ECONOMíA › OPERACIONES SIMULADAS PARA ESCAPAR DEL CORRALITO

Cuando fingir es la salida

 Por Julio Nudler

Mucha regulación y ninguna capacidad fiscalizadora forman un dúo conocido, muy popular en la Argentina anterior al piloto automático y retornado al proscenio el año último, con los incontrolables planes de competitividad de Domingo Cavallo. Cualquiera sabe que las reglamentaciones son una cosa en el papel y otra en la realidad. Con esta tranquilidad, algunos atrapados en el corralito, sin vocación alguna de comprar ningún bien registrable para lograr su manumisión, han comenzado a tantear la alternativa de simular una operación inmobiliaria y por ese medio recuperar su plazo fijo.
El ardid es obvio. Puede ser tramado, por ejemplo, por dos depositantes cautivos, con sendos plazos fijos, y propietarios cada uno de un departamento, en lo posible de características más o menos similares. Por ejemplo, 70 metros cuadrados, en Belgrano, Palermo, Flores o Caballito. Los antihéroes de esta historia pueden llamarse como los personajes de Hesse, Narciso y Goldmundo, y resolverán venderse recíprocamente sus respectivos tres ambientes.
Naturalmente, podrán prescindir de la inmobiliaria, pero no de la escribanía, donde celebrarán las correspondientes escrituras traslativas de dominio, condición sine qua non para escapar del cronograma. Así, Narciso le venderá su departamento a Goldmundo, y éste hará otro tanto con el suyo, estableciendo para ambos el mismo precio. Pero la prudencia aconseja que acto seguido se dirijan a otro notario y ante él dejen constancia, a través de un contradocumento privado, de que una y otra propiedad siguen perteneciendo a sus dueños originales. En lo posible prescindirán de calificar como simuladas las escrituras de traslado.
Gracias a esas operaciones apócrifas, Narciso podrá depositar en su cuenta corriente el importe que le pague Goldmundo y que provendrá de su plazo fijo, y lo mismo ocurrirá con el segundo. Ahora cada uno de los amigos podrá librar cheques contra esos fondos, incluso para canjearlos por pesos billete y con éstos comprar dólares, o hacerlo de modo directo al pertinente tipo de cambio, quizá 25 centavos más caro.
Este no será, desde luego, el único costo de esta vía de escape del corralito. Entre honorarios y gastos, cada escritura de compraventa les costará 4,5 por ciento del precio, el cual no podrá ser inferior a la valuación fiscal. Es improbable que los conjurados quieran subfacturar, porque ello reduciría el monto de dinero que liberarían del cepo. Además, deberían pagar el 1,5 por ciento del impuesto a la Transmisión de Inmuebles, que puede ser tomado como pago a cuenta de Ganancias, o directamente omitido –en principio por un año– al declarar la intención de reinvertir en otro bien raíz. Si las viviendas estuviesen situadas en la provincia de Buenos Aires, la carga impositiva sería mayor.
En el mejor de los casos (viviendas en Capital y no pago del ITI), tanto Narciso como Goldmundo lograrían reencontrarse con sus dólares –esos que depositaron antes del 3 de diciembre de 2001 en su banco de confianza– al precio de sufrir una punción del 44,3 por ciento. Si cada plazo fijo fuese de 50 mil dólares, tras su pesificación y el operativo simulacro se hallarían con 27.850. ¿Habrá valido la pena? Ellos sabrán.

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