EL MUNDO › COMO ES LA VIDA DE LA GENTE QUE SE VA DE UNO DE LOS PAISES MAS POBRES

El exilio, industria Nº 1 en Ecuador

El creciente éxodo de ecuatorianos está dejando a ciudades enteras del país pobladas solamente por mujeres, niños y ancianos. Es una de las consecuencias de una pobreza que llega al 79 por ciento de la población, lo que constituye el desafío más serio para el próximo gobierno de Lucio Gutiérrez.

Por Francesc Relea *
Desde Quito

“El último que se vaya, que apague la luz”, puede leerse en una pintada en la ciudad de Cuenca. El autor quiso dejar constancia, en clave de humor negro, del éxodo de ecuatorianos que en los últimos dos años ha vaciado amplias zonas del país andino. En los años ‘60, cuando los militares golpistas se adueñaron de América latina, alguien pintó la misma leyenda en el aeropuerto de Montevideo, que no alcanzaba a absorber los miles de uruguayos que huían de la dictadura y del desastre económico.
Hoy, en las provincias del sur de Ecuador, Azuay, Loja y Cañal, hay localidades donde sólo quedan mujeres, ancianos y niños. Los hombres emigraron en busca de trabajo y dejaron atrás a miles de familias desintegradas. Se dice que hay más de dos millones de ecuatorianos en el exterior, de una población de casi 13 millones. Puede que sean más. Entre 300.000 y 400.000 están en España, el destino preferido actual de estos nuevos fugitivos, por delante de Italia y Estados Unidos, aunque este país alberga la mayor colonia, superior al millón. Al observar los recursos de Ecuador cuesta comprender de qué huyen sus habitantes. Un país con una producción petrolera capaz de cubrir el año próximo más del 60 por ciento del presupuesto del Estado tendría que vivir sin sobresaltos.
La ola migratoria, consecuencia de la grave crisis que padece Ecuador, ha provocado diversos cambios en la estructura social del país y, lo que es más notable, se ha convertido en uno de los pilares que sostienen la maltrecha economía. Las remesas de los emigrantes superan los 1500 millones de dólares al año y constituyen ya la segunda fuente de divisas después del petróleo.
Magdalena Guamán, de 37 años, conoce el sabor agridulce del exilio. Lo probó durante seis meses en Madrid, de donde regresó hace poco. Cuenta maravillas de España, de la familia que la contrató y de los niños que cuidaba. “Todo el mundo me trató divinamente, pero el amor por mis hijos me iba matando. Me dije: estoy viva, sólo los muertos acaban dejando a los hijos así, como lo había hecho yo. Y decidí regresar.”
Volvió tan convencida a su país que ahora, si pudiera, colocaría un cartel inmenso en lo más alto de Quito “para que lo vieran todas las madres”. Con una frase sencilla: “No abandonen nunca a sus hijos”. Junto a los buenos recuerdos en Madrid conoció a “gente desesperada, que está sufriendo mucho y que no regresa por cobardía”. Muchos de los que no tienen papeles, cuenta Magdalena, están endeudados hasta las cejas por el dinero que les prestaron para viajar y que no pueden devolver. “Tienen miedo de volver y ser tratados de cobardes o fracasados, y además sin posibilidades de pagar a los usureros que reclaman el dinero con altos intereses.”
Magdalena Guamán ha recuperado a sus tres hijos –Pablo (12 años), Ricardo (11) y Bernardo (8)–, con los que vive en uno de los barrios pobres del sur de Quito. Pero no ha logrado la reunificación familiar. Su marido, José, vive en Nueva York desde hace un año y medio y después de una aventura dramática. Quería llegar a la ciudad estadounidense deslumbrado por las películas que le contaba su hermano, que vive allí.
Contrató a un coyote para que le consiguiera traspasar ilegalmente las distintas fronteras. El tipo le garantizó el viaje a cambio de 9500 dólares. “Estos coyotes viven como reyes. Basta con ver sus casas. En Cuenca hay un montón de ellos”, dice la mujer.
José zarpó del puerto de Manta en una embarcación con otros 60 ecuatorianos a bordo. El primer destino fue El Salvador. Allí cambiaron de barco y se dirigieron a México. La última etapa, ya por tierra, los llevó hasta Estados Unidos, pero tuvo mala suerte. Fue detenido en Colorado y deportado a México. Lo intentó de nuevo con ayuda del coyote –que ya había cobrado la suculenta paga–, y esta vez sí llegó al destino que ponía fin a un viaje de tres meses y medio.
A pesar de los buenos augurios del hermano, Nueva York no ha resultado ser ningún paraíso para José. “Todavía esta legalizándose, haciendo papeles –cuenta la esposa–. Es muy duro. La primera barrera es el idioma, que les inhabilita para un buen número de trabajos. Viven seis en una habitación. José se queja de la soledad y de la lejanía de la familia.”
Magdalena retira cada mes los 600 o 700 dólares que le envía puntualmente su marido. Una cantidad superior a la que José ganaba como conductor en Quito. No le faltan ganas de regresar a su país, pero antes tiene que saldar la deuda con el coyote. Además, los que han vuelto han comprobado que, con la dolarización, la vida está más cara que nunca en Ecuador. Un cartón de leche cuesta un dólar y medio y el salario mínimo es de 140 dólares.
