EL MUNDO

Los duelistas

El devoto George Walker Bush llegó a ser el líder de la superpotencia mundial gracias a su padre, que solucionó todos sus entuertos. Antes de ser presidente era conocido por las ejecuciones en su estado, el de Texas. En el rincón del débil, Saddam Hussein se instaló hace 24 años en el poder y antes y después de hacerlo mandó a matar a miles de personas, incluyendo a uno de sus hijos, que sobrevivió.

SADDAM HUSSEIN.
Carnicero hipocondríaco

Dicen que le encanta mirar los videos que muestran a sus opositores cuando son torturados. Le gusta el whisky con hielo, escuchar “Strangers in the night” de Sinatra y ver El padrino una y otra vez. Mató a media docena de sus ministros e intentó asesinar a su hijo mayor, que quedó paralítico. Según varios testimonios, es tan hipocondríaco que obliga a sus funcionarios a ducharse delante de sus guardaespaldas antes de reunirse con él y, para evitar que le contagien enfermedades, exige que lo besen en el hombro. Sus padres eran campesinos sin tierra pero, a los 66 años, Saddam Hussein no sólo sigue gobernando Irak sino que ha logrado convertirse en el enemigo Nro. 1 de Bush.
Nació en un pueblo de campesinos al norte de Irak. Nunca conoció a su padre, que abandonó a su esposa antes del nacimiento. Ella le puso Saddam, “el que confronta”, y se volvió a casar con el matón del pueblo, que vivía de lo que sus hijos robaban y solía pegarle a su hijastro. Cuando cumplió 10, a Saddam lo mandaron a vivir con su tío Khayrallah, un oficial retirado que luego escribió su obra Tres cosas que Dios no debería haber creado: persas, judíos y moscas. Dicen que cuando estaba en el secundario, Saddam mató a un maestro y a uno de sus primos. A los 20 intentó entrar en la Academia Militar de Bagdad, pero lo rechazaron porque no había terminado el colegio. Empezó a militar en el partido Baath y participó en el intento de asesinato del primer ministro Abdul Karim Qasim. Tuvo que escapar a Egipto, donde vivió cuatro años y terminó la secundaria. A su regreso, creó el órgano de seguridad del Baath, donde se encargaba de eliminar a los disidentes. En 1969, ya como vicepresidente, mandó a ahorcar a 17 hombres acusados de espionaje. De a poco, Saddam fue matando a su ministro de Defensa, a su canciller y al jefe de Seguridad Interna. En 1979, jubiló al presidente iraquí Ahmed Al Bakr, que además era pariente suyo. Después Bakr apareció muerto pero, para entonces, Saddam ya era presidente de Irak. Luego vinieron la guerra con Irán, las matanzas contra los kurdos y la ocupación de Kuwait en 1990.
Desde la última Guerra del Golfo, Saddam no ha hablado con ningún periodista norteamericano, salvo Dan Rather, quien hace un mes lo entrevistó para la cadena CBS. Sólo dos personas saben siempre dónde anda: su hijo sai y su secretario Abed Hmud. Cuando viaja, sus guardaespaldas se dispersan en miles de direcciones para que nadie sepa dónde está. Nunca duerme en la misma cama y, a pesar de que tiene más de 20 palacios, a veces pasa la noche en casa de gente común. A la madrugada, se levanta y se va silenciosamente. El director de cine francés Joel Soler (que visitó Bagdad con la excusa de hacer un documental sobre la arquitectura de la ciudad) habló con uno de los arquitectos de sus palacios, que le contó que Saddam está construyendo la mezquita más grande del mundo. Después, el Departamento de Estado norteamericano le dijo a Soler que el tipo murió envenenado.
Otra que habló, y lo sigue haciendo desde el exilio, es Parisoula Lampsos, quien asegura haber sido la amante preferida de Saddam durante 30 años. Lampsos dijo que formaba parte del harén de Saddam y que éste no escatimaba Viagra para mejorar su performance en la cama. Según Parisoula, Saddam ordenó el asesinato de su hijo mayor Udai porque pensaba que era demasiado revoltoso y que podía ser un futuro rival. Pero el plan falló y Udai quedó paralítico.
Saddam es un hombre coqueto: hace gimnasia, se tiñe el pelo y vive atormentado por sus arrugas. Está recuperado del infarto cerebral que tuvo hace siete años y, aparte de una hernia de disco, su salud parece estar diez puntos. Su médico personal es Rodrigo Alvarez Cambra, un cubano que peleó con el Che en el Congo y es íntimo amigo de Fidel Castro. También operó a Saddam de la rótula pero, según informes de inteligencia norteamericanos, su rol más importante ha sido servir de emisario entre los dos presidentes.


