DIALOGOS › ENTREVISTA A LA ESCRITORA Y PRIMERA MAESTRA

“Mis alumnos iban a la zafra y tenían que dejar la escuela”

Trabajó en Jujuy como docente en la época de la dictadura y fue testigo de la persecución contra militantes populares. Fue parte de una cultura que la deslumbró y encontró su sitio en el mundo. La solidaridad con los que sufren y la posibilidad de pensar los comportamientos sociales en una provincia que atravesó muchos cambios y saltos tecnológicos.

 Por Sergio Kisielewsky

–Vio surgir a la organización Tupac Amaru y conoció a Milagro Sala de joven.

–Ella ha sido una persona muy solidaria, si moría alguien y no tenía cajón, ella lo conseguía, si no tenías casa, ella hacía que tengas una casa, se recurría a ella, ella tenía el poder de la solidaridad, con los fondos que le daban ella hacía obras, barrios, casas y en Jujuy hizo esos barrios con piletas, complejos deportivos. Creo que fue por las formas de Milagro Salas, no por el qué, sino por el cómo, quizás no tuvo la viveza de ser mas contemplativa y no ser tan estricta. Su detención es totalmente injusta, sienta un precedente aterrador en cuanto a salvaguardar las garantías individuales y la libertad de las personas.

–¿No se identifica que en la provincia el poder que tienen los dueños de la tierra y los ingenios?

–No se dan cuenta, les gusta. Pensá en el Imperio Inca, el hombre kolla está acostumbrado ancestralmente a eso, los incas se postraban al pie del gran Inca. No es historia todavía, ya los pueblos van a ser su evolución. Morales llegó por eso, es un retroceso total en la provincia pues no hay seguridad jurídica. Hay una cosa es que es la cuestión del blanco, del gringo, del porteño, hay que cambiar la forma de nombrar por parte de los docentes, los intelectuales, los periodistas que son los que forman informan y comunican.

–¿Cómo llegó a ser la primera maestra jardinera de Jujuy–

–En el año 75 no había profesorado de jardín de infantil desde nivel inicial en la provincia de Jujuy, las maestras que querían ir a estudiar tenían que ir a Tucumán, no había ninguna maestra jardinera en la región, cuando llegué no había nadie con el título y yo había egresado del profesorado de Colegio Eccleston, primero me asignaron una escuela de campo.

–¿Cómo fue el encuentro con el lugar?

–Yo conocía el lugar como un turista pero fue un gran impacto en mi vida, en la cabeza tenés una postal pero tenés algo muy importante que es el paisaje, el entorno con lo cultural se juntan y te deslumbra porque es una cultura totalmente diferente a la que conocés y a lo que sos vos. Cuando llegué no pensé que iba a tener tantas historias de adaptación, aprendí a escuchar a mirar a respetar los silencios y me fui haciendo de esa forma, esos niños me fueron enseñando a mí, todo al revés. Era toda su humildad su simpleza los juegos me impresionaron porque algunos eran parecidos a los de aquí pero tenían otra picardía y era todo en chiquitito, la pilladita, escondidita, todo era en diminutivo, es parte del lenguaje, el diminutivo es muy común: ahicito, changuito, bebecito. Empecé a darme cuenta que por vivir en el entorno de ese paisaje necesitás de las creencias, de esa comida, de esa forma de vida, de los ritos que hay porque el entorno hace que te sea necesario creer.

–¿A qué ritos se refiere?

–A los ritos a la tierra, las supersticiones, el rito de la Pachamama, las historias de duendes, las historias de magia de la Salamanca de los diablos, toda la gente de ahí sobre todo la gente del campo, el kolla, es un hombre es una etnia donde hay de todo, hay un abanico heterogéneo y ahí podemos empezar a problematizar la sociedad, la comunidad y todas las cuestiones que hay por debajo.

–¿Usted privilegiaba el juego en el trabajo con los chicos?

–Eran nenes muy chiquititos de cinco años que nunca habían salido, pensá que los niños se crían en la espalda de su mamá hasta bastante grandes y ese despegue suele ser traumático y para los padres también porque no estaban acostumbrados a que los nenes vayan al Jardín, pensá que yo te estoy hablando de hace 40 años años, ahora hay muchos jardines. Fui pionera y tuve que atravesar bastantes cosas pero quedó un camino abierto para los que vinieron después.

–Llama la atención cuando cuenta en uno de sus libros la diferencia entre el mate y el mate cosido que la dejaba vacía.

–No me llenaba y allá la gente no toma mate, toma mate cosido, allá se respeta mucho la hora del té, para ellos es el mate cosido y lo cumplen, en especial los niños.

–En su relato hay mucha nostalgia del trabajo allí.

