ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO

Imperialismo para poner orden

 Por Julio Nudler

“Al tratar con estados retrasados, fuera del mundo posmoderno, debemos retomar los métodos más recios de tiempos pasados: uso de la fuerza, ataques preventivos, engaño, todo lo que haga falta para manejarse con quienes aún viven en el siglo XIX. Entre nosotros nos atenemos a la ley, pero cuando operamos en la jungla debemos aplicar las leyes de la jungla.” Robert Cooper, consejo de política exterior de Tony Blair, es quien esto postuló recientemente. Su planteo forma parte de un amplio debate que cruza de lado a lado el Atlántico Norte y en el que se evalúa la conveniencia y el modo de volver a ejercitar el imperialismo, bajo modalidades renovadas. La reciente boutade de los economistas Rudiger Dornbusch y Ricardo Caballero, del MIT, abogando por intervenir la Argentina con equipos del Primer Mundo para manejarle la moneda, el gasto público y los impuestos, no es una idea tan descolgada: forma parte de la nueva comezón colonialista de las potencias capitalistas. Dirigiendo la antena hacia esa tertulia estratégica se percibe que el caso argentino podría ir aproximándose a configurar una “amenaza” y, por tanto, a merecer algunos de esos “métodos más recios” arriba insinuados.
Sebastian Mallaby, editorialista y columnista de The Washington Post, recuerda que, en el pasado, cuando el vacío de poder en algún rincón del mundo suponía una amenaza para alguna gran potencia, ésta tenía a mano una rápida solución imperial. Pero desde la Segunda Guerra Mundial, las sociedades “ordenadas” (centrales) rehusaron imponerles a las “desordenadas” (periféricas) sus propias instituciones. Sin embargo, “hoy se vuelve cada vez más ardua de sostener esa actitud antocontenida”. Las guerras –dice– son crecientemente repulsivas y prolongadas. El Banco Mundial detectó que las iniciadas después de 1980 duraron el triple que las estalladas en las dos décadas previas.
Una vez que un país cae en la violencia –afirma Mallaby–, su población fija todo su esfuerzo en la supervivencia inmediata, olvidándose del largo plazo. Tienden a evaporarse el ahorro, la inversión y la creación de riqueza. Lo que emerge es “un ciclo de pobreza, inestabilidad y violencia”. ¿Algún parecido con la Argentina actual? El terrorismo –prosigue– es sólo una de las amenazas que encarnan los estados “disfuncionales”. Esa clase de países provee gran parte de las drogas ilegales, sea el opio de Afganistán o la cocaína de Colombia. Los estados fallidos también desafían a los disciplinados mediante presiones migratorias. “Si hubiese otros modos de resolver el problema, ninguna de esas amenazas haría renacer el imperialismo –conjetura–, pero la ayuda externa y los esfuerzos por mejorar a esas naciones no han dado frutos.”
Cooper, a su vez, reclama directamente una nueva clase de imperialismo. Según su esquema, el mundo se divide en estados posmodernos, modernos y premodernos. Los primeros, sucesores en gran medida de los imperios extinguidos durante el siglo XX (otomano, alemán, austrohúngaro, francés, británico y soviético), ya no piensan su seguridad en términos de conquista. Ejemplo típico son los países de la Unión Europea, dentro de la cual se desdibujan las fronteras y se diluye la distinción entre asuntos internos y externos. Predomina en ellos la noción de interdependencia, que es también visible en naciones como Canadá o Japón, si bien más dudosa en Estados Unidos. Junto a ellos subsisten los tradicionales estados “modernos”, como pueden serlo China, India o Paquistán, que se guían por “razones de estado”.
“Mientras los miembros del mundo posmoderno pueden no representar un peligro para sus iguales, tanto las regiones modernas como premodernas implican amenazas –advierte Cooper–. La del mundo moderno es la más familiar. Allí sobrevive el clásico sistema de estado, que se maneja según los principios del imperio y del interés nacional. La estabilidad depende del equilibrio en el poder de agresión, pero ese equilibrio existe en pocas partes”. Ahora bien, “el desafío planteado por el mundo premoderno esnuevo. Se trata de un mundo de estados fallidos. Ya no detentan el monopolio en el uso legítimo de la fuerza. O perdieron legitimidad, o perdieron el monopolio de la fuerza.” Entre los ejemplos incluye algunas partes de Sudamérica, más allá de Colombia. El estado premoderno puede ser demasiado débil para dominar su propio territorio y cuanto más para amenazar al mundo posmoderno, pero puede servir como base para actores no estatales que sí representen un peligro. En tal caso, “los estados organizados tal vez tengan que responder. Es posible imaginar un imperialismo defensivo.” Estados Unidos invadiendo Afganistán, por ejemplo.
La pregunta es cómo intervenir, siendo hoy inaceptable la colonización. Pero fue precisamente la muerte del colonialismo la que ha dado origen al mundo premoderno. Aunque la “necesidad de colonización” –cree Cooper– es tanta como lo fue en el siglo XIX, no hay potencias coloniales dispuestas a asumir la tarea. Los países excluidos de la economía global corren así el riesgo de caer en un círculo vicioso. Gobiernos débiles implican desorden, y esto lleva a menores inversiones. Es lo que le pasó a Zambia, que en 1950 tenía un ingreso per cápita superior al de Sudcorea. Podría decirse quizás otro tanto de la Argentina, que superaba a Italia y España.
La convicción es que todas las condiciones para el imperialismo están dadas, pero que no hay oferta ni demanda de él. Y, sin embargo, “el débil necesita del fuerte y el fuerte necesita un mundo en orden”. Hace falta, por tanto, “una nueva clase de imperialismo”, aceptable para este mundo. ¿Cómo sería?: un imperialismo que, como todo imperialismo, apunte a traer orden y organización, pero descansando en la “voluntariedad”. ¿Cuán lejos está la Argentina de manifestar esa extraña voluntad de ser imperializada, aunque en parte ya lo está?
Porque el imperialismo posmoderno asume dos formas, y la primera de ellas es el imperialismo de la economía global, operado usualmente a través de instituciones financieras como el FMI y el Banco Mundial. Se trata de un imperialismo multilateral. “Hoy la teología de la ayuda a países que quieren (re)insertarse en la economía global enfatiza la “governancia’ (el grado de calidad de gobierno que se ejerce). Todo estado que quiere recibir ayuda –dice Cooper– debe abrirse a la interferencia de organizaciones internacionales y estados extranjeros, tal como ocurre, aunque por diferentes razones, en el mundo posmoderno (la Unión Europea).
La segunda forma de imperialismo posmoderno es un “imperialismo de vecinos”, ya que ningún estado puede ignorar la amenaza proveniente de la inestabilidad que agite territorios próximos. Es el caso de los Balcanes respecto de la Unión Europea. Pero hoy todo el mundo es, potencialmente al menos, vecino. En otras palabras, ya no hay culo-del-mundo, ese confín donde antes quedaba la Argentina. Más para mal que para bien.

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