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El eslabón más débil

Sin Egipto, los árabes no pueden hacer la guerra, pero sin Siria, no pueden hacer la paz.” Esta fórmula de Henry Kissinger, tan característica de su tendencia a la acuñación de frases célebres antes de tiempo, traslucía una visión del mundo basada en el conservadorismo. Vale decir: Egipto existía, Siria existía, Israel existía, y el conflicto entre todos ellos debía ser resuelto mediante una juiciosa aplicación metternichiana del concepto de balance de poderes.
Pero. en la época de Kissinger, el poder estadounidese estaba contrabalanceado por el arsenal nuclear disuasivo de la URSS, mientras en la época de Donald Rumsfeld, actual secretario de Defensa norteamericano, EE.UU. es militarmente la hiperpotencia única. En el fondo, lo único que sorprende de esta guerra de rediseño global del mundo es que no haya ocurrido antes. Ya que las condiciones para ella estaban dadas por lo menos desde 1991, con el desplome de la URSS. Esta no era una guerra inevitable, pero se volvió posible por la combinación de dos contingencias: los atentados del 11 de septiembre –que sacaron a George W. Bush de su siestera insularidad texana– la presencia más o menos accidental en el Pentágono de un grupo de halcones civiles con una visión del mundo tan revolucionaria y desestabilizadora como la revolución de derecha que ya había experimentado el escenario internacional. Un puñado de estrategas solitarios está cambiando la dirección del mundo.
En la época de la URSS, una amenaza a Siria hubiera puesto a Washington en una hipotética línea de fuego nuclear con Moscú. En este momento, Siria no puede defenderse. Su arsenal militar es poco más que una colección de viejos tanques oxidados soviéticos T-72. Pero protege a la guerrilla integrista de Hezbolá en Líbano, también respaldada por Irán, y cuya artillería hostiga intermitentemente a las poblaciones del norte de Israel. Desde esta perspectiva, el refuerzo de los aprietes estadodunidense a Damasco hace sentido, sobre todo cuando sus divisiones están a las puertas. El régimen sirio, basado en una minoría y dirigido por el hijo de Hafez al Assad, es débil. Bashar Al Assad, un oftalmólogo educado en Londres, ha llevado sus declaraciones antiisraelíes a una estridencia sin precedentes. Eso sugiere debilidad. Su intransigencia contra las ofertas israelíes de la devolución del Golán también sugiera debilidad: tal vez la paz no convenga a su supervivencia. Y si cae Siria, Irán, que EE.UU. ve como el patrocinador mundial del terrorismo, se queda solo. Esa puede ser la dirección de las escaladas retóricas de ayer.

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