EL MUNDO › LAS CLAVES DEL TRIUNFO DE OBAMA, QUE OBTUVO UN SEGUNDO TéRMINO EN LAS ELECCIONES PRESIDENCIALES DE ESTADOS UNIDOS

Un país partido, con profundos cambios sociales

Obama mantuvo y amplió la base electoral demócrata en muchos distritos, confirmando que el formidable aparato político de activistas y militantes sigue vital y conectado con las bases de clase baja y de las minorías raciales y sexuales.

 Por Ernesto Semán

Desde Nueva York

Barack Obama logró la reelección como presidente de los Estados Unidos con el respaldo de más de sesenta millones de votos, una cifra impactante por donde se la mire. Pero el efecto más significativo y duradero de la elección no aparecía ayer en los números de la victoria sino en las fotos y los discursos de los ganadores, que parecían desmentir los estereotipos más acabados de la sociedad norteamericana. Un conglomerado de negros, latinos, mujeres y gays accediendo al poder político, una base política socialmente heterogénea de trabajadores y clases medias apoyando propuestas políticas seculares y pluralistas, parecen un reflejo más acabado de los cambios que vivió Estados Unidos en las últimas décadas, frente al verdadero tren fantasma que ofreció el Partido Republicano alrededor de su candidato, Mitt Romney. Pero la realidad, como siempre, es mucho más complicada que esto. A sólo dos semanas de tamaña victoria, Obama deberá enfrentar un debate en el congreso para evitar el presunto “abismo fiscal”, una discusión impuesta desde hace años por los republicanos y que pondrá a prueba la forma en la que esta nueva ola demócrata se relaciona con los principios conservadores fundamentales que su propio partido abraza desde hace décadas.

Como sugiere el dicho mexicano, “no es tanto lo mucho como lo tupido”. La diferencia de votos entre Obama y Romney en la elección del martes no es tan grande, apenas dos puntos. Pero ese margen escaso les alcanzó a los demócratas para imponerse en casi todas las disputas de esta elección, incluyendo la reñida competencia en Ohio, Florida, Colorado o Wisconsin. Aun sin los números definitivos, es difícil que Obama llegue a los casi 67 millones de votos que obtuvo hace cuatro años. El apoyo de anteayer no tuvo el entusiasmo del 2008, pero la baja de votantes puede tener otras causas. Obama mantuvo y amplió la base electoral demócrata en muchos distritos, incluso en estados como Carolina del Norte, donde perdió frente a Mitt Romney, pero obtuvo más votos que cuando ganó, en el 2008, confirmando que el formidable aparato político de activistas y militantes sigue vital y conectado con las bases de clase baja y en su mayoría negros. Algo de la baja de votantes a nivel nacional, en cambio, se explica por razones más circunstanciales: la emergencia generada por el huracán Sandy hizo que millones de personas no fueran a votar en estados como Nueva York y Nueva Jersey, donde Obama de todos modos se impone con holgura.

Para los demócratas, tan importantes como los números fueron las caras que mostraron uno y otro partido en la noche del martes, una distancia abismal que sugiere que el partido de Obama está consolidando la expresión de una nueva mayoría. Los demócratas ganaron las elecciones para senador nacional en estados marcadamente republicanos como Indiana, Missouri y North Dakota. En Massachusetts, Elizabeth Warren ganó la banca de senadora nacional con una plataforma progresista con un fuerte acento en una mayor intervención del Estado en la economía. Más significativa aún fue la victoria de Tammy Baldwin por la senaduría por Wisconsin. Baldwin no sólo fue hasta hoy una diputada con una agenda liberal (para los estándares de Estados Unidos), sino que será desde ahora la primera senadora nacional que ha hecho pública su homosexualidad como una simple preferencia. Su triunfo, además, se produce en un estado donde los demócratas llevan adelante una larga ofensiva contra el gobernador republicano, quien ha propuesto uno de los programas más radicales de reducción de derechos laborales para docentes y empleados públicos. La llegada de esta nueva ola de demócratas se produce con el trasfondo de una multitud de plebiscitos en cada estado, donde sectores liberales lograron triunfos impensados hace sólo cuatro años en temas como el matrimonio igualitario y la legalización del consumo de marihuana (ver recuadro).