GEORGE BUSH.
Dios, familia y patria

@Una tarde de 1993, George Walker Bush discutía con su madre si los no cristianos iban al Cielo. Bárbara opinaba que sí, y su hijo, que no. Para aclarar la duda llamaron al reverendo Billy Graham, viejo amigo de la familia. Este le dio la razón a George W., pero le advirtió que no jugara a ser Dios. A pesar de que profesa un “conservadurismo compasivo”, durante la gestión de George W. como gobernador de Texas se ejecutaron 135 personas, incluida una bisabuela de 62 años cuyo abogado ocultó pruebas que podrían haberla salvado de la inyección letal. En su autobiografía, el presidente norteamericano dice que “sólo Dios puede quitar la vida”. Pero aclara que esto sólo podría pasar “en un mundo perfecto”.
Cuando George Walker Bush cumplió 15, lo mandaron a un exclusivo colegio en la costa este. Quería ser beisbolista pero entró a la Universidad de Yale, a pesar de sus notas mediocres en el secundario. A duras penas consiguió un título en historia, aunque, según la revista Newsweek, en esa época se destacó en las artes del beber. En 1968, entrar a la Guardia Nacional era, para muchos, la vía más respetable para evitar ir a Vietnam. A pesar de que había una gigantesca lista de espera, George W. fue admitido enseguida. Mientras allí se entrenaba como piloto, salió con la hija del presidente Nixon, que le mandó un jet para que no llegara tarde a la cita. En 1976, lo detuvieron por manejar borracho. Tuvo que pagar una multa y le sacaron el registro. Por esas fechas conoció a Laura Welch, una maestra texana con la que se casó en 1977. Luego fundó una compañía petrolera, pero fue un fracaso. James Baker, amigo y luego secretario de Estado de su padre, lo salvó de la quiebra. Años más tarde, Baker encabezaría el equipo de abogados con el que derrotó a Gore.
Cuando su padre fue electo presidente en 1988, George W. compró un equipo de béisbol, los Texas Rangers. En el ‘93, se postuló para la gobernación de Texas. En su campaña ya hablaba de defender a “América de la amenaza extranjera”. Ganó con el 53 por ciento de los votos. En su gestión, se opuso al aborto y bajó la edad de imputación para los delincuentes juveniles. Fue reelecto y, en el 2000, rechazó todos los pedidos de clemencia para posponer la ejecución de una bisabuela de 62 años cuyo abogado había ocultado las pruebas que hubieran podido salvarla. Por entonces, Texas y Florida, gobernada por su hermano Jeb, encabezaban el ranking de ejecuciones del país.
Asumió como el mandatario más cuestionado en la historia de Estados Unidos. Había perdido las elecciones por más de medio millón de votos frente a Al Gore. Pero después de 36 días de batallas legales, el hijo del ex presidente Bush llegó a la Casa Blanca gracias a un fallo de la Corte Suprema. Según Nicholas Kristoff, periodista del diario New York Times, sin su padre, George W. no hubiera entrado en Yale, administrado un equipo de béisbol ni gobernado Texas. Y, ciertamente, no hubiera sido presidente. En el primer año de su mandato se mostró inexperto y desinteresado. En Internet empezaron a florecer los compilados de “bolufrases” de George W. El ácido escritor norteamericano Gore Vidal preguntaba: “¿Cómo pueden elegir a alguien que ni siquiera puede leer o escribir?”.
Pero los ataques del 11 de septiembre le dieron otra oportunidad. Sobre todo, para completar la tarea que dejó inconclusa su padre, cuando dio órdenes a su ejército para desistir de avanzar hacia una Bagdad destruida por 39 días consecutivos de bombardeos. Ahora, asesorado por el secretario de Defensa, aprovechó el enojo de los estadounidenses por la tragedia de las Torres Gemelas, inauguró la guerra del siglo XXI, contra el terrorismo y el “Eje del Mal”, comenzando por Saddam Hussein, aquel de quien se dice que intentó matar a su padre. En octubre del 2001, Bush gozaba del índice de popularidad más alto de la historia estadounidense. Hoy está seguro de que tiene a su lado a Dios, quien sin duda no admitirá a los iraquíes que morirán. Salvo a los pocos cristianos que hay en Irak, claro.

Informe: Milagros Belgrano.

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