EL PAíS

Luis Barrionuevo una vida a cadenazos

Con la perfecta coherencia de la derecha peronista, sus 27 años de carrera los hizo esquivando el Código Penal. Lo de Catamarca ya es rutina: se encumbró tomando por asalto un sindicato ya en 1975. La historia de un protegido de Casildo Herreras y compañero de lista de Herminio Iglesias.

 Por Miguel Bonasso

Como muchos otros dirigentes de la derecha peronista, Luis Barrionuevo ha transitado por la vida sindical y política eludiendo con éxito esa molesta institución que es el Código Penal. “El Canciller”, como lo llama irónicamente otro cultor de la cadena, Alberto Brito Lima, acaba de coronar en Catamarca una trayectoria que empezó en 1975 cuando asaltó a mano armada la sede de la Unión de Empleados Gastronómicos que la Justicia le obligó a devolver .-48 horas más tarde– a la conducción de Ramón Elorza. En esos 27 años acudió una y otra vez a los palos, las cadenas y los fierros para ir trepando hasta demostrar .-en los hechos– lo que admitiría sin pudor en las palabras: que en este país “nadie hace plata trabajando”. En esos 27 años, en los que alcanzó la gloria como “recontraalcahuete” de Carlos Menem y, luego, como senador de Eduardo Duhalde y candidato frustrado a la gobernación de Catamarca, sus representados y el conjunto de la clase trabajadora descendieron al nivel más bajo de ingreso y a la hiperdesocupación más alta de la historia económica argentina. Eso sí, bajo las fotos de Perón y Evita.
Dicen que tanto Menem como Duhalde le tienen miedo y por eso le han hecho grandes concesiones. Lo cierto es que el viernes, mientras el bloque justicialista del Senado trataba de patear para adelante la expulsión del catamarqueño y su viejo enemigo Antonio Cafiero reclamaba que le asegurasen al sindicalista el “derecho de defensa”, el presidente interino aparecía en Olivos escoltado por su mujer Hilda González y Graciela Camaño, que además de ministra de Trabajo es esposa y asociada política de Barrionuevo.
La vida del gastronómico que no fue es la clásica de un “self-made man” y demuestra que hacerse desde abajo no garantiza nada. Luis Barrionuevo nació en Catamarca hace sesenta años y, según algunos biógrafos, fue monaguillo, lavacopas, cadete, peón de albañil, verdulero, cafetero y conserje de un hotel alojamiento. Lo único que no habría sido es mozo, es decir, gastronómico.
Su fortuna cambió cuando entró a trabajar en la seccional San Martín de la Asociación Obrera Textil (AOT) y logró acercarse .-según algunos como culata– a su secretario general Casildo Herrera. Años antes de que el textil, que fue secretario general de la CGT, se pasara su mítica goma de borrar y se escapara a Madrid. Con su apoyo, Barrionuevo alcanzó la secretaría general de la seccional San Martín de los gastronómicos que fue intervenida por Elorza. En respuesta, el flamante secretario ocupó manu militari la sede de la federación nacional.
Como muchos dirigentes justicialistas que embellecen su actuación en los años de plomo, Barrionuevo asegura que la dictadura militar le aplicó “la picana eléctrica”. Es curioso, porque años después él recomendaba que se la pusieran a quienes se habían robado los dineros públicos. No es muy común que un auténtico torturado se refiera de manera tan ligera a la picana. En todo caso, el delegado de la dictadura, Carlos Manuel Valladares, lo puso nuevamente al frente del gremio en 1979.
En las elecciones de 1983 fue tercero en la lista del PJ que encabezaban Herminio Iglesias y Jorge Triaca, los adalides del pacto-militar sindical y coautores intelectuales de la estruendosa derrota del peronismo. Los radicales volvieron a intervenir el gremio gastronómico y Barrionuevo los enfrentó, secretamente apoyado por una quintacolumna del propio gobierno que era el misterioso jefe de la Coordinadora, Enrique “Coti” Nosiglia. En 1985, Nosiglia consiguió nombrar a su correligionario Rafael Pascual al frente de la obra social de Gastronómicos. Y esto sellaría una asociación que –según algunas fuentes– se prolongaría hasta el presente: oportunamente la frepasista Graciela Rosso, que integró la conducción del PAMI, denunció que Barrionuevo y Nosiglia eran prestadores de esa obra social. Barrionuevo la desmintió con la energía que pone en todas sus cosas. A mediados de los ‘80, el Coti, ese príncipe negro que al igual que
