ESPECTáCULOS › “UNA MENTE BRILLANTE”, DIRIGIDA POR RON HOWARD

Primero hay que saber sufrir

El film que amenaza con llevarse varios Oscar el 24 de marzo retrata con banalidad y espíritu moralista la tortuosa vida del matemático y Premio Nobel Forbes Nash, encarnado por Russell Crowe.

 Por Luciano Monteagudo

No deja de ser sintomático que una película como Una mente brillante haya arrasado con los Globos de Oro que otorga la Asociación de Prensa Extranjera de Hollywood, y que ahora sea una de las principales contendientes al Oscar con ocho candidaturas principales, incluyendo las de mejor película, director (Ron Howard), actor (Russell Crowe), actriz de reparto (Jennifer Connelly) y guión adaptado (Akiva Goldsman). En todo caso, es revelador no sólo de gustos y preferencias de los votantes de ambas entidades (constituidas mayoritariamente por los grupos más anquilosados de la industria), sino también del triste estado de las cosas en el Hollywood de hoy en día.
El ex niño prodigio y luego director Ron Howard, hay que reconocerlo, nunca fue descollante, pero en El diario y Apollo 13, por ejemplo, supo adscribir a una tradición narrativa clásica, a la manera del cine de Howard Hawks, que le dio muy buenos resultados, con films de una cierta nobleza y una indiscutible eficacia de relato. Ahora en Una mente brillante, Howard –no sólo director sino también productor de la película– parece en cambio buscar su fuente de inspiración en el cine más didáctico, banal y moralista que haya hecho Hollywood, como si hubiera querido agregar un nuevo capítulo a la vieja saga de “Vidas ejemplares” o Cómo-ser-un-genio, enfrentar-la-adversidad y triunfar-en-el-intento.
El personaje en cuestión es el matemático John Forbes Nash Jr. (Crowe), que ganó el Premio Nobel en su campo, que según algunas fuentes está a la altura de científicos revolucionarios como Newton y Darwin. Aportes que el film nunca alcanza a definir con claridad, como si diera por sobreentendido que, como se trata de un genio, el espectador se tiene que conformar con ese solo enunciado y no pretender comprender ciertos temas que sólo las mentes brillantes son capaces de descifrar.
Aquello que sí la película de Howard informa con holgura es sobre los infinitos padecimientos de Forbes Nash Jr., desde sus primeros, lejanos días de estudiante en la Universidad de Princeton. Allí ya era considerado por sus compañeros como un freak, un ser absolutamente antisocial, incapaz de jugar al Go o de compartir una cerveza con una chica. Para cumplir con todos los requisitos del genio maldito, nos dice Una mente brillante, se trata básicamente de sufrir. La obsesividad con que este matemático se dedica al pensamiento lo lleva a construir una personalidad esquizofrénica aguda, con delirios paranoicos cada vez más intensos, como la conjura que imagina en su contra, con agentes soviéticos intentando secuestrarlo y robarle sus más preciados secretos.
Se diría que la torpeza mayor de Una mente brillante está precisamente en la incapacidad de la película de explorar en el interior de Forbes Nash, en la imposibilidad de trabajar con conceptos abstractos, ya sean de orden matemático o psicológico. Ante esa ineptitud manifiesta, la película de Howard elige en cambio seguir el camino de la santificación del genio y de la beatificación de su señora esposa (Jennifer Connelly), que soporta estoicamente casi medio siglo de vida en común con un hombre que vive encerrado en sus propias fantasías persecutorias. El aplauso con que los académicos del Nobel honran a Forbes Nash (con Crowe disfrazado de anciano bobo) parece celebrar más su ordalía que sus aportes científicos.

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Russell Crowe está nominado nuevamente para el Oscar al Mejor Actor por este trabajo.
Sin embargo, “Una mente brillante” en ningún momento logra explorar en el interior de Forbes Nash.
 
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