EL MUNDO › OPINION

Política y religión entrecruzadas

 Por Washington Uranga

Imagen: AFP.

El viaje del papa Francisco, que comenzó en Cuba con el histórico abrazo con el patriarca Kiril de la Iglesia Ortodoxa rusa y que continúa ahora en México, es un paso más dentro de una estrategia político-religiosa meticulosamente pensada por Jorge Bergoglio en la que se contemplan tanto cuestiones de alta diplomacia internacional vinculadas a la búsqueda de soluciones a los conflictos en todo el mundo, como aquellos aspectos que buscan recuperar para el catolicismo un papel central en el escenario religioso de la humanidad. Ambas cuestiones aparecen siempre entrecruzadas y sin aparente conflicto y contradicción dentro la estrategia de acción del papa latinoamericano.

El abrazo simbólico del papa católico con el Patriarca de Moscú y Todas las Rusias en territorio cubano ocurrió después de un largo proceso de labores diplomáticas realizadas con la mayor discreción y secreto, una característica propia del modo de funcionamiento diplomático vaticano que se acentuó con la llegada de Bergoglio. Ese encuentro puede leerse desde distintos ángulos. Desde lo religioso significa un paso importante de Francisco en la búsqueda del acercamiento entre las grandes religiones monoteístas del mundo. Un avance gigante, dicen los que son expertos en temas vaticanos, sobre todo teniendo en cuenta que es el primer encuentro entre las dos máximas autoridades de ambas iglesias desde el cisma que se produjo en el año 1054. Importante también porque se trata de dos grandes comunidades que, si bien tienen diferencias doctrinales, son cristianas ambas y por tal motivo se identifican en creencias fundamentales básicas. La declaración conjunta firmada por Francisco y Kiril no hace referencia solo a relación entre las dos iglesias, sino que defiende los valores cristianos, reivindica la libertad religiosa y aboga por la paz en el mundo. “No somos competidores sino hermanos” se afirma en una parte del documento para dejar de lado toda forma de proselitismo mientras se comprometen a “extender el Evangelio” por el mundo.

Desde el punto de vista político y en lo que atañe a la paz mundial, por la que ambos líderes se comprometen a trabajar, hay una preocupación explícita por la problemática situación de Ucrania donde los cristianos ortodoxos están enfrentados entre sí al alinearse detrás de la lucha entre rusos y nacionalistas ucranianos. Kiril y Francisco quieren que los cristianos aporten a la paz en Ucrania, incluyendo en ese pedido a los católicos para que aporten a la solución del conflicto. Vladimir Putin, el presidente ruso, también ha visto con buenos ojos el acercamiento entre los líderes de ambas religiones y nadie debería perder de vista que, al margen de las cuestiones circunstanciales, el encuentro entre ambos se haya realizado en territorio cubano con Raúl Castro como anfitrión de ambos no es una mera casualidad sino que el mandatario cubano aportó mucho actuando como enlace entre Roma y Moscú, usando sus nexos políticos y la buena relación tanto con Kiril como con Francisco.

Francisco, que ha dicho en varias oportunidades que en el mundo se libra actualmente una suerte de guerra mundial a través de centenares de conflictos diseminados por todo el planeta, está convencido de que las grandes religiones monoteístas pueden hacer un aporte esencial a la paz. Por eso el papa católico se mueve en el doble sentido de intervenir en la medida de sus posibilidades para facilitar los encuentros que solucionen conflictos, pero también para construir una suerte de gran alianza mundial de las religiones por la paz.

México es otro capítulo. Por lo que ese país significa dentro del escenario del catolicismo latinoamericano (es el segundo país católico de la región con el 85 por ciento de la población que se declara católica; 90 por ciento en 1970) y con una arraigada devoción popular por la Virgen de Guadalupe. “Hasta los ateos son guadalupanos en México”, dijo el Papa al arribar al país. Una de las preocupaciones que Bergoglio llevó a Roma desde América latina cuando fue elegido como papa fue precisamente la de avanzar en una “gran misión” para recuperar el papel protagónico del catolicismo en el mundo. En esa estrategia, América latina, el continente con mayoría católica, es la gran “base de operaciones” que debe ser recuperada y fortalecida para desde aquí reinstalar la “ofensiva misionera” a escala universal.

Pero México también es un país atravesado por un sinnúmero de conflictos que van desde casi la mitad de la población que vive en situación de extrema pobreza hasta la corrupción, la violencia y el narcotráfico. Como lo ha hecho en todas sus visitas Francisco tiene en territorio mexicano también el desafío de insistir desde la mirada de los pobres y marginados buscando las mejores palabras para demandar soluciones pero sin entrar en conflicto con el presidente Enrique Peña Nieto (foto) que, en un hecho histórico, le abrió las puertas del Palacio Nacional. Es la primera vez que un papa visita ese lugar, a pesar de que en 1992 se restablecieron las relaciones diplomáticas del estado laicista mexicano con la Santa Sede después de un deshielo que ya se había iniciado en 1979 con la visita de Juan Pablo II para asistir a la Conferencia General de los Obispos Latinoamericanos en Puebla. El papa polaco volvió luego en cuatro oportunidades (1990, 1993, 1999 y 2002) y Benedicto XVI lo imitó en 2012.

Sin apartarse formalmente de la laicidad que impuso la revolución mexicana, México recibe oficialmente a Francisco como jefe de Estado y no como jefe de la Iglesia. Pero el presidente Peña Nieto en su discurso de bienvenida le manifestó que “reconocemos en usted a un líder sencillo y reformador que está llevando la Iglesia Católica a la gente”. “Es la primera vez que el Sumo Pontífice es recibido en este histórico recinto, símbolo de las buenas relaciones. México quiere al papa Francisco por su bondad y calidez”, reafirmó Peña Nieto al acogerlo en el Palacio Nacional.

El itinerario previsto para Francisco lo enfrenta a distintos escenarios y públicos con demandas que atienden no solo a los pobres que exigen justicia, sino también a los enfrentamientos étnicos, al drama de los inmigrantes mexicanos que buscan por todos los medios acceder al “sueño americano” y mejores condiciones de vida en Estados Unidos y, en general, a los temas de violencia y corrupción que preocupan a la mayoría de los habitantes del país del norte.

Hay también cuestiones internas para solucionar en la Iglesia mexicana, en particular entre sus obispos, a muchos de los cuales se los acusa de ser aliados del poder. Raúl Vera López, el obispo de Saltillo, considerado uno de los prelados más abiertos del episcopado mexicano, ha dicho que “hay un ‘efecto Francisco’ en los ciudadanos, pero aún no en la Iglesia. Somos los obispos y sacerdotes los que tenemos que convertirnos a la integridad del Evangelio”.

Bergoglio sabe que las distintas víctimas de estas situaciones esperan de él una palabra, un apoyo. Algunos piden “señalamientos fuertes” sobre todos estos temas. Francisco seguirá con su estrategia y ubicará su prédica en el lugar que le permita revalidar su condición de líder religioso cercano a los problemas de los pobres, pero sin perder su lugar de interlocutor de los factores de poder que ven en él un referente importante de la política mundial y por eso lo aceptan, aunque consienten a regañadientes y con restricciones su reiterado discurso a favor de los pobres y los marginados de todo tipo.

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