DEPORTES › OPINION

Hasta los huevos

 Por Osvaldo Bayer
Desde Alemania

Ayer, en Berlín, les anduvieron bien las cosas a los alemanes, por lo menos en fútbol. Lo paseó a Ecuador como si fuese una murga. Todos creían que Alemania iba a tirarse a menos en vistas de la próxima fase. Pero si hubo alguien que se tiró a menos fue Ecuador. Pues bien, los dos pasaron y los seguiremos viendo. Un solo jugador se destacó: fue Klose, ya con cuatro goles en el campeonato. Una especie de Varallo en el Boca del ’30. Perdón, había prometido no nombrar más a jugadores de aquellos tiempos porque ya una vez me llamaron prehistórico. Klose, bien, como el Torito Aguirre, de Rosario Central... ¿cómo, quién? ¿De nuevo prehistórico? No, no hace tanto, si yo ya era adolescente cuando el Torito hacía lo que quería con los backs, el goalkeeper y el centrohalf. Esa mezcla de inglés-argentino con que nos comunicábamos los que sabíamos de fóbal.

Bien, Klose. Los alemanes presentan un buen equipo para los octavos de final. Y están tranquilos. Por ahí han dicho que a los únicos que les tienen miedo es a los argentinos. No es para menos. Los españoles y los brasileños aflojaron un poco. Los ingleses están en veremos. De los italianos ya no se habla. Claro, lo sabemos, por ahí un taquito de pura suerte puede volver campeón al más ignorado.

Los intelectuales alemanes están en la discusión de fútbol o no fútbol, como se esperaba. El conocido investigador cultural Klaus Theweleit ha dicho rotundamente que el fútbol se ha civilizado. Y que eso viene como resultado de que Europa fue capaz de eliminar las armas de las fronteras de sus países. Pero también con la modalidad de la tarjeta roja para cada agresión con pierna alzada del costado y de frente, donde se corre el peligro de la herida. Es decir, esa protección del cuerpo da resultados. Además, eso obliga al jugador a buscar más el movimiento artístico, la filigrana, más rapidez en los movimientos, más astucia y menos patada. El fútbol se va a ir convirtiendo en un juego de sociedad, poco a poco. Ese intelectual acaba de publicar un libro titulado Gol al mundo. Fútbol como modelo de la realidad.

Sostiene Theweleit que los disfraces de los hinchas y movimientos y coros como la “ola” eliminan la agresividad, que se escapa por ademanes más pacíficos, hay más sonrisas. Se está engendrando un nuevo ritual y el único lugar donde ya sólo existen esos rituales masivos son las canchas de fútbol. Y para los jóvenes, los conciertos de rock. Los gritos, los coros sirven de salida de todo lo guardado durante la semana. No es lo mismo sentarse ante el televisor donde hay que guardar cierta conducta y contenerse, en lo posible, con las “palabrotas”, vocablo que usaba Borges.

Con respecto a los nacionalismos y el “nosotros somos nosotros”, hay que poco a poco ir eliminándolos. Tal vez en próximos campeonatos se pueda, en lugar de cantar himnos nacionales cargados de historias trágicas, entonar cada país un himno a la alegría o al deporte, para los cuales se pueden convocar a poetas y músicos de cada país.

Lo que más mancha estos acontecimientos es el aprovechamiento de la publicidad de productos. Es lamentable que los equipos nacionales se presten a sonreír ante las cámaras para vender algo del mercado. El propio Beckenbauer, una figura simpática, se presta a patear pelotas para productos de consumo. Eso, más todo lo que se presta el llamado profesionalismo de los deportistas. El mercado de venta de jugadores ya está abierto, se dice que ya hay 14 jugadores del tercer mundo comprados por los emporios del deporte del mundo vendible. Todo está acompañado del vocablo “corrupción”. Basta leer las noticias del fútbol italiano. Al parecer se han vendido hasta los arcos de las canchas. Parece la década del noventa en un país que nos atañe.

Comencé la nota diciendo que las cosas iban bien para los alemanes. Pero debo decir que a eso me llevó el deseo de no escupirles el asado, mejor dicho, las salchichas con el Sauerkraut. No, estos días han pasado cosas que han hundido en la depresión a miles de alemanes. Es que no puede ser. El tema actual más hablado, además del fútbol, es “Bruno”, un oso que anda libre por las campiñas, las montañas y los lagos alemanes. Hace ya semanas que aparece y desaparece. Todos han visto a Bruno, pero Bruno siempre desaparece. Deja huellas: se come panales de miel, algunas liebres y despanzurra varias ovejas por día. De pronto, a la noche, campesinos lo han visto de frente a apenas dos metros. Están movilizados todos los cazadores y se ha contratado a un equipo finlandés especializado en osos, con armas con disparos cuyos impactos hacen dormir al peligroso visitante. Hace tres días que lo persiguen. Y el oso no aparece, pero deja los panales de miel chupados y las ovejas descogotadas. ¡Pero cómo puede ser! ¡Eso en Alemania! Se sabe que Bruno ha transgredido las fronteras con Austria y no sólo eso, que se dio el lujo de regresar de Austria y volver a entrar en Alemania. ¿Entonces de qué sirve la gendarmería de frontera y las aduanas? Cómo está el mundo, mamá. Antes no ocurrían estas cosas, como dijeron ciudadanos de Baviera con larga experiencia de vigilancias y medidas de seguridad.

No sé si “Bruno”, así bautizado por los periodistas, seguirá amando los horizontes, pero el temor es que haga fracasar con su presencia el Mundial de fútbol o deprimir a los once jugadores locales y a sus seguidores. “Bruno, pórtese bien, Bruno.” Tal vez este mensaje trasmitido por los medios haga recapacitar al amante de la libertad que cree tal vez que está todavía en tiempo de largas siestas y corridas nocturnas. Tal vez, si le pedimos a Bruno que se duerma una larga siesta hasta el 9 de julio, día de la final, pueda volver la tranquilidad a este pueblo y que no caiga en depresiones freudianas.

Freud. No se por qué lo nombré. Pero es que hoy mi mujer me pidió que fuera a la panadería a comprar huevos duros para el desayuno con hijos y nietos. Me atendió una rozagante señora de amplia sonrisa y me empaquetó unos huevos pintados con los colores de la bandera alemana. Sorprendido, le dije: “¿Pero qué es esto, un chiste alemán?”. No, me contestó comprensiva por mi ignorancia, “es en homenaje al Mundial”. No había otros huevos. Así que tuve que llevarlos. ¿Pero quién me interpreta, por favor, esta fantasía, comer huevos con los colores de una bandera, por un campeonato de fútbol? Fantasías de la realidad humana. ¡Freud, ayúdame, que soy capaz de deprimirme!

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