DEPORTES › OMAR NARVAEZ VENCIO A ASLOUM Y RETUVO POR DECIMA VEZ LA CORONA MOSCA DE LA OMB

Un record logrado con el corazón

El chubutense se sobrepuso a su mano izquierda lesionada y, con una dosis de su talento, derrotó por puntos al francés y consiguió superar la marca que tenían Pascual Pérez y Laciar.

 Por Daniel Guiñazú

Con las hilachas de su mano izquierda resentida, pero con un corazón enorme y con retazos de su talento boxístico, Omar Narváez (50,802 kg) retuvo por décima vez su título mundial mosca de la OMB al derrotar por puntos en 12 rounds en fallo unánime al retador francés Brahim Asloum (50,550kg). La pelea tuvo lugar en el Salón Le Pallestre de Le Cannet, en las afueras de Cannes, en Francia, y con esta victoria, Narváez no sólo conservó su invicto de 24 combates sino que superó el record de nueve defensas exitosas que tenían en la categoría dos grandes del pugilismo argentino: Pascual Pérez y Santos Laciar.

No tiene sentido plantearse lo que pudo haber sucedido si Narváez hubiera subido con sus dos puños enteros al ring levantado en la Costa Azul. Deben comentarse las realidades y no las suposiciones. Y en ese plano, lo único claro es que el chubutense debió recurrir a lo mejor de sí para llevarse el triunfo. No porque Asloum lo haya exigido a fondo con su boxeo sin luces, sino porque las ventajas físicas que dio a partir de su zurda maltrecha luego de dos fracturas lo obligaron a pelear con otras armas: la solidez de su derecha en apertura, cruzada a la cabeza o en gancho a los planos bajos del francés, la agilidad de sus piernas para manejar las distancias y, sobre todo, un orgullo inextinguible. En los cuatro asaltos finales, agotado y con su izquierda inutilizada, lo único que hizo Narváez fue bailotear para mantenerse alejado de Asloum y gesticular a su rincón. Aun así se las arregló bastante bien para tenerlo a raya a su rival y aplicar los mejores impactos, apelando sólo a su derecha.

En verdad, salvo en el tercero, el séptimo y el octavo round, cuando Asloum pudo llegar al rostro de Narváez con algunas derechas rectas e izquierdas cruzadas, siempre el chubutense estuvo en posición dominante. Lo suyo fue sencillo pero efectivo: la derecha recta o en cross saliendo con frecuencia y llegando con profundidad para ganar los anticipos, las piernas ágiles para el avance, el retroceso y la salida lateral y, cada tanto, la izquierda para pellizcar y hacer diferencias. Al final de la primera vuelta, inclusive, Narváez derribó a Asloum con una zurda que pegó detrás de la oreja derecha del francés y lo desestabilizó. Todo parecía dado para un festival de boxeo y una victoria contundente. Las distancias de jerarquía entre uno y otro eran apreciables. Pero no.

Narváez no pudo sostener su tarea con continuidad. Demasiado pronto empezó a dolerle su izquierda infiltrada. Y aunque sus piernas siempre hallaban ángulos nuevos desde donde castigar al francés, sus manos se alternaban al cuerpo y a la cabeza, y con su cintura se quitaba de encima los zurdazos envenenados que le disparaban, el chubutense se fue quedado sin su llave maestra para procurar la definición. Con lo cual debió recurrir a su oficio para arribar al final sin pasar sobresaltos.

Si Asloum hubiera sido mucho más que un boxeador guapo pero limitado, si hubiera tenido otro bagaje de recursos técnicos, Narváez habría sufrido, su corona habría estado en real riesgo, y la pelea habría alcanzado el tinte dramático que jamás alcanzó. Como a Asloum le faltó todo el talento que le sobra a Narváez, nada de eso sucedió. En los doce últimos minutos de la pelea, el campeón chubutense se dedicó a conservar las ventajas amasadas round a round con esfuerzo y oficio. Todo el trabajo lo hizo su derecha, la izquierda sólo estuvo de adorno. Con eso, y con la velocidad de sus piernas para circular por todo el ring, reguló y llegó a la campanada final. Con la certeza de haber ganado. Con la convicción de que si hubiera estado entero, todo habría sido más simple y más brillante. Las tres tarjetas reconocieron la victoria con amplitud: 118-109, 117-110 y 116-111.

Es una pena que un boxeador tan completo como Narváez, más que bueno en todos los aspectos que hacen a un gran boxeador, esté dando las ventajas físicas que da. Sus últimas cuatro defensas las hizo con la mano derecha íntegra, con la izquierda hecha pedazos y aun así le alcanzó. Pero semejante talento está llegando a su límite. Tendrán que ponerse a pensar, él y su manager Osvaldo Rivero, hasta dónde vale la pena hacer tanto esfuerzo. Lo que hoy es la explicación feliz de un triunfo con ribetes de heroísmo, mañana bien puede ser la justificación triste de una derrota con atenuantes.

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Narváez esquiva la mano de Asloum. Con ese argumento ganó la pelea.
 
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