EL MUNDO › OPINION

Los “indignados” y la Comuna de París

 Por Atilio A. Boron *

Tal vez por una de esas sorpresas de la historia el gran levantamiento popular que hoy conmueve a España (y que comienza a reverberar en el resto de Europa) estalla en coincidencia con el 140º aniversario de la Comuna de París, una gesta heroica en la cual la demanda fundamental también era la democracia. Pero una democracia concebida como gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo y no como un régimen al servicio del patronato y en el cual la voluntad y los intereses populares están inexorablemente subordinados al imperativo de la ganancia empresarial. Por eso las demandas de los “indignados” tienen resonancias que evocan inmediatamente aquellas que con las armas en la mano salieron a defender las parisienses y los parisienses en las heroicas jornadas de 1871. La comuna descreía con razón en la institucionalidad burguesa, insanablemente tramposa porque sólo le preocupaba consolidar la riqueza y los privilegios de las clases dominantes; exigía una democracia directa y participativa y la derogación del parlamentarismo, esa viciosa deformación de la política convertida en hueca charlatanería y ámbito de todo tipo de transas y negociaciones ajenas al bienestar de las mayorías; demandaba la creación de un nuevo orden político, ejecutivo y legislativo, a la vez, basado en el sufragio universal y con representantes revocables y directamente responsables ante sus mandantes; y reclamaba una democracia genuina, no ficticia, en la que tanto los representantes del pueblo como los burócratas del estado tendrían una remuneración equivalente a la del salario obrero, entre otras medidas.

Basta con echar una mirada a los documentos de los “indignados” para comprobar la asombrosa actualidad de las demandas de los comuneros y lo poco que ha cambiado la política del capitalismo. Los jóvenes y no tan jóvenes que revientan unas 150 plazas de España se rebelan en contra de la falsa democracia, surgida de las entrañas del franquismo y consagrada en el tan aplaudido Pacto de la Moncloa, exhibido ante los pueblos latinoamericanos como el seguro camino hacia una verdadera democracia. Una democracia que los acampados denuncian como un simulacro que bajo sus edulcorados ropajes oculta la persistencia de una cruel dictadura que descarga el peso de la crisis desatada por los capitalistas sobre los hombros de los trabajadores. Lo que la “ejemplar” democracia de la Moncloa propone para enfrentarla es facilitar los despidos de los trabajadores, reducir sus salarios, recortar los derechos laborales, congelar las pensiones y aumentar la edad requerida para jubilarse, disminuir empleo público, recortar los presupuestos en salud y educación, privatizar empresas y programas gubernamentales y, coronando toda esta estafa, reducir aún más los impuestos a las grandes fortunas y a las empresas para que con el dinero sobrante inviertan en nuevos emprendimientos.

La respuesta de la falsa democracia española –en realidad, una sórdida plutocracia– ante la crisis provocada por la insaciable voracidad de los capitalistas es profundizar el capitalismo, aplicando las recetas del FMI hasta que la sociedad se desangre y hundida en el desánimo y la miseria acepte cualquier solución. El famoso bipartidismo ha demostrado ser no otra cosa que las dos caras del partido del capital. Pero ahora el contubernio entre el PSOE y el PP se ha topado con un obstáculo inesperado: alentado por los vientos que desde el norte de Africa cruzan el Mediterráneo los jóvenes, víctimas principales pero no exclusivas de este saqueo, “han dicho ¡basta! y echado a andar”, como una vez lo expresara el Che Guevara. Ya nada volverá a ser como antes en España. Sin haber leído a los clásicos del marxismo, la vida les enseñó que no hay democracia posible bajo el capitalismo. Y que cuando aúnan sus voluntades, se organizan y se educan en el debate de ideas, su fuerza es capaz de paralizar a la partidocracia y derrotar la prepotencia del capital.

* Sociólogo y analista internacional.

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