamentó un ex becario. “El más preocupado debe ser Duhalde”, dijo otro, mientras salía a paso acelerado.
A la salida sólo quedaban unos pocos adolescentes ingleses que, además de matar un poco la melancolía inglesa, encima se llevaban una inesperada victoria inglesa.
El pelirrojo que había firmado el empate se iba hacia Libertador. Uno lo chistó. Se dio vuelta.
–Te olvidaste de despintarte la banderita de la cara.
Lástima no haber aceptado la firma.

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