EL MUNDO › LA RECONSTRUCCION SE POSTERGA Y PIDEN LA SALIDA DE LOS NORTEAMERICANOS

Si EE.UU. se va, hay caos; si no, también

Por Juan Miguel Muñoz *
Desde Bagdad

Irak no arranca. Nueve meses después de la caída del régimen de Saddam Husein, la pregonada reconstrucción –que exige la inversión de 55.000 millones de dólares hasta 2007– no ha comenzado, y ya afloran brotes de impaciencia en un país que a duras penas malvive. La inseguridad paraliza casi toda iniciativa. Son muchos los funcionarios y analistas que aseguran que, sin la presencia de las tropas estadounidenses, el caos está a la vuelta de la esquina. Pero la inmensa mayoría se apunta a la tesis de que mientras se prolongue la ocupación no habrá estabilidad ni prosperidad.
“Washington debe empezar a transferir el poder inmediatamente”, exige Nasir Kamel Chaderji, un abogado y hombre de negocios miembro del Consejo de Gobierno. “La Autoridad Provisional de la Coalición no puede mantener las decisiones finales sobre finanzas y seguridad”, añade Seyyid Mohamed Bahar al Ulum, un anciano líder chiíta miembro de este organismo, que nada puede impulsar sin el visto bueno del administrador norteamericano, Paul Bremer.
El portavoz del Ministerio de Planificación, Abdelzohra El Waheed, fija prioridades: “La electricidad es el principal problema económico. Las instalaciones no se han empezado a reconstruir por la falta de seguridad. Y no se comenzará hasta ya entrado el año, cuando lleguen las empresas extranjeras”. Las 800 centrales eléctricas se hallan en un “pésimo estado”, según el ministro de Electricidad, Ayham Al Samarrai. Y el panorama no es halagüeño. Al Samarrai asegura que la producción alcanza en la actualidad 3600 megavatios al día. “En junio se elevará hasta los 4000. Tal vez 7000, con la ayuda de países vecinos”. Es insuficiente. Según el ministro, Irak necesita “20.000 megavatios”.
El gigante norteamericano General Electric anunció hace una semana que confía conseguir contratos por varios miles de millones de dólares en los próximos años. De momento, espera. Decenas de miles de comerciantes y ciudadanos disponen en sus locales y viviendas de pequeños generadores. Los cortes del fluido superan las cinco horas diarias en cualquier barrio de Bagdad. El estruendo de estos aparatos es tan habitual como las tremendas colas ante las gasolineras, cada vez más vigiladas por tanques norteamericanos.
Irak cuenta con las segundas reservas probadas de crudo, después de Arabia Saudita. Pero es casi seguro que las hileras de vehículos para llenar los depósitos no tienen parangón. La producción petrolera ronda en estas fechas los 2,2 millones de barriles diarios. En el mes de marzo, según las previsiones del Ministerio del Petróleo, se alcanzarán los 2,8 millones, el mismo nivel que antes de la guerra. Pero si los insurgentes siguen con sus sabotajes contra los oleoductos –90 desde el 1º de mayo– la penuria no cesará. “Falta el 40 por ciento del combustible que necesitamos”, destacó recientemente el portavoz del Ministerio del Petróleo, Assem Yihad. Los malpensados esgrimen que la escasez es deliberada. “Ya ocurrió en la época de Saddam. Mientras la gente tenga que esperar cinco y seis horas para repostar, no podrán dedicarse a otras tareas más peligrosas”, afirma Alí, un ingeniero que imparte clases en la Universidad por 170 dólares al mes, el salario que cobra un profesional calificado.
Sólo la telefonía móvil, uno de los sectores más lucrativos en un país en el que las redes fijas están destrozadas, parece que marchará a corto plazo. Dos empresas kuwaitíes –Wataniya y MTC– dominan los consorcios que se han hecho con las concesiones en el norte y en el sur de Irak. En el centro operará la egipcia Orascom, que mantiene estrechos vínculos con compañías norteamericanas. Y trabajan a destajo los importadores de alimentos, electrodomésticos y coches –favorecidos por la suspensión delcobro de impuestos en las fronteras–. En el mercado bagdadí de Al Shorcha abunda el grano guatemalteco, las pasas de Irán, el coco de Sri Lanka, las bananas de Ecuador, salchichas de Brasil, champiñones chinos, carne libanesa... Es una válvula de escape para el creciente malestar de los iraquíes.
Si el embargo decretado por la ONU contra el régimen de Saddam en 1991 sumió a Irak en una década de penuria, ahora se vislumbran otros lastres para el futuro. Sana Al Uari, doctora en Economía de la Universidad de Bagdad, lo tiene claro: “La nueva clase política no conoce el país, la corrupción es enorme y no hay estabilidad. Si la privatización no se conduce adecuadamente, este país acabará como Rusia, donde unos cuantos se han hecho con el poder y el dinero. Además, las personas mejor formadas trabajaban en el sector público y no tienen experiencia ni dispondrán de créditos para montar sus empresas”. Por si fuera poco, Irak acarrea una deuda externa de 120.000 millones de dólares –sin contar los 200.000 millones por compensaciones de guerra a Kuwait–. Al menos, se anuncia una sustancial reducción por parte de los acreedores occidentales.
Pero el tiempo apremia. Rafik Abdelkader, ingeniero de 40 años, es un desempleado que está deseando que se forme el nuevo gobierno iraquí, el 1º de julio. Pero no es que albergue la más mínima confianza en las nuevas autoridades. Sólo ansía tramitar su pasaporte para emigrar. “Sólo hay promesas, promesas”, asegura resignado. “En Irak se van a pelear por el poder las diferentes etnias, kurdos y árabes; los sunnitas y los chiítas. Además, están los norteamericanos. Mire Afganistán. ¿De verdad ha empezado a mejorar? No voy a envejecer esperando.”

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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