“Nos decían que en España pagaban bien, de manera que podríamos mejorar nuestra situación y comprarnos una casita. Pero no fue así. Ahora estamos endeudados y la familia rota.” Enith Guamán, hermana de Magdalena, maldice el día que su marido se fue a España. Los 600 euros que gana no alcanzan para ir devolviendo el dinero que le prestaron para el viaje. Paga 200 euros de alquiler por el departamento que comparte con cinco ecuatorianos y envía a Ecuador unos 250 dólares cada mes, con los que tienen que vivir la mujer y cuatro hijas. En Quito era peón de la construcción y ganaba 80 dólares semanales.
Enith y Magdalena viven con sus hijos, siete en total, en una pequeña vivienda, a medio construir como todas las del barrio, que tiene una sala y cuatro dormitorios. Pagan 50 dólares mensuales. La escuela del barrio, auspiciada por el movimiento Fe y Alegría, está en manos de monjas calasianas, entre las que hay dos españolas. La directora, Carmen Pineda, explica que buena parte de los 710 alumnos tienen a sus padres o a algún familiar directo al otro lado del Atlántico. “Los chicos se sienten solos por la falta de afecto y cariño, rinden menos y les cuesta integrarse.” Hay casos de jóvenes que se niegan a hablar con el padre cuando llama por teléfono. “Es una actitud de rebeldía contra padres que han encontrado nueva pareja en España”, dice la madre Carmen.
La labor de estas religiosas es la tabla a la que se agarran muchas de las familias del suburbio. En cuatro años han puesto en pie “a pura minga” (sin ayuda de nadie) una escuela donde pastaban las vacas, se encargan de la educación de los chicos y cuidan de cerca, con ayuda de dos psicólogos, a las familias desmembradas. “Organizamos actividades, talleres por las tardes, y hemos creado microempresas en las que las mujeres comercializan artesanía, zapatos, muñecas y costura. Estamos logrando que recuperen su autoestima.” La primera donación fue de una madre que emigró y apenas llegar a España envió 10.000 pesetas.
Aprovechando la ola migratoria han proliferado negocios de todo tipo, que en algunos casos rozan la ilegalidad y en otros son abiertamente delictivos. Las mafias y las redes ilegales que prestan dinero a intereses del 12 por ciento mensual (chulqueros), cruzan fronteras clandestinamente (coyotes), expiden pasaportes falsos y prometen paraísos actúan con gran impunidad. La primera acción policial contra este tipo de actividades se produjo el mes pasado en Guayaquil, donde fue desarticulada una red de falsificación de documentos, entrega ilegal de permisos y pasaportes y “coyotismo”. El cabecilla de la banda era el subjefe de Migración, el mayor Renato Noboa. En los alrededores de la Embajada de España en Quito abundan las agencias de viajes que ofrecen no sólo gangas en billetes de avión, sino todo tipo de trámites “para viajar sin problemas”. Las casas de envío y recepción de dinero registran largas colas, especialmente los primeros días de cada mes.
La emigración no es ajena al imperio que ha levantado Héctor Delgado Alvarado, un ecuatoriano afincado en Nueva York, que empezó con una modesta agencia de envío de paquetes al extranjero y hoy regentea agencias de viajes, casas de cambio y de giros, una cadena de radio y acaba de abrir el Delgado Bank. En total opera en 62 ciudades de Ecuador y tiene 30 oficinas en Estados Unidos. El Grupo Radial Delgado enlaza cada domingo durante una hora con Madrid para que los ecuatorianos envíen desde el Retiro sus saludos y mensajes.
¿De qué huyen los ecuatorianos? Sin duda de la pobreza, en la que se halla inmersa el 80 por ciento de la población. Pero sobre todo de la falta de perspectivas para las nuevas generaciones, debido a una crisis política que se prolonga desde hace una década. Las cifras son elocuentes. El salario mínimo es de 140 dólares mensuales, que cubre menos del 50 por ciento de la canasta básica familiar (de cuatro miembros), que es de 330 dólares de promedio. Esta cifra oscila según las ciudades y tiene que ver con la emigración. Concretamente, con el efecto inflacionario de las remesas que envían los ecuatorianos en el exterior. Por ejemplo, Cuenca recibe cerca del 50 por ciento de estos envíos, y es la ciudad más cara.
Un médico u otro profesional gana 125 dólares al mes recién salido de la universidad. Lo máximo que puede obtener es entre 300 y 500 dólares, incluso trabajando para una empresa privada. Sólo las multinacionales pueden pagar sueldos de 7000 dólares, pero son casos excepcionales. Como contraste a los salarios de los profesionales, los políticos ganan más: un diputado ingresa 2500 dólares; un ministro, entre 3000 y 4000 dólares; un general, 3000 dólares, y el presidente de la República gana desde hace poco 8000 dólares al mes.
¿Hay esperanza? “Sí: Lucio Gutiérrez –exclama Magdalena Guamán–. Ese Noboa (Alvaro), que nació en una cuna de oro, no hizo en su campaña ninguna mención a los pobres. No tenía fe en él. En cambio, siento que Lucio habla con el corazón.”

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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El ex coronel Lucio Gutiérrez, ahora vestido de civil, saluda a sus simpatizantes.
 
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