José Luis Manzano en el peronismo mantiene su influencia sobre el palacio gobierne quien gobierne, habría ayudado a Menem, a través de Barrionuevo, para desplazar a Antonio Cafiero, a quien suponían –erróneamente– como el rival más peligroso para el oficialismo radical.
Para ese entonces el catamarqueño había logrado ya el control total del sindicato gastronómico. Barrionuevo ha dicho sin ambages que él puso un millón de dólares para el riojano y todo el mundo recuerda cómo le armó -a fuerza de aparato– el acto cenital de su campaña en la cancha de River Plate.
No por casualidad Menem lo puso al frente del Instituto Nacional de Obras Sociales (INOS), que pasaría a llamarse después Administración Nacional del Seguro de Salud (ANSSAL). Pero tuvo que pasarlo a un discreto segundo plano cuando soltó una de esas frases -.brutalmente cínicas y sinceras– que lo han hecho famoso: “Trabajando nadie hace plata”. Poco después, en un reportaje que le hizo la revista Gente, le explicó al cronista cómo había sido su propia experiencia: “Lo que te puedo decir es que el dirigente accede a otros ingresos. Uno le encarga un trabajo a un abogado del gremio, por ejemplo, y él le deja un porcentaje de sus honorarios. Es lícito: él deja un porcentaje que vos lo tomás para tus gastos, es una comisión para gastos. Vos lo tomás como caja, una caja que además te permite no entrar en el curro de las sobrefacturaciones”. A esa confesión añadiría su célebre profecía: “En la Argentina hay que dejar de robar por lo menos dos años”.
Pero entonces, lejos aún del “que se vayan todos”, cerca de la película primermundista de la que el país despertaría de un porrazo, eran pocos los que se molestaban por el sindicalista que jugaba al paddle y se mudaba de una modesta casa en Echeverría 2833 (San Martín) a la mansión de Villa Ballester que se compró a nombre de su segunda esposa, la entonces diputada Graciela Camaño, con 22 metros de frente, 50 de fondo, salida a otra calle y pileta de natación. Los papeles deben estar bien, la Justicia debe estar mal o Barrionuevo es un santo que sólo peca de palabra, porque lo han investigado dos veces por enriquecimiento ilícito y no han podido condenarlo.
Mientras tanto su vocación por la violencia espectacular no cedió un ápice y se incrementó cuando alcanzó la conducción de Chacarita Juniors y vio enriquecerse sus huestes con la barra brava de los funebreros. En su libro Donde manda la patota, el periodista Gustavo Veiga traza un pormenorizado relato del congreso de la CGT, celebrado el 10 de octubre de 1989, donde la pesada de los funebreros arrolló violentamente a los partidarios de Saúl Ubaldini.
La estrategia contemplaba un ingrediente adicional a la movilización de los militantes gastronómicos: una barra brava, quizás la más temida durante años, entraba en juego al grito tribunero de “funebreros, funebreros...”. Sus integrantes habían llegado desde San Martín, en el Gran Buenos Aires, casi hasta el corazón del centro porteño, a cuatro cuadras del Obelisco. En el momento en que el enfrentamiento se tornó inevitable, aparecieron los garrotes, las cadenas, trozos de botellas, cuchillos y sevillanas. La crónica consigna que Barrionuevo presenció lo que ocurría desde el primer piso del Teatro San Martín, rodeado de otros dirigentes del sindicalismo menemista, entre quienes se encontraba su cuñado y diputado nacional, Dante Camaño. Desde aquel púlpito con visión panorámica, el líder de los gastronómicos gritó: “Aprovechen ahora, que la policía separe a la barra”. El ex congresal Dellatorre evoca que el comentario generalizado era que Barrionuevo daba instrucciones desde arriba, desde los ventanales del primer piso. A él sí lo había visto pasar por el hall rodeado de un grupo pesado. Se movía sí, marcaba una presencia. Después, en el programa de su aliado Bernardo Neustadtcomentaría con la misma tranquilidad: “No estamos eligiendo la cúpula de la Iglesia, así que hubo algunos sopapos”.

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