–Cuando estaba allá tenía mucha nostalgia de venirme de nuevo a Buenos Aires, me sentía como si fuese una exiliada, era tan diferente como si fuese otro país y ahora extraño, me quedaron todas las costumbres, la idiosincrasia, la forma de vivir, me quedó esa parte de los ritos y las ceremonias que practican y del pensamiento mágico, tal es así que yo suelo ir cuando sé que hay una festividad, todas las festividades son comunitarias y hay una mezcla casi pareja entre lo pagano y lo cristiano casi unido. Quedaron los ritos ancestrales, más la colonización, toda la parte religiosa de manera muy fuerte, entonces hay una mezcla de una procesión pagana tocando los cicus con la Virgen María. De Navidad a Reyes allá se hacen los pesebres, llevan al niño Dios a bendecir a la Iglesia y después lo llevan al pesebre cosas de la casas como sus ollas. La gente reza en esos pesebres vas a la casa de uno y de otro a adorar esos pesebres con música y van bailando, se hace como una danza, para Navidad van a la misa, nadie se queda en su casa. En Reyes hay delegaciones de niños de los barrios, la Iglesia es una columna vertebral de esa sociedad que sin lugar a dudas es conservadora en sus ideas en su formación y en sus características.

–¿Para qué ocupa ese lugar la Iglesia?

–Para toda la sociedad, para todo lo que sea la moral, los buenos actos, el perdón de los pecados, pero por otro lado se mezcla con todos los ritos que vienen después en Carnaval. Cuando ya “me harté de la Iglesia” voy a festejar a mi manera. Durante nueve días y nueve noches me voy a machar, me voy a bailar, voy a hacer lo que se me dé la gana.

–Me llamó la atención que daba sus clases al aire libre.

–Buscaba lugares donde los chicos se sintieran cómodos que en esas cuatros paredes frías de la escuela, era el afuera donde había un manzano, juntábamos las manzanitas, había piezas de adobe calientes y nos sentábamos ahí o en el sol porque hace mucho frío, el sol es el revivir, pensá que la acequia donde corre el agua se convierte en escarcha. Durante la noche se convierte en hielo, recuerdo que en la casa de los abuelos de mis hijos que había un caño de agua que se formaba la estalacticas, la gotita en el aire suspendida levantarse y ver una canilla y un gota de agua-hielo.

–¿Cómo abordaba el tema de la enseñanza, a través de qué disparadores?

–Eran chicos del campo, en esa época no había hoteles, no había radios, no había teléfonos ni luz. El chico lo único que conoce es su rancho, su casa, su familia y empecé de a poco. Por ejemplo, inventaba juegos con las manos, canciones, rimas, en ese primer año aprendí un montón de cosas, estaba tan fascinada y feliz, la postal se me convirtió en foto y la foto refleja la realidad.

–¿El mundo de las coplas, de los cantores, el folclore cómo influía en el ambiente educativo?

–Ahí se vive mucho de todo eso de la copla, de la poesía rimada, y yo fui adaptando todas las cosas, incluso para los actos y las fiestas comunitarias los adaptábamos a la forma de ser de la gente, cosa que no pasa ahora porque ya entró la tecnología.

–¿Tuvo algún cuestionamiento a su abordaje en la educación?

–Me recibió muy bien la gente del pueblo y tuve la gran suerte de que la regente de la Escuela Normal de Humahuaca, Hairenik Aliazarián de Aramayo, ella es historiadora descendiente de armenios, una mujer culta, y ella me ofreció su casa para vivir los primeros meses antes de que yo vaya a vivir a la escuela entonces estaba muy protegida en la casa de ella. En Humahuaca no se veía tanto movimiento en cambio en Tilcara si donde había un clima efervescente había literatura había política, pintura, pintores y hubo desaparecidos, en Humahuaca no, viví cosas increíbles…

–¿En qué sentido?

–Mucha gente no sé cómo sabía que yo después de algunos años tenía mi propia casa y venía gente de Buenos Aires, se quedaba, algunos me decían quienes eran, otros no, mucha gente venía huyendo de situaciones difíciles, incluso con los mismos padres que estaban en cuestiones políticas y eran perseguidos, pero yo en ese momento no lo vivía como tal. Iban, venían y salían, un día me levanté y ya no estaban los que estaban durmiendo en mi casa o decían “Ya volvemos” y no regresaban. ¿Quiénes habrán sido estas personas que estuvieron en mi casa? Hay un poema en mi libro “Agosto en la piel” ¿Qué habrá sido de esa persona? ¿Habrá muerto, la habrán matado, habrá desaparecido, habrá sido el hijo de algunas de las Madres de Plaza de Mayo? Nunca lo podré saber, esas cosas me persiguen a veces, algunos dejaban o se olvidaban el bolso o el morral y ahí me di cuenta que mi casa era un lugar de paso, nunca pregunté nada a nadie.

–¿Cómo se da el vínculo entre la iglesia y el poder económico en Jujuy y cómo influye en la gente ese estado de cosas?

