EL MUNDO › UN ENVIADO DE PAGINA/12 CUENTA COMO SE VIVE LA PREGUERRA ENTRE LA GENTE DE EL CAIRO

Pasen y vean lo que es el bajón de la calle árabe

Se habla de “la calle árabe”, y de su posible reacción virulenta contra un ataque norteamericano a Saddam Hussein. Pero se olvida de que esa “calle árabe” se encuentra en realidad firmemente controlada –y desmoralizada– por las dictaduras pro y antiestadounidenses de la zona. Esta nota recoge lo que Página/12 pudo ver en Egipto.

 Por Eduardo Febbro

Sobre la calle estrecha que sube hacia el edificio de la Comunidad de Saint Paul, en el barrio cairota de Abbassieh, un hombre sentado en la puerta de un minúsculo negocio mira hipnotizado la televisión instalada a un costado del local. La imagen del secretario de Estado norteamericano Colin Powell ocupa el centro del aparato. Una voz en árabe traduce las palabras de Powell. Al final de la conferencia, el hombre vuelca la cabeza hacia un costado, escupe y dice: “Ese es el diablo”. Naser no dirá mucho más, a no ser una breve pero reveladora profecía: “Puede estar usted seguro, los árabes serán humillados una vez más. Va a ser como siempre. Las bombas caerán sobre la cabeza de Alá”.
Naser está seguro de que la guerra está cerca. A sus más de 85 años vio estallar unos cuantos conflictos y las mismas víctimas caer bajo las balas. “Los árabes –dice a media voz– somos carne de cañón para Occidente.” Todo indica que en un puñado de días Estados Unidos desencadenará en Irak su nueva cruzada y, sin embargo, el reloj monumental que ornamenta el edificio de la Liga Arabe marca la hora con atraso. Como si el organismo que reúne a las 21 naciones árabes y el presidente egipcio
Hosni Mubarak no quisiera que las agujas marcasen la hora en que la administración Bush lanzara su ofensiva contra Bagdad.
“Estamos en la cuerda floja”, admite un delegado de la Liga Arabe que no quiere que se cite su nombre. Luego agrega: “Cuando explote la primera bomba en Bagdad, la cuerda se romperá y nadie sabe hacia dónde iremos”. Por ahora, en Egipto reina un pesado silencio, apenas perturbado por las manifestaciones contra la guerra debidamente organizadas por el gobierno para demostrarle a la opinión pública que la libertad de expresión existe, sobre todo cuando hay que protestar contra los objetivos norteamericanos y defender al mismo tiempo la dignidad de la gran nación árabe. La última marcha de protesta reunió a más de 100.000 personas. Enmarcada y autorizada por el gobierno, la manifestación contó sobre todo con la asistencia de funcionarios obedientes, incapaces de provocar desórdenes. Entonaron cantos contra la administración Bush, sacudieron banderas y, cuando recibieron la señal, volvieron ordenadamente a sus casas. La administración les dejó la tarde libre y el gobierno aportó su contribución: tres dólares para los que no tenían auto, dos para los que contaban con él. Las multitudes árabes, la llamada sociedad árabe, brilla por su prolongada ausencia. El gobierno la mantiene circunscripta y controla todos sus movimientos. Farid Zaharan, un activista egipcio, admite que “en Egipto las calles están vacías, las multitudes no acuden porque acá está prohibido”. El margen de maniobra del presidente Mubarak es tanto más estrecho cuando que está cercado por dos extremos: por un lado, tiene la mordaza de una economía en caída libre, sostenida en gran parte con los 2000 millones de dólares de “ayuda” anual que recibe de los Estados Unidos, por el otro, la amenaza latente y efectiva de los movimientos islamistas radicales como los Hermanos Musulmanes, que denuncian “el pacto” entre El Cairo y Washington y la consiguiente “traición al mundo árabe” que se desprende de él. Es un péndulo, comenta un periodista local: “Mubarak no puede cortar los puentes con los Estados Unidos, ni tampoco reprimir totalmente las manifestaciones. Es preciso que haya un margen de protesta para que las tesis extremistas no prosperen. Asimismo, tiene que hacer todo lo que esté a su alcance para frenar la guerra porque se sabe que las consecuencias económicas serán importantes. Como en 1991 y 1998, Egipto pagará el tributo más alto”.
Saddam Hussein, sin embargo, ha perdido el encanto que tenía. Hoy, las preferencias de la población cambiaron de objeto. A pesar de que Farid Zahran reconoce que para los árabes “la cuestión de la guerra es un asunto de dignidad”, la figura preferida de “la calle” no es Saddam Hussein: “En los años 90, Saddam Hussein era muy popular en los barrios pobres como el de Imbaba. Ahora ya no. A Saddam se la cayó la máscara y con ella su aura en beneficio de Bin Laden”, analiza Patrick Haemi, un islamólogo que trabaja en el Centro de investigaciones francés de El Cairo.
Sede de la Liga Arabe, interlocutor privilegiado de Israel, Egipto ocupa un lugar central en todo el proceso de Medio Oriente. Pese a su ubicación estratégica y a sus raíces, las reacciones públicas de apoyo a Saddam Hussein o los movimientos de protesta contra la represión ejercida por Israel en las zonas palestinas son de muy baja identidad. Con todo, esa oposición existe... pero a puertas cerradas. Gasser Abdel Razek, un joven militante de los derechos humanos, explica que “el régimen de Mubarak juega con la opinión pública. Cuando le hace falta justificarse en el mundo permite que haya manifestaciones, después no. De todas formas, los egipcios se identifican más con la causa palestina que con Irak. Aquí, la oposición a la guerra es muy fuerte, aunque no sea más que emocional. Desde luego, ni yo ni nadie ve cómo una guerra puede facilitar el advenimiento de la democracia”. Las grandes ideas de George Bush no pasan y, para los egipcios, el “eje del mal” está del otro lado del Mediterráneo. Un religioso local destaca un hecho que salta a primera vista si se compara El Cairo de hoy con el de hace 10 anos: “El 11 de septiembre creó muchos problemas. Los musulmanes se sienten musulmanes pero en oposición a los cristianos, que representan el Occidente”.
