EL MUNDO › TODAS LAS VOCES DE UNA SOCIEDAD BAJO ASEDIO

Adónde va Israel

El Israel de hoy es una sociedad cada vez menos dividida, y más virada hacia la derecha en pos del imperativo de la autodefensa. En este artículo, el enviado de Página/12 recorre el amplio espectro detrás de este consenso.

 Por Eduardo Febbro

“¿La gente de la izquierda israelí? No les haga caso. Están locos. Quieren la paz.” El vendedor de sandwiches de la calle Agripa, en el centro de Jerusalén, suelta la frase con una sonrisa. Está seguro, convencido de que “la única forma de terminar con el terrorismo es salir de la situación de asfixia en que los palestinos colocaron a Israel”. Aunque extrema, su opinión encuentra un amplio eco en la sociedad. Los terribles atentados del último año y medio reforzaron la conciencia “de la seguridad imperativa”, al tiempo que desmembraron la legendaria confianza israelí. “Esta es una sociedad irreconocible en medio de una situación incierta”, dice un periodista de la sección política del diario Haaretz. Las cifras bastan para probar elocuentemente la frase: a lo largo de 18 meses, la intifada de Al-Aqsa dejó un saldo de más de 460 muertos y 4000 heridos, puso a Israel en el banquillo de los acusados de la comunidad internacional y dejó herido el corazón de una comunidad. “Estos son tiempos oscuros para Israel. El daño que nos estamos causando a nosotros mismos será, en parte, irreversible”, pronostica el ensayista Gideon Levy. El dolor se confunde con un sentimiento de desquite del que no está exenta la confusión. Quienes dialogan con los israelíes no tardan en darse cuenta de que incluso alguien que está equivocado puede tener razón. Sólo estando en Israel es posible tomar conciencia de lo que significa viajar en un autobús con la sensación de que una bomba puede explotar en cualquier momento.
Las interrogaciones sobre el destino de Israel son una constante que demuestra que algo ha cambiado en el sentimiento nacional. Hace unas semanas, Ami Ayalon, líder ascendente de la izquierda, ex general y antaño jefe de los servicios de seguridad interior (Shin Bet), decía: “¿Cómo llegamos a esto? ¿Qué lecciones debemos sacar de lo que hicimos y no hicimos? ¿Qué debemos hacer?”. Pregunta política y existencial cuyas raíces se explican según lo que el politólogo Moshe Zuckerman califica como “la depresión israelí”. Para Zuckerman, todo el problema actual “radica en que los israelíes no son aún capaces de aceptar la idea de que es la política que llevaron a cabo la que los llevó al lugar en el que se encuentran”. Mucho más elocuente, David Grossman, uno de los escritores israelíes más famosos, escribe, no sin dolor: “De nuevo aparece la extraña contradicción: por un lado, desde el punto de vista militar y económico y también a raíz de la solidaridad que reina entre sus habitantes y la determinación para defender su país, Israel es uno de los Estados más potentes de Medio Oriente; del otro, ese Estado se muestra de una asombrosa fragilidad: en el fondo de su alma y de una forma casi trágica, le falta confianza en su existencia, en la fe que, algún día, pueda tener un porvenir en esta región”.
A pesar de la “unión nacional” en torno a la lucha contra el terrorismo, la intensificación de los atentados abrió el diálogo social entre las llamadas “palomas” (los partidarios de la paz) y los “halcones” (favorables a la guerra). El escritor B. Yehososhua reconoce que “la crisis ha establecido un puente entre las ideas. Hay dos sectores marcados. Halcones y palomas intercambian sus opiniones”. Habría que agregar que “halcones” y “palomas” cambian incluso de partido. A raíz del sentimiento de inseguridad generalizada, Israel ha protagonizado una de las mudanzas electorales más asombrosas de su historia: los electores de la izquierda, laboristas o Meretz, fueron quienes constituyeron la “mayoría” de Sharon.
“Una de las espinas dorsales de la sensación de inseguridad pasa por los atentados y las extensas y controvertidas negociaciones con lospalestinos. La guerra ha ido pasando de generación en generación hasta el momento crítico de hoy sin que la solución definitiva se haya plasmado en algún momento: ¿qué más quiere Arafat? Firmamos los acuerdos de Oslo, se le concedió su legítima autonomía, se cedió en muchos otros terrenos y, sin embargo, no aceptó el pacto de Camp David. Arafat hubiese podido conseguir su Estado palestino y le dijo que no a Barak. Su respuesta fue más terrorismo. En un momento u otro hay que poner término a esto. Debemos acabar con el terrorismo salvaje, con la ejecución de civiles que salen de sus casas a trabajar y luego hay que