EL MUNDO › OPINION

Arafat vuelve a la escena

 Por Claudio Uriarte

Es un error identificar la invasión estadounidense a Irak y la Hoja de Ruta propuesta por Estados Unidos para la paz en Medio Oriente como señales emitidas en la misma longitud de onda, de rediseño del mapa regional. En realidad, se trata de dos políticas opuestas: la primera es efectivamente para cambiar el mapa, mientras la segunda apunta al viejo mapa. Nuevamente, los acontecimientos en la región parecen extrapolaciones del permanente psicodrama político entre el Pentágono y el Departamento de Estado: Donald Rumsfeld, el protagonista de la guerra a Irak, denomina a Cisjordania y Gaza los “así llamados territorios ocupados”; Colin Powell, el representante de la vieja guardia diplomática norteamericana, quiere en esos lugares un Estado palestino cuya concreción viene fracasando desde el mismo inicio del proceso de Oslo, en 1993. Lo que ocurrió entre la invasión a Irak y la Hoja de Ruta fue una decisión política de la campaña de reelección de George W. Bush, cuyos arquitectos consideraron preferible que el comandante en jefe luciera ahora un poco más como el hacedor de paz. Pero la paz y la guerra en Medio Oriente se resisten a seguir los dictados del juego político interno en Estados Unidos. En otras palabras, son cosas que se deciden en Medio Oriente, no en Estados Unidos.
Lo ocurrido ayer en Gaza (ver crónica principal) es una irrupción de realidad dentro de un esquema artificial, basado en la presuposición de que el poder estadounidense podía decidir un cambio en el liderazgo palestino. Dicho de otro modo, el rechazo de Al Fatah y cuatro organizaciones palestinas armadas y radicalizadas al alto el fuego anunciado por el nuevo primer ministro Mahmud Abbas es, entre otras cosas, la respuesta de Yasser Arafat al intento de su marginalización. Pero esto no debe reducirse a una cuestión de vanidad personal ofendida; en todo caso, hay que entender que la vanidad de Arafat tiene un lugar de bienvenida y coherencia en la compleja naturaleza política del policéntrico movimiento que lidera, que está fraccionado en varios bloques, lo que determina que su único punto de unidad sea rehén del veto de sus facciones más radicalizadas. Abbas, el primer ministro palestino, era y es una invención norteamericana, como lo era y es la Hoja de Ruta hacia la paz. Por eso, la concreción del alto el fuego pareciera requerir, como primer paso, más fuego. Es decir: algo bastante parecido a una guerra civil interpalestina, comenzando con el desarme, casi inevitablemente violento, de los violentos. ¿Abbas y su jefe de seguridad, el coronel Mohamed Dahlan, están dispuestos a eso? Y, suponiendo que lo estuvieran, ¿tienen los medios para hacerlo? Porque, como con los viejos acuerdos de Oslo y Arafat, una lectura realista de los hechos indica aquí que, mediante la Hoja de Ruta y su entronización como primer ministro, Estados Unidos ha tratado de nombrar a Abbas como jefe de policía de Cisjordania y Gaza. Eso falló con Arafat, y no es claro por qué tendría que tener más éxito con Abbas, un funcionario gris al que la calle palestina apenas conoce, que en las últimas encuestas lograba apenas un dos por ciento de popularidad, y que tendrá aún menos si los palestinos lo visualizan como un aliado de la ocupación israelí. En última instancia, la interna palestina se dirime según quien tenga más poder de fuego, y la experiencia de absorción de los viejos cuadros militantes dentro de la policía palestina muestra que esa policía tiende a proteger a los militantes, no a los pacifistas.
Esto sugiere que la continuación de la guerra, y no la paz, es el horizonte visible para Medio Oriente. Será, como es hoy, una guerra de baja intensidad y de desgaste, que puede prolongarse tanto como los antagonistas quieran. Del lado palestino, el resultado serán más muertes, más pobreza, más deterioro de la economía civil, y más odio. Del lado israelí, una compleja mezcla de acciones punitivas ofensivas con la medida más defensiva de todas, que es la construcción de una muralla deseparación física entre israelíes y palestinos –que paradójicamente puede prefigurar las fronteras de un futuro Estado palestino–.
Del lado norteamericano, la evolución es más difícil de predecir. En el pasado, la respuesta del secretario de Estado a la dificultad de llegar a un acuerdo con Arafat fue un mayor involucramiento del secretario de Estado, con la consiguiente devaluación de su figura y de su papel como mediador. También en el pasado, cada intento pacificador de Colin Powell encontró su respuesta en la forma de atentados palestinos cada vez más sangrientos y disruptivos del proceso de paz. Con el comunicado conjunto de ayer, es como si 10 de esos atentados hubieran tenido lugar.

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