REPORTAJES › MAXIMO BADARO, ANTROPOLOGO

“En el Colegio Militar no oí nada que no haya oído afuera”

Para su tesis para la Escuela de Ciencias Sociales de París, Badaró se mezcló con los cadetes del Colegio Militar. Fue a sus clases y hasta participó de maniobras militares. Desde adentro, analizó los cambios que viene teniendo la instrucción de los futuros militares.

 Por Werner Pertot

“La memoria militar se construyó en espejo a lo que hacían los organismos de derechos humanos”, asegura el antropólogo Máximo Badaró, investigador del Idaes-Unsam y coordinador del núcleo memoria del IDES que, entre 2002 y 2004, hizo un viaje al centro de la educación castrense: el Colegio Militar de la Nación. Badaró se mezcló entre los cadetes para sus tesis en la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París. Fue a sus clases, participó de las maniobras militares, donde incluso se tiró con paracaídas. “La institución militar no tiende a ser investigada, salvo cuando se considera que representa un peligro para la democracia. Por eso me interesó trabajar este tema”, explica Badaró, que a través de su trabajo obtuvo una visión única del mundo militar desde adentro: de los cambios que produjo el caso Carrasco, de la inserción de las mujeres y del discurso de los cadetes sobre “la lucha contra la subversión”.

–¿Qué cambios observó en el Colegio Militar?

–Hubo cambios, pero hay una cuestión que se reproduce constantemente: la dificultad de pensar al militar como un ciudadano, sujeto a deberes, obligaciones y responsabilidades. Uno hace militares con civiles. No se puede tener militares democráticos en una sociedad que no termina de tener valores democráticos. ¿Qué es un militar democrático? Se tiende a definirlos por la negativa, por lo que no queremos que hagan, pero los cambios no les dieron un nuevo lenguaje que les permitan pensarse como militares y ciudadanos. Esa es una tarea política de los gobiernos civiles: proveerles los recursos simbólicos para pensarse como iguales.

–En ese sentido, la anulación del Código de Justicia Militar que propone el Gobierno apunta a igualarlos.

–Sí, pero más allá de que existe una justicia diferente, lo que no se pudo hacer es cambiarlo en el plano de las representaciones y de las prácticas. Con lo que trabajé es con la idea de secularización de la profesión militar. El Ejército está atravesando este proceso y se manifiesta en la socialización de los cadetes del Colegio Militar.

–¿Cómo influye la formación académica?

–A partir de 1997, incorporaron un núcleo universitario y el lenguaje del management. Comienzan a asociar al superior como el jefe de la empresa. Hablan de “liderazgo” y no de “mando”. Pero estos lenguajes no permiten modificar la dificultad de pensar al militar como un ciudadano. Las licenciaturas también suponen una idea de igualarlo con las universidades civiles. En este sentido aparece en su discurso un peligro de contaminación con el mundo civil. Aquí empiezan a hacer una distinción entre el mundo del aula (donde se hace las actividades universitarias) y el terreno (la pista de desfiles, el campo de combate), que es el terreno propiamente militar. Las actividades del aula van a cargar con un estigma.

–¿En la formación incide más lo que leen o las prácticas en el terreno?

–El terreno. La formación militar está ligada a los procesos de imitación. Por ejemplo, en un reglamento explican cuántos centímetros tiene que sobresalir la camisa por encima del uniforme. Nadie agarra una regla, sino que todo se transmite en la práctica. Aparece esta idea de (el sociólogo Pierre) Bourdieu de los “saberes prácticos” para moverse en tanto militar. Esto se transmite informalmente, sobre todo entre pares (cadetes del mismo año).

–En este ámbito, ¿qué efectividad tienen los cursos de derechos humanos?

–Ninguna. Que vaya Adolfo Pérez Esquivel es un gesto interesante, pero no tiene efectividad. Si mañana les hacen recitar el prólogo del Nunca más de memoria no va a cambiar nada. Los cursos de derechos humanos rápidamente se convierten en cursos de derecho. Y la formación militar es un conocimiento práctico que se incorpora al cuerpo. Después de varios meses de convivir con los cadetes, de golpe me di cuenta de que estaba esperando el colectivo y estaba parado en posición de descanso. O que tenía la mochila como si fuera el maletín, en la mano izquierda (porque siempre tienen la mano derecha libre para saludar). El hecho de estar erguido, tener el mentón alto, tiene una significación en el mundo militar. No te habla únicamente del cuerpo, sino de la moralidad y de los valores que la persona tiene incorporada, en tanto conocimiento corporal.

–¿La incorporación de las mujeres produjo cambios?

–Las mujeres contribuyeron a flexibilizar los criterios de autoridad y disciplina e introdujeron mayor incertidumbre sobre qué es un militar y cómo debe actuar en una institución. Constantemente está el fantasma de “nos convertimos en una universidad cualquiera”. Lo militar aparece como una cosa de hombres. Cuando llegaron las primeras, a fines de los noventa, los instructores no sabían cómo tratarlas. A mí, un viejo militar me contó que vio por primera vez a una joven oficial. Y me dice: “Tenía que cruzar la puerta y no sabía si dejarla pasar en tanto dama o pasar yo en tanto superior”. Hay una superposición de criterios. En primer año hay un fuerte mandato para no relacionarse con sus pares mujeres. Pero a medida que están avanzando esto cambia.