juntar sus cuerpos en pedazos”, dice un teniente del ejército israelí. Es un reservista que ha sido llamado a participar en la fase actual de la operación Muro Defensivo y no se negó a hacerlo. El resentimiento de que es objeto Arafat tiene doble filo: por un lado, de manera masiva la sociedad lo responsabiliza de los atentados, por el otro la opinión pública siente una profunda frustración porque no firmó los acuerdos de paz. “El paraíso estaba al alcance de la mano. Yo pertenezco a la generación que creyó en el proceso de paz, que maduró con las negociaciones, con el ideal de que la convivencia con los palestinos era posible. Pero ahora considero que tenemos derecho a defendernos”, dice Assaf, un joven ingeniero de sistemas de alta calificación.
Tom Segev, uno de los más prestigiosos historiadores israelíes de fama mundial, asegura con todo que, “sin Estado, los palestinos no saldrán del ciclo del terrorismo”. Segev analiza la fase contemporánea como una ocasión perdida, tanto más cuanto que, argumenta, “hace más de un año estábamos llegando al término de la misión del sionismo, es decir, vivir en seguridad en un Estado judío aceptado por sus vecinos”. Analista fino y profundo, Segev hace un paralelismo inteligente entre los dos procesos de “existencia”, o sea, los palestinos e Israel: “La OLP recorrió un largo camino pasando del rechazo del sionismo a la aceptación de Israel. Nosotros también pasamos de la idea según la cual los palestinos no existían al reconocimiento de la OLP y, luego, a la idea de compartir Jerusalén”. El intelectual israelí está convencido de que la “mayoría de los israelíes está dispuesta a desmantelar las colonias y a aceptar un Estado palestino”.
Sin embargo, como en Israel nada es simple, las “ideas” de aceptación o no-aceptación de un Estado palestino son las que tradicionalmente establecían la división entre “izquierda” y “derecha”. Aquí, los valores de izquierda o derecha no funcionan con relación a la economía o a conceptos sino en función de la posición respecto del conflicto con los palestinos. La izquierda es la que anhela la paz mediante un compromiso, la derecha aquella que opta por la línea de Sharon. Aquí incluso el contexto ha variado bajo el dolor de las terribles imágenes de los atentados palestinos en la vía pública. Haim, profesor de ingeniería, reconoce sin culpa haber “votado por Barak, como siempre. La izquierda fue mi cuna, pero ya no”. Sus simpatías por Sharon son evidentes y vienen a consolidar los argumentos que arrojan los sondeos de opinión. Según las encuestas más recientes, el 20 por ciento de la población se sitúa a la izquierda, el 18 en el centro y bastante más del 50 en la derecha, sea la moderada o la más intransigente.
La minoría de izquierda concede sin rodeos que “comprende a los palestinos. Si a mí me ocurriese lo que les pasa a ellos, quizá seguiría el mismo camino”, asegura Benyamin, un militante del partido de izquierda Meretz. Pero la línea roja está cerca. El universitario Ron Pundak acota que “cuantos más atentados se produzcan en Israel, más los palestinos reducirán al silencio ese círculo de la izquierda que a lo único que aspira es a hablar con ellos”. Hoy la problemática principal la plantean los kamikazes. Matar a los otros matándose a sí mismo es una forma de violencia que ha despistado a la sociedad. En este sentido, David Grossman sostiene: “Esos suicidios representan un fenómeno que nadie en el mundopuede afrontar. Su empleo, tan amplio y ya rutinario, puede arrastrar a Israel a reacciones peligrosas y alejar la necesaria reflexión lógica”.
Es un ciclo infernal en el que se confunden el miedo, la frustración, la inseguridad, la rabia y el desaliento de un pueblo que sufrió y atravesó las peores contingencias como el exilio o el holocausto. Aunque habla de paz, la derecha israelí detenta argumentos contundentes. Raanan Gissin, portavoz de Ariel Sharon, repite a quien se lo pregunte que “la paz es nuestro objetivo natural. Pero como los regímenes árabes no son democráticos, la única manera de alcanzar la paz es por la fuerza. Duele pero resulta inevitable”.
La explicación se complica cuando se analiza de cerca la historia y la composición demográfica de la sociedad israelí. Israel es el único país del mundo creado mediante una resolución de las Naciones Unidas. La primera comunidad judía que se estableció en Israel en 1948 constaba de 600.000 personas. Hoy el país está habitado por más de cuatro millones de personas. La cifra no incluye al poco más de un millón de los llamados árabe-israelíes, los palestinos que se quedaron en sus casas contra viento y marea y que, aