EL MUNDO › PRESIONES ENCONTRADAS DESDE AFUERA Y DESDE ADENTRO PARA EL PREMIER ISRAELí

Netanyahu, Washington y Jerusalén

Tras negarse a las exigencias de Washington, propuso en su lugar una serie de medidas de “buena voluntad”. Pero ninguna de ellas es capaz de neutralizar el potencial inflamable que caracteriza al conflicto sobre Jerusalén.

 Por Sergio Rotbart

Desde Tel Aviv

Si bien sus ecos declamativos se han disipado, la crisis entre los gobiernos israelí y norteamericano en torno de la expansión de la presencia judía en Jerusalén oriental no ha finalizado. El gabinete liderado por Benjamin Netanyahu no ha aceptado los términos de la demanda que le comunicó al premier israelí la canciller de los Estados Unidos, Hillary Clinton, consistente en la interrupción total de los planes de vivienda en la parte este de la ciudad en disputa a la parte palestina, como la liberación de prisioneros, el levantamiento de barreras de control que restringen el movimiento de los habitantes de Cisjordania y la transferencia de zonas que se encuentran bajo el control militar de Israel a manos de la Autoridad Palestina (AP). Pero ninguna de ellas es capaz de neutralizar el potencial inflamable que caracteriza al conflicto sobre Jerusalén.

Sin la disposición o la capacidad de ceder en este terreno, Netanyahu sabe que la ira que en la administración de Barack Obama ha despertado la afrenta que su vicepresidente, Joe Biden, tuvo que soportar durante su reciente visita al país probablemente haya aminorado, pero el futuro de las relaciones bilaterales promete ser inquietante. El líder de la derecha israelí partió ayer hacia Washington, donde disertará ante los miembros del lobby pro-israelí (Aipac). Hasta el momento, no es seguro si se reunirá con Obama.

Cabe recordar que Biden llegó a Tel Aviv con el objeto de inaugurar las negociaciones indirectas (“conversaciones de aproximación”, de acuerdo con el idioma de la Casa Blanca) entre israelíes y palestinos. Su objetivo, empero, quedó relegado el mismo día de su arribo, a raíz del anuncio de un nuevo plan de construcción de 1600 unidades habitacionales en el barrio de Ramat Shlomo, ubicado en la parte oriental de Jerusalén. Y si bien el encumbrado visitante aceptó las disculpas de Netanyahu por el “lamentable incidente”, tras su partida la Casa Blanca se encargó de condenar al gobierno israelí en duros términos.

Además, algunas fuentes sostuvieron que el comandante del Mando Central del ejército norteamericano (Centcom), el general David Petraeus, responsable de las acciones militares en el Medio Oriente, culpó a Netanyahu de poner en peligro la vida de los soldados norteamericanos asentados en Irak y Afganistán. Si bien tal versión fue desmentida oficialmente, lo cierto es que Petraeus se refirió a la influencia negativa que irradia la no solución de los conflictos que Israel sostiene con los palestinos y con Siria.

Lo hizo en el marco del informe que presentó ante el Senado y la Cámara de Representantes, donde aseguró que la ausencia de negociaciones de paz entre israelíes y palestinos crea aversión en los gobiernos y las poblaciones de los estados árabes a estrechar la colaboración con las tropas norteamericanas, debilita a los regímenes moderados y refuerza la capacidad de Irán de fomentar la desestabilización de la región.

La parálisis diplomática –agregó Petraeus–, que a ojos de los musulmanes es el resultado de la preferencia que los Estados Unidos tienen por Israel más que por los árabes, alimenta también los esfuerzos que invierte Al-Qaida para reclutar adeptos y realizar atentados terroristas.

A algunos dirigentes que piensan que todo lo que el gobierno israelí de turno decide es siempre sagrado puede ocurrírseles que las declaraciones de Petraeus son “antisemitas” (como las definió Abraham Foxman, el titular de la Liga Contra la Difamación). Pero Netanyahu seguramente no ignora que tal pronóstico proviene de uno de los militares más prestigiosos y populares de su país y, por si no bastara, posible candidato del Partido Republicano a la próxima presidencia. Su apuesta a tensar la cuerda de las relaciones con la administración Obama conlleva un riesgo que en el pasado le costó la caída del poder a otro líder “inclaudicable” del partido Likud, el ex premier Yitzhak Shamir.

La explicación posible es que a lo que más le teme el actual titular de esa fuerza política es a la desarticulación de su coalición gubernamental, la cual sería provocada por la “renuncia” en un tema tan sensible para el imaginario nacionalista como el de Jerusalén. Aunque hipotéticamente podría desprenderse de los partidos de extrema derecha y reemplazarlos por Kadima (la fuerza que encabeza la ex canciller, Tzipi Livni), Benjamin “Bibi” Netanyahu aún no es capaz de demostrar que él es tan pragamático como Ariel Sharon, quien disolvió al Likud y creó una nueva e híbrida formación partidaria con el objeto de impulsar la retirada unilateral de Gaza.

La adopción de la solución basada en la fórmula de “dos estados para dos pueblos” demostró ser, al menos hasta ahora, un mero compromiso formal contraído por el premier israelí guiado por el objetivo exclusivo de sortear la presión norteamericana. De acuerdo con la misma lógica coyuntural es posible analizar la decisión de “congelar” la construcción de nuevas viviendas en los asentamientos judíos de Cisjordania por el lapso de diez meses. No sorprende, entonces, que tal “renuncia” no haya provocado la rebelión de los sectores más extremistas de su partido y de otras fuerzas ultranacionalistas que se identifican con los colonos. En realidad, ellos, y no Barack Obama, son sus verdaderos socios estratégicos.

La pretensión de querer avanzar en las negociaciones con la dirigencia palestina y, al mismo tiempo, no ponerle fin a la política expansiva en Jerusalén oriental puede mantener callado al frente interno, pero difícilmente contribuya a prolongar el statu quo regional por mucho tiempo. Siempre y cuando no actúe antes como detonante de un estallido de violencia generalizada, ese doble juego puede dilatarse a lo sumo hasta septiembre próximo, cuando vencerá el plazo de la paralización de la construcción en los asentamientos judíos de Cisjordania.

Si, entonces, Netanyahu osa declarar la reanudación de los planes de vivienda, la reacción de Washington será extremadamente más dolorosa que la reciente reprobación verbal. Si, por el contrario, decide prolongar el congelamiento edilicio de los asentamientos, deberá poner en práctica su reputación de pragmático y rearmar su coalición de gobierno.

Por otra parte, pese a que el distanciaminto entre Washington y Tel Aviv actúa a favor de la imagen moderada que transmite la dirigencia palestina oficial, ella también debe enfrentar dilemas cruciales. Luego de que durante el último año el presidente de la AP, Mahmud Abbas, se negó a negociar con el premier israelí debido a la no inclusión de Jerusalén en la interrupción del impulso colonizador, limitado sólo a Cisjordania, el sucesor de Yasser Arafat aceptó mantener conversaciones indirectas (con la mediación de los EE.UU.) con Israel.

La Liga Arabe le proporcionó la plataforma amortiguada que le posibilitó saltar de la elevada posición del rechazo absoluto, al declarar en forma oficial que promueve la reanudación del “diálogo de aproximación” entre ambas partes del conflicto. Los países árabes les hicieron un favor a los norteamericanos, a pesar de que éstos ya se olvidaron de los discursos conciliadores hacia el mundo musulmán que su presidente, Barack Obama, pronunciara en Ankara y El Cairo. Por cierto, es la primera vez en décadas que la dirigencia palestina le otorga a la entidad pan-árabe la concesión por sus resoluciones.

De esta manera, Abbas ha condicionado el avance de las relaciones diplomáticas con el gobierno israelí a la estrategia árabe-norteamericana anti-iraní, en la que conviven intereses opuestos. Por ejemplo, la legitimidad de cualquier acuerdo con Israel depende de la posibilidad de la AP, cuya autoridad se limita a parte del territorio de Cisjordania, de reconciliarse con el movimiento Hamas, que de hecho gobierna en Gaza. Y ello requiere el visto bueno de Siria y, por elevación jerárquica, también de Irán. La pregunta es si el respaldo pleno que Abbas recibe de los estados árabes y de los representantes del Islam en lo que respecta a Jerusalén no restringe su margen de maniobra encaminado a alcanzar la mínima unidad palestina que sostenga su representatividad nacional.

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Protesta en Beit Jala, Cisjordania, contra los asentamientos israelíes.
Imagen: AFP
 
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