–¿También trajo cambios el caso Carrasco?

–Sí. Además de que perdieron el servicio militar obligatorio, cambiaron los criterios de autoridad y disciplina. Había gente que decía: “Entré en primer año, me comí todas las ‘manijas’ (N.d.R.: los bailes militares) y cuando llegué al último año yo no los pude aplicar”. Puede haber alguno que haga bailes. Pero ha ocurrido que los han puesto a los de primer año a hacer flexiones de brazos y cuando uno se quejaba porque le dolía la panza, sus cadetes superiores se preocuparon porque pudiera haber denuncias. Todos te dicen que la disciplina era peor “antes” del caso Carrasco. Antes, no podían mirar siquiera a sus superiores.

–¿Cómo aparece la dictadura en el discurso de los cadetes?

–Es un referente importante a la hora de construir la identidad de los cadetes, porque cuando salen del Colegio Militar, cuando van a un boliche, lo primero que les preguntan es qué piensan de eso. Para ellos esta cuestión es central. En el Colegio Militar no escuché nada que no haya escuchado afuera. Lo que ocurre es que algunas cuestiones en el mundo militar están más pronunciadas. Con respecto a las memorias de ese pasado, hay posturas individuales y un discurso institucional. Está desde un cadete que te dice: “A mí me parece que el Ejército estuvo muy mal en lo que hizo, pero tuvo que hacerlo”. O aquellos que distinguen entre “lucha contra la subversión” y toma del poder político. Una cosa había que hacerla, la otra, no. El Colegio Militar no lava cabezas, sino que contribuye a sistematizar un discurso más coherente y más cerrado.

–¿Cuál es el discurso institucional?

–Se intenta poner al Ejército como víctima. Esto está materializado en los tres tomos del In Memoriam, que editó el Círculo Militar.

–¿Qué influencia tienen esos libros en el Colegio Militar?

–No contribuyen a formar, pero sí a informar. Está en la biblioteca y cuando necesitan hacer un trabajo sobre la “época de la lucha de la subversión” se buscan esos trabajos. No forman, sino que aportan datos a una forma de pensar que ya está en un proceso de configuración. La formación militar, tanto en términos corporales cuanto ideológicos, es informal. Es de cadete a cadete. Es artesanal. Y sobre todo en ese plano.

–¿Qué cambios hubo en la construcción de las memorias?

–Hubo un gran cambio, que fue pasar de la reivindicación de lo actuado a la victimización de la institución. Aquí es central la figura del coronel (Argentino del Valle) Larrabure. Es el emblema de las víctimas de la subversión. Es casi el espejo militar de un desaparecido. Y además no tenía una identificación política fuerte como tenía Aramburu.

–¿Existen lugares de conmemoración dentro del Colegio Militar?

–El lugar de conmemoración es el Patio de Honor, que es donde Kirchner hace sus actos. Al lado de la capilla, hay un busto de Larrabure a la vista de todo el mundo. Se lo inauguró en los noventa, cuando la memoria militar se construyó en espejo y en contraposición a lo que hacían los organismos de derechos humanos. Uno de los pasillos que llevan al patio de honor se llama “Hall de Glorias del Ejército”, donde están todas las batallas. En el siglo XX, está “lucha contra la subversión” y como batallas la Operación Independencia, Monte Chingolo, etc. Lo interesante es que el día que Kirchner fue a descolgar el cuadro de Videla le cambiaron el nombre: “Lucha contra el terrorismo”. Y la última vez que fui, en marzo de este año, cuando Kirchner descubrió una placa, volvió a cambiar: “Conflictos internos”.

–¿Qué efectos tuvo la decisión de sacar esos cuadros?

–La idea era que los cadetes no se formen bajo la sombra negra y trágica Videla y Bignone. Pero, ¿eran un referente para los cadetes? En mi investigación descubrí que no. Si hay un personaje molesto en la construcción de la memoria del Ejército como víctima, ése es Videla. No era lo mismo tener empatía con Videla que con Larrabure. El descuelgue era lo que quería el Ejército. Me pregunto si esto no lo ubica a Videla en un lugar central en la construcción de la memoria, si no contribuye a transformarlo en una víctima. Quedó un blanco en la pared.

–¿Cómo analiza los actos de militares, como el de Plaza San Martín?

–Me parece perfecto que se sancione a los oficiales de uniforme, pero yo me preocuparía más por los no militares que estuvieron en ese acto que por los pocos militares. ¿Expresan a toda la institución? Sí y no. Porque muchos quieren que se reconozca a “sus muertos”, pero no se jugarían la carrera en un acto así.

–¿Por qué aparecen ahora?

–Son una actitud reactiva al Presidente. Siempre aparece este juego constante en el que la reivindicación de las víctimas se transforma en reivindicación llana. La memoria completa que planteaba el ex jefe del Ejército Ricardo Brinzoni está inspirada en el discurso de los organismos. Es la idea de decir “Todos fuimos víctimas”. Al ser todos víctimas, se diluyen las responsabilidades.

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