Nunca como hoy hubo tantas mujeres con velo por la calle, ni tampoco tantos policías que, los viernes, el día de la gran plegaria musulmana, custodian los alrededores de las mezquitas. “Saddam desafió a los norteamericanos. Bin Laden fue la mano que los castigó”, dice sonriendo el empleado de un local de conexiones internet. No obstante, todas estas manifestaciones de rechazo se hacen en el reducido campo de lo privado o confidencial. “Es simple –explica Hichan Kassen, el redactor en jefe del Cairo Times–, acá la gente se calla la boca, el régimen impuso el silencio. Los partidos políticos no tienen fuerza y, si bien existen, los comités a favor de Palestina o Irak carecen de peso. En suma, entre los activistas y el gobierno está la población, pero esta aprendió a no hablar.” La conciencia política de la sociedad no vuela con sus propias alas. “Qué quiere –acota con ironía un joven profesor universitario–, la gente no es tonta. Hoy en día, el único que defiende a los árabes es un europeo, Jacques Chirac. Nuestros dirigentes están todos comprados, los países árabes no son más que una sucursal pobre de la Casa Blanca. Con un cuadro así, la sociedad no tiene ganas de salir a la calle. Si protesta, sus propios dirigentes árabes la reprimen. Entonces, mire, cuando me vienen a hablar de conciencia política, de cobardía de la población árabe, en fin, de todo eso, pienso que son puras tonterías. La sociedad sabe muy bien. Hoy, su defensor es Chirac y no los líderes. No hay remedio.”
Zoheir piensa lo mismo pero no esconde sus ideas: “La guerra contra Saddam Hussein es un puro invento de los Estados Unidos para que no se vea lo que se está haciendo en Palestina”, dice esta abogada que trabaja con las capas más pobres de la sociedad. Exaltación militante, denuncias entre dientes, humillación o resignación son los sentimientos más comunes. “De todas formas, el combate está perdido. Nada se puede hacer por Irak, ni siquiera manifestar”, afirma Assia, un estudiante de 24 años. Yusra, uno de sus amigos, va más lejos: “No vale la pena manifestar, comprometerse y hacerse notar demasiado para defender a Irak. Ya es muy tarde. Los norteamericanos ya decidieron pasar a la acción, van a golpear para demostrar que son los más fuertes”.
La modestia de la “bronca” egipcia es tanto más notoria cuanto que los muy radicales Hermanos Musulmanes, el partido más importante de la oposición, no se muestran jamás en las escasas marchas de solidaridad con los palestinos o de protesta contra la guerra. Golpeados por la represión, los Hermanos Musulmanes “esperan el momento apropiado”, según señala uno de sus simpatizantes. La frase muestra una dirección. En septiembre del año 2000, cuando se desencadenó la segunda Intifada, el poder egipcio había dejado que se crearan comités especiales articulados en torno de un puñado de militantes de los derechos humanos, algunos intelectuales y conocidos políticos catalogados de izquierda. Dos años después, el comité creció hasta convertirse en un compacto movimiento de solidaridad con el pueblo palestino.
Pero en abril del 2002, las manifestaciones estudiantiles a favor de los palestinos se transformaron de golpe en violentas críticas al gobierno, a su política frente a Israel y a la “pasividad del ejército”. Según analiza un periodista local, en Egipto el gobierno evita que se despierte la calle o, a lo sumo, “que lo haga de forma no controlada: no crea que lo que no ve no existe. La fuerza está ahí, y en cualquier momento se expande. El dilema que plantea la crisis con Irak es que, para los gobiernos árabes, a la larga o a la corta es un problema ineluctable”. No sin razón, algunos observadores locales recuerdan que el primer país en “pagar” las consecuencias de la Guerra del Golfo fue precisamente Egipto. Luego de la intervención norteamericana en Irak, el país sufrió una ola de atentados extremistas que se prolongó durante casi ocho años. El más célebre fue el ataque contra un hotel de Luxor, donde murieron cerca de 60 turistas alemanes. “Tampoco olvide un detalle”, señala con malicia un analista cairota: “La mano derecha de Bin Laden es un egipcio”.
Es cierto que los grupos radicales egipcios, a imagen y semejanza de Jamya Islamiya, constituyeron en su momento la “vanguardia” de Al-Qaida. Pero hoy, los atentados del 11 de septiembre se esfumaron en la nueva amenaza que pesa en la región. “Es una cuadratura del círculo”, asegura el jefe de redacción de un diario progubernamental: “Por un lado está el conflicto israelo-palestino, por el otro la crisis iraquí. En ambos casos, existe una desproporción simbólica que nadie puede ignorar y ello explica en mucho el sentimiento de humillación y de profunda desigualdad que siente la gente. Los dirigentes del mundo árabe se mostraron incapaces de resolver la crisis en círculo cerrado. Y encima, la amenaza de una guerra pone aún más en jaque la economía. Sea como fuere, somos nosotros quienes vamos a pagar la cuenta”.

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Comerciantes callejeros muestran sus bienes en medio de una recesión, y en un silencio apenas perturbado por las marchas oficialistas.
 
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