El Partido Republicano, por el contrario, fue la expresión frontal de un pensamiento social ultraconservador. Como lo sintetizó anoche en Twitter James Wolcott, el periodista de Vanity Fair: “La próxima vez candidateen a menos filósofos de la violación”. Se refería a la ola de candidatos republicanos (casi todos blancos, hombres, mayores, millonarios) representada en Todd Akin, el postulante a senador por Missouri que sugirió que las mujeres víctimas de una “violación legítima raramente quedan embarazadas” (sic), a fin de justificar su oposición al aborto. Akin y otros candidatos que sostuvieron posiciones similares perdieron las elecciones el martes, para festejo de los más liberales de entre los demócratas. Y si bien los republicanos mantendrán el control de la Cámara baja, las caras más visibles de la ultraderecha, como Joe Walsh de Illinois y Allen West de Florida, también perdieron sus respectivas elecciones.

Así visto, el contraste entre uno y otro partido fue uno de los más acentuados que pueda recordarse, mayor incluso que en la década del ’60, época en la emergió el consenso republicano de las cuatro décadas siguientes. En buena parte, eso explica el explosivo entusiasmo que generaron los resultados. Aunque, viendo la mitad vacía del vaso, también abre el interrogante sobre cómo fue posible que candidatos como Akin y tantos otros, con plataformas desembozadamente medievales, hayan estado a punto de ganar y hayan obtenido, en varios casos, cerca del 40 por ciento de los votos.

Obama y Romney expresaron el martes dos caras distintas y opuestas de los Estados Unidos, pero el punto de partida de ambos no es el mismo. Las últimas dos elecciones presidenciales sugieren que el Partido Demócrata está instalado sobre la base de un cambio demográfico de los Estados Unidos que el Partido Republicano, desde sus actuales fundamentos ideológicos, está incapacitado para registrar. En la medida en que su centro siga siendo marcadamente anti-estado de bienestar, anti-sindicatos, anti-inmigración, anti-derechos de la mujer y anti-derechos de las minorías, está condenado a aplastarse a sí mismo bajo un techo social y político cada vez más estrecho. Para tener una perspectiva de la importancia del cambio demográfico sobre el que se monta esta nueva foto social del país, una referencia familiar e ineludible de la política argentina es la relación que se estableció en la década del ’40 entre la política y una sociedad cuya composición había cambiado radicalmente. La masiva inmigración del campo a las grandes ciudades, la superposición de viejos y nuevos inmigrantes y el progresivo alejamiento de ambos de la vida de campo para entrar a la actividad obrera y comercial fueron todos cambios que, vistos hoy, ayudan a explicar qué tipo de sociedad fue la que Perón intuyó primero e interpretó después para consolidar su movimiento político.

Puesto así, los demócratas parecen tener garantizada la vida eterna. No es así. Cierto, una forma de evaluar la vitalidad del pensamiento conservador es leer la declinación electoral del Partido Republicano. Pero otra forma de leer lo mismo, menos complaciente, es ver cómo una parte importante de la agenda de Ronald Reagan de los ’80 ya no depende de la salud de los republicanos, en la medida en que se ha transformado en una especie de bien común que atraviesa todo el arco político. Las ideas de austeridad doméstica y de seguridad nacional abrazadas por Obama dibujan en el horizonte cercano un límite para la nueva ola de demócratas, quienes una vez más intentarán el ejercicio imposible de conciliar sus ideas más frescas con aquellas que erosionan la misma legitimidad sobre la que se montó su triunfo. La experiencia indica que a la cuarta vez que un demócrata intenta argumentar su compromiso inquebrantable con la austeridad fiscal y la seguridad nacional empieza a competir en un terreno en el que los republicanos son, con justas razones, dueños de casa.

Ese es el escenario que Obama deberá enfrentar en diez días, cuando el Congreso abra el debate sobre “Abismo fiscal”, título que por sí solo refleja el origen y el final de la conversación, dirigida a reducir el gasto público y desmontar progresivamente el estado de bienestar. Las posibilidades de que Obama se monte sobre los números y las cualidades de su victoria del martes para cambiar esa discusión siempre existen. Pero en primer lugar enfrenta los límites institucionales de un congreso con una Cámara baja de mayoría republicana a lo que hasta ahora nunca encontró la forma de forzar. Y por arriba de eso, se moverá con los límites de su propia vocación negociadora. Durante su primer mandato, el presidente tardó dos años en reivindicar como propio el nombre de “Obamacare” con el que los conservadores bautizaron su propuesta de expansión del seguro de salud. Las chances de que la nueva ola demócrata consolide una propuesta política propia se juegan, en buena parte, en que Obama actúe más rápido con el nombre y el contenido de su agenda inmediata.

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El presidente Barack Obama y el vicepresidente Joe Biden festejan el triunfo, acompañados por sus mujeres, Michelle Obama y Jill Biden.
Imagen: AFP
 
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