ECONOMíA › OPINION

Cuando se logra abrazar el futuro

 Por Manuel Barrientos *

Los camarógrafos y los fotógrafos buscan hacer foco en la mesa sin que se interfieran otras lentes, otras nucas. Un diputado nacional e hijo de de-saparecidos rechaza la invitación de pasar al frente, pero pide que dejen pasar a otra hija, colaboradora histórica de la institución. El director de un diario se sienta en el suelo con su anotador. En las escaleras, en los pasillos, son muchos los que se agolpan, los que tratan de acercarse, aunque sea un poco más, a esa sala ya también atiborrada. Algunos comparten auriculares, para seguir la conferencia por la radio, como si fuera un partido del Mundial. Hay silencio, que se interrumpe cada vez que llegan los aplausos del otro lado del hueco de esa puerta abierta. En esa distancia que va desde la planta baja del edificio de Virrey Cevallos hasta el primer piso se amontonan integrantes de organismos de derechos humanos, sobrevivientes del terrorismo de Estado, familiares de desaparecidos que se acercaron desde el interior. Entre esos cuerpos agolpados, se ve también una chica que escribe notas para el mensuario de Abuelas, junto al gerente del diario que publica aquellos recordatorios que, precisamente, surgieron de la lucidez de esa mujer que todos tratan de escuchar.

También está una conductora estrella de la televisión, que busca ingresar para hacer su cobertura en directo, y una leyenda del oficio que trabajó en la mítica agencia Ancla. Un sonidista busca pasar con su boom enorme. Se ve a un grupo de actores y guionistas de Teatro x la Identidad, a la letrista ganadora del concurso de Tango x la Identidad, a uno de los ilustradores de la segunda edición de TwitteRelatos. A un legislador porteño, al asesor de un ministro y a varios militantes de H.I.J.O.S.

En voz baja, la pareja que comparte los auriculares informa a los cuerpos vecinos sobre la marcha de la conferencia de prensa. “Parece que ya termina”, avisan. Algunos se dejan llevar por la impaciencia y aceleran sus aproximaciones hacia la sala. Son muchas, son muchos. Todos se sienten parte: todos han contribuido, de una forma u otra, a ese triunfo colectivo y quieren acercarse a saludar a las Abuelas. Uno de los nietos pide calma para permitir que las Abuelas puedan llegar a las oficinas de la planta baja. Pasan por una hilera exigua, mientras reciben besos y abrazos, como estrellas que van hacia camarines luego de una función. Desde la calle llega el sonido de los bocinazos de quienes pasan con sus autos y un grupo de jóvenes pide que las Abuelas salgan al balcón.

En las redes sociales también todos expresan su alegría y la noticia ocupa cinco de puestos del top ten de tendencias en Twitter. Felicitan por haber restituido la identidad de un joven y piden, se suman, a la búsqueda del próximo, de la próxima. Hay, en algunos casos, expresiones-del-momento: políticos y dirigentes sociales que corrieron tantas veces el cuerpo a la contribución de esa lucha y se suben a la ola popular, desde una estrategia de control de daños. Hay, también, operadores judiciales que filtran información reservada que pronto será un “Alerta” o un “Urgente” de un videograph, en la búsqueda de un rédito inmediato que será hambre para mañana.

Pero esas redes, esos canales de televisión en directo, esas páginas web, que tantas veces son el reino de la exhibición individual, de la sobreexposición, que son el gobierno de lo efímero, de lo instantáneo, de la novedad permanente, de informaciones de las que muchas veces no logra saberse su final porque una noticia corre a la otra, se convierten –por una vez y de forma paradójica– en amplificadores de aquello que se viene gestando desde hace más de treinta años. Amplifican un trabajo cotidiano, muchas veces infructuoso, que no tiene cosechas instantáneas ni fugaces. Pero que entrega frutos perdurables.

En este tiempo de presente continuo, bajo una perspectiva de corto plazo permanente, en el que se devora al pasado y se borra el horizonte de futuro, ese grupo de mujeres hace casi 37 años apostó a una tarea de largo aliento, de tiempos extensísimos e improbables. En momentos feroces, sus hijos e hijas gestaron nietas y nietos que eran esperanzas proyectadas al futuro. Arrebatadas de gestores y gestados, ese grupo de mujeres apostó por recuperar esas vidas presentes y, especialmente, futuras. No hubo siembra directa, sino labranza en territorios áridos, casi desérticos.

En tiempos de sospechas cruzadas y desconfianza mutua, entendieron el principio básico de la comunicación: construir comunidad. Y convocaron a otros: se rodearon de especialistas en ciencia, tecnología, comunicación, arte, cultura, derecho, psicología. Abrieron el juego y trazaron estrategias múltiples, masivas y focalizadas, novedosas y tradicionales: desde los recitales en las plazas hasta los conciertos de jazz en bares selectos, desde las campañas en los diarios hasta los concursos en Twitter, desde las reuniones en esquinas hasta las publicidades en las cajas de snack de la aerolínea de bandera. Con paciencia infinita pero tenaz, traían de cada viaje un contacto o estrategia nueva para continuar con la búsqueda, pero también una remera o un pin para ese nieto o nieta que esperaban.

Estos 37 años de Abuelas y Madres regalan una enseñanza para la democracia argentina. Son la vitalidad de la política como una herramienta de construcción colectiva de largo plazo. De la política como un entramado entre diversos actores sociales y la participación central del Estado para la construcción de nuestro propio futuro. Ese futuro que para Estela de Carlotto, desde hace más de tres décadas, tenía el nombre de Guido y esta semana pudo abrazar.

* Coordinador de Prensa del Ente Público Espacio Memoria.

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