DEPORTES › OPINION

Una irrompible cadena de prebendas

 Por Gustavo Veiga

La confesión de lo que sucede en River con la barra brava es toda una tesis: “Esto se fue de madre. La política de integración a veces sale bien y a veces no. Y nos la sugirió hasta la propia policía”. El argumento, lanzado con pedido de anonimato, le pertenece a un importante dirigente del club, hoy acorralado por los problemas económicos, políticos y deportivos. Y con un cierre de balance que se le viene encima; el próximo jueves 31.

La convivencia con Los Borrachos del Tablón (no declamada por impresentable), más temprano que tarde iba a tener consecuencias como las que se expresaron en los neumáticos tajeados de jugadores, cuerpo técnico y directivos. Hechos que encuentran su explicación en el clientelismo histórico de las distintas conducciones de River, desde Hugo Santilli a José María Aguilar (aquel llegó a la presidencia el 10 de diciembre de 1983). O sea, hace casi 23 años.

El 21 de noviembre de 1997, el por entonces gerente y apoderado del club, Alberto Zanotti, le enviaba una carta al juez de Lomas de Zamora, Miguel Carlos Navascues (en el marco de una investigación por el crimen de Christian Rousoulis, un hincha de Independiente asesinado por la barra brava de River), en la que exponía: “Según información producida por las áreas respectivas, no surgen de los registros del club datos de identificación relativos a las personas apodadas ‘El Diariero’, ‘Luisito’, ‘El Cordobés’ y ‘El Jefe’, como tampoco de ninguna persona llamada Diego Nakayama...”.

Todos ellos eran miembros del círculo más encumbrado de la barra y los dos primeros figuraban en los padrones del club al 31 de julio de 1997. Antes hubo otros jefes, después los siguieron quienes ahora son conocidos como “Los patovicas” y vendrán más a reemplazar a éstos si todo sigue igual. La cadena de prebendas es irrompible, aunque se modifiquen los nombres de los beneficiarios. Muchos son socios con carnet y River hoy está en condiciones de aportar sus datos más indispensables. No es necesario esperar a que haya otra muerte para desarticular el estrecho vínculo entre dirigentes y barras, inducido por la policía y, en ocasiones, bendecido por sus jefes políticos desde un ministerio.

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