–En esa época que yo estaba en Humahuaca, la Iglesia estaba en manos de gente maravillosa, estaban los dos Padres Pedro tanto el de la Puna como el que estaba en Humahuaca, eran curas solidarios que estaban hermanados con su pueblo y hacían un montón de cosas, no eran reaccionarios, eran muy abiertos, recibían a todo el mundo en su parroquia. En cuanto al poder económico, hay una gran diferenciación entre Jujuy, Quebrada y Puna, ya desde lo geográfico. Lo que sí viví es la época de la zafra, mis alumnos del campo iban a la zafra y en el mes de mayo tenían que dejar la escuela. Se van a la zafra con los padres y conocí mucha gente que perdió los hijos en la zafra, que se enfermó. Los metían en los camiones y la gente llevaba lo poco que tenían, aunque sea un colchón, y dormían los cinco o seis de la familia, un chico de siete, ocho años cortaban la caña y muchos no volvían, se morían. Se quedaban siete, ocho meses en la zafra y volvían destruidos y a veces volvía la mitad de la familia, el resto moría por infecciones, las pestes y todas las enfermedades que causa el ácido de la caña y de los vapores que absorben la mayoría por las pésimas condiciones de vida. También pasé la época que habían terminado con los trenes y los ferroviarios lloraban porque se habían quedado sin trabajo, fue la última gran tristeza de los pueblos del Norte cuando las estaciones se empezaron a morir. En las estaciones comprabas cosas, esperabas el tren, el abuelo de mis hijos fue ferroviario, señalero. Para la zafra la gente subía a los camiones en pleno calor o pleno frío al aire libre en los caminos y le decían en ese campo o predio “Arréglense, háganse sus casitas, sus cosas”, hasta se tenían que hacer el techo con maderas, y ese año los chicos perdían la escuela. Tengo alumnos de esa época que algunos son médicos, pudieron estudiar, son profesores de escuela, pero una de mis alumnas, Esperancita Vargas, me dijeron es la portera y la cocinera de esa escuela de campo, hubo una minoría que pudo llegar y son agradecidos, personas humildes, buenas personas.

–¿Cómo se manifiesta la discriminación en Jujuy?

–Entre la misma gente siempre hay conflictos entre pueblos, si es de Tilcara, si es de Humahuaca, entre ellos hay peleas rencores, eso es constante, la discriminación es con el que viene de afuera, antes se tenía vergüenza de decir que uno era kolla. Eso tiene que ver con la educación que se les da a las personas, no falsear la información, decirle a las personas las cosas tal como son, venían los turistas cruzando el casco céntrico y me veían con los guardapolvos y me preguntaban dónde podían ver a los indios y ellos reaccionan contra eso. El haber nombrado a la región como Patrimonio Cultural de la Humanidad en el año 2000 ayudó muchísimo, ayudó a la gente a tener una mejor calidad de vida y el que tenía un ranchito pudo hacerse la casa y en un primer piso puso un hostal y está lleno de posadas, almacenes, está muy cambiado el lugar.

–¿Guarda nostalgia de todo ese mundo que compartió en Jujuy?

–Es mi lugar en el mundo, cuando voy me siento como adentro de un vientre, allí la tierra me cobija la tierra me abraza. Y continué ese trabajo en el barrio de Constitución, en La Boca donde estaban los inquilinatos, las casas tomadas con chicos que venían de Salta, Jujuy, de Bolivia y después le sacaron las casas para hacer galerías. Después me fui a trabajar a la Villa 15 en Ciudad Oculta y ahí me jubilé como directora, ahí terminé mi carrera docente. Ese lugar también es mi lugar en el mundo, ese lugar fue la condensación de mi vida educativa. De 200 alumnos, 198 eran bolivianos. Estoy acostumbrada a su cultura, pensá que mis hijos se criaron en Humahuaca, entendía su sentir, su sufrir, su lenguaje. Y un día le pregunté a uno de los padres porqué venían acá y me contestó:”Porque ustedes tienen los guardapolvos limpitos”. Cuando yo vivía en Humahuaca los chicos eran callados, dóciles, miraban para abajo, no los hacías hablar ni a palos, no daban besos y hace un tiempo me llamaron para hacer teatro comunitario en una escuela de Abra Pampa en la Puna a 4000 metros de altura y vi un gran cambio, los chicos mucho más rebeldes y cuando hice los trabajos grupales, las dramatizaciones, el gran tema fue la violencia entre ellos mismos, el tema de los robos, de madres y padres que pegan, todo lo que sea violencia. Hay mitos de la gente del lugar, había una historia que contaban Ricardo, el papá de mis hijos, y Marta, una amiga de la infancia. Estaban de chicos jugando en una calle en Humahuaca y de pronto vieron un hombrecito con un sombrero jugando con una pelotita y se fueron corriendo porque era el duende sombrerudo, ellos lo vieron y es verosímil.

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Imagen: Carolina Camps
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