ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: RIESGOS Y POSIBILIDADES DE LA RELACIóN COMERCIAL CON CHINA

La estrategia frente al gigante asiático

La firma de 22 acuerdos de cooperación económica con China por inversiones en infraestructura, minería, telecomunicaciones y energía, que se suman a los convenios alcanzados en 2010 para financiar ferrocarriles de carga, reformulan la inserción internacional de Argentina.

Producción: Tomás Lukin

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Triángulo económico

Por Martín Burgos *

A raíz de la firma de distintos acuerdos de cooperación bilateral durante la visita de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner a China, se escucharon numerosas voces denunciando un “nuevo Pacto Roca-Runciman” en el cual el papel dominante ya no lo tendría el Reino Unido sino la República Popular China. Estas voces iban desde la izquierda más radical hasta los grandes grupos económicos, estos últimos embanderados bajo la consigna de la industria argentina y erigiéndose en sorprendentes antiimperialistas.

Más allá de las particularidades de la política argentina, existen datos objetivos sobre los cuales existe cierto consenso. El más importante es la consolidación de un patrón de comercio bilateral que se puede sintetizar en el intercambio de productos primarios por bienes industriales, con consecuencias negativas en términos de desindustrialización, de pérdida de empleo, de monocultivo agropecuario y con efectos ecológicos nocivos para nuestro país.

Asumidos estos datos, lo que debe discutirse es la caracterización de la relación sino-argentina, que suele apoyarse generalmente en un marco teórico donde el “extractivismo” y el “neodesarrollismo” vienen a aggiornar los clásicos sobre el imperialismo marxista, la teoría de la dependencia o del intercambio desigual.

Más allá de los indiscutibles aportes de esas teorías, resulta más interesante aún marcar las diferencias actuales respecto de los contextos en las que surgieron. La teoría del intercambio desigual, por ejemplo, por el cual las naciones más industrializadas “explotaban” a las naciones más primarizadas, tiene sentido en un marco de deterioros de los términos de intercambio, donde la periferia necesitaba exportar cada vez más productos primarios para comprar un mismo producto industrial. Justamente, esa tendencia clave es la que no se dio durante los últimos 15 años, hasta la reducción del crecimiento chino el año pasado. Eso significa que, en los términos planteados, Argentina sería la principal ganadora de la relación bilateral con China, algo que es absurdo.

De forma similar se plantea que, a través de la soja, Argentina exporta “agua” hacia China, obviando que el trabajador industrial chino también exporta “agua” a través de su trabajo. Si la fuente de valor se midiese en cantidad de agua (algo que Marx nunca planteó, aunque tal vez sí podría ser compatible con la teoría fisiócrata), llegaríamos a un resultado similar al anterior: Argentina sería el único ganador en la relación bilateral.

Para entender la relación bilateral sino-argentina, conviene tener presente un tercer país fundamental: Estados Unidos, que está presente en todos los eslabones del comercio de China con Argentina. Tomemos por ejemplo la cadena de valor de la soja, en la cual Estados Unidos es el mayor productor y exportador mundial, controla los precios a través de sus mercados financieros y de sus políticas agrícolas nacionales (subsidios agrícolas e incentivos a la producción de agrocarburantes). De esa forma, el principal producto que le exporta Estados Unidos a China es el poroto de soja, que pasó del 3 por ciento del total de sus exportaciones en 2001 a 10 por ciento en 2013.

Además de esa influencia explícita, también existe una influencia implícita, entendiendo que la soja que se cultiva en Argentina debe mucho a las técnicas de producción y los insumos desarrollados por empresas estadounidense (glifosato, soja RR, maquinarias agrícolas) y se industrializa y se exporta a través de empresas multinacionales como Cargill. Esas empresas instaladas en Argentina influyen sobre las decisiones de los gobiernos locales o por lo menos tratan de hacerlo, como en el caso antidumping de glifosato, donde Monsanto Argentina denunció las importaciones de origen chino en 2002, o la retención de la cosecha realizada por los exportadores en diciembre 2013.

En todo caso, aunque la relación pareciera provechosa para Argentina (y Brasil, el tercer gran proveedor de soja mundial) dados los buenos precios de los granos, sólo lo es como “rebote” de la relación entre China y Estados Unidos, en la cual China se encuentra en posición desfavorable. En efecto, sus proveedores de soja son sólo tres, y uno de ellos es la primera potencia mundial, posiblemente su principal competidor en el futuro. El control que tiene Estados Unidos sobre la soja no es sólo en cantidad sino también sobre los precios, la tecnología y parte del capital necesario para su producción mundial.

Esta posición de debilidad frente a Estados Unidos es la que lleva a China a buscar reducir sus precios de importaciones de soja y derivados, invirtiendo en infraestructura portuaria y ferroviaria en los países exportadores para aumentar la oferta, comprando empresas intermediarias (como lo hizo con Nidera) o directamente presionando con un freno a la importación de aceite de soja como lo hizo con Argentina en 2010.

