ECONOMíA

Extraña moraleja política

Por J. N.

“Los conflictos internos en el partido nacido junto a la industrialización sustitutiva de importaciones, y en parte gracias a ella, están en el corazón de la lucha armada”, aseveran Gerchunoff/Llach. Los milagros económicos de la época eran países que orientaron su producción hacia el exterior, exactamente al revés que la Argentina. En 1976, “la sociedad ha decidido mayoritariamente no oponerse a una autoridad absoluta, que se ha alzado con la suma del poder público”. ¿No es el momento propicio para poner fin a un modelo económico? La reforma fiscal y de apertura económica anunciadas por los militares aparecen, retrospectivamente, como reacciones naturales a la coyuntura de mediados de los ‘70. Pero esas intenciones fracasaron en la práctica.
Ajuste fiscal y apertura eran en lo inmediato una combinación extremadamente impopular. La sorpresiva disponibilidad de abundante financiamiento privado desde el exterior ofrecía una salida más tolerable para la sociedad. Podía abrirse la economía y acomodarse a la nueva situación de manera indolora. Apreciación cambiaria y endeudamiento podían suavizar el efecto regresivo de la apertura. Esta encarecía los alimentos, pero “la vigencia de salarios altos en dólares atenuaba esa suba”, mientras clases más acomodadas podían disfrutar de una abundancia de artículos importados.
La “tablita” (minidevaluaciones programadas, muy por debajo del ritmo de la inflación interna) “es merecidamente infame porque no estabilizó los precios y generó una monumental apreciación cambiaria”. Aunque algo aumentaron las exportaciones, mucho más creció el endeudamiento. En 1983 la relación era ya de 6 a 1. Durante esa década, la deuda impagable, la alta inflación y la persistente depreciación de la moneda fueron protagonistas centrales de la economía. El crecimiento económico no sólo era nulo sino que ni siquiera aparecía como un tema central. La política económica estaba dominada por las urgencias de la macro. Una menor apertura y la ausencia de financiamiento, con un tipo de cambio muy depreciado, colocaban a la Argentina en el hemisferio sur del planisferio adjunto.
La híper preparó la escena para el conjunto de reformas que a comienzos de los ‘90 lograron eliminar la inflación y expandir las exportaciones a razón de 10 por ciento real por año entre 1991 y 1998. La sociedad decidía sacrificar algo de equidad en nombre del crecimiento, abrazando para ello la apertura, pero a través del retraso cambiario se aseguraba salarios altos en dólares, como resabio de igualdad. Sin embargo, el tipo de cambio bajo contribuiría a frustrar el deseo de crecimiento y también acabaría deteriorando la equidad, mientras el elevado nivel en dólares de los salarios limitaba el empleo. Esos años ‘90 se ubican en el cuadrante N.E.: poca apertura, mucho endeudamiento.
Con la devaluación de 2002 la economía vuelve al cuadrante sudeste, por primera vez desde los ‘30. Seguirá allí mientras no haya flujos de capitales muy favorables, que compensen con creces los intereses de la deuda. ¿Podrá la economía argentina crecer? La cuestión fiscal es más manejable en el S.E.: el Estado mejora su situación con un dólar alto porque gasta en pesos, y sufrirá menores presiones para corregir la asimetría sectorial porque las industrias sobrevivientes podrán competir sin ayuda oficial. Lo decisivo para crecer es el ritmo de aumento de las exportaciones, siendo la Argentina el país más perjudicado en el mundo por el proteccionismo agrícola de Estados Unidos y Europa.
En la ubicación S.E. el país no importará capitales en términos netos. La inversión debe provenir del ahorro interno y estará limitada por él, que en la Argentina no abunda. La distribución regresiva del ingreso que0caracteriza al cuadrante sudeste fomenta el ahorro, pero es un método brutal y quién sabe si compatible a la larga con una democracia representativa.
Los autores concluyen indicando que “si la Argentina persiste en el casillero sudeste se podrá extraer una sorprendente moraleja política. El peronismo de Perón se ubicó, siempre que pudo, en el cuadrante noroeste. Sólo otro peronista, Menem, pudo completar un viraje hacia el este sin ser impugnado por el partido de los herederos de Perón. A principios del siglo XXI, la Argentina atestigua sin escándalo cómo otro peronismo desarma las últimas piezas de la política económica que hizo de él una fuerza incontenible”.

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