Por lo tanto, y sin descuidar la posibilidad de que se genere un “imperialismo chino” en el futuro, es importante no confundirse de enemigo en el presente. Pareciera configurarse una relación triangular entre China, Estados Unidos y Argentina como alguna vez existiera entre Argentina, Estados Unidos y Gran Bretaña. Esta “economía del Pacífico” tiene –como aquella sobre el Atlántico– numerosas facetas, en la cual la soja es sólo la punta del iceberg donde se cruzan la geopolítica de hoy y nuestras posibilidades de desarrollo futuro.

* Coordinador del Departamento de Economía del Centro Cultural de la Cooperación.


Un socio clave

Por Julia Strada y Hernán Letcher *

A lo largo de los últimos años escuchamos con insistencia cómo los cambios en las “reglas de juego” observados en el país espantaron la llegada de capitales extranjeros. La firma de veintidós acuerdos de cooperación económica y tecnológica con China por inversiones en infraestructura, minería, telecomunicaciones y energía, que se suman a los convenios alcanzados en 2010 para financiar ferrocarriles de carga, contrastan con esas advertencias. En un marco de tensiones en el sector externo –conflicto con los fondos buitre, fuga de divisas y problemas estructurales—, el financiamiento aportado por la economía asiática juega un rol central para hacerles frente. El swap de monedas por 11 mil millones de dólares acordado con el Banco Popular de China amplía el margen de maniobra en situaciones de tensión ante escaladas especulativas. China está desplazando en el terreno económico al resto de Occidente y colocó a la Argentina en el lugar de socio estratégico. En este marco, los cuestionamientos a los acuerdos alcanzados con China están lejos de sustentarse en argumentos económicos y parecen responder a otros intereses de orden político local y geopolítico internacional.

El financiamiento para inversiones de infraestructura acordado con el país asiático es de gran relevancia para hacer frente a algunos déficit estructurales que exhibe la economía argentina. En materia energética, se está trabajando en cuatro obras clave para aumentar la oferta eléctrica y diversificar la matriz que hoy es, en su gran mayoría, “gas dependiente”. En la actualidad es necesario importar este insumo, ya que se redujo su oferta, como consecuencia de la falta de inversiones.

Nuestro país cuenta con una potencia instalada de 31.404 megavatios, según los datos de Cammesa de diciembre de 2014 (los datos no tienen en cuenta los megavatios adicionales de Atucha II porque en diciembre no contaban con habilitación comercial). De esta potencia el 60 por ciento es generado por sistemas térmicos que utilizan combustible fósil, entre ellos el combustible líquido, que demanda millones de dólares para su importación. La otra tecnología con incidencia en la matriz es la hidráulica, con el 35 por ciento. El resto de la energía es provista por otras tecnologías como las energías renovables, que se van conectando de modo progresivo y aún tienen baja incidencia en la capacidad instalada.

Las principales obras que serán financiadas con capitales chinos son la construcción y apuntalamiento de las represas hidroeléctricas Kirchner y Cepernic, la Central Térmica Manuel Belgrano II, el proyecto eólico El Angelito y los acuerdos para crear dos centrales nucleares nuevas. Estos proyectos son clave no sólo porque aumentan la oferta de potencia disponible en más de un 10 por ciento (sin tener en cuenta las centrales nucleares) sino porque empiezan a delinear una matriz con mayor incidencia de energías en base a recursos renovables. Por ejemplo, la inversión para las nuevas represas hidroeléctricas alcanzará los 4714 millones de dólares, de los cuales ya se desembolsaron 287,7 millones. Cuando las obras estén finalizadas –se estima un período de 5 años y medio—, se ahorrarán 1100 millones de dólares al año que hoy se destinan a importar combustibles líquidos para generación de energía eléctrica. Las represas aumentan la oferta energética en 1740 megavatios que sirven para abastecer aproximadamente 1,5 millón de hogares. El proyecto será desarrollado por el consorcio conformado por las empresas chinas Gezhouba Group Company Limited y la local Electroingeniería S. A.

Atendiendo a los problemas en el frente externo, es dable poner sobre la mesa los objetivos estratégicos que la Argentina pondera en el marco de la financiación externa, sosteniendo como norte un proyecto reindustrializador. En esta línea, no se debe bajar la guardia en torno del forzamiento de un proceso de primarización económica. Prevenir el avance de un proyecto que pretende volver a colocar a Argentina en un rol excluyente de proveedor de materias primas es tan importante como identificar a los impulsores de este tipo de inserción local. Muchos de ellos son críticos de los acuerdos alcanzados con China y también principales adalides de la entrega de soberanía frente a los organismos multilaterales de crédito.

En efecto, en una etapa de indudable ampliación de los márgenes de acción de la política económica, es clave sostener un patrón de desarrollo que se potencie –y no se desvirtúe– con sus socios comerciales, pero también lo es dudar de la supuesta preocupación por la soberanía nacional de parte de quienes han sabido colocar a la Argentina de rodillas.

* Centro de Economía Política Argentina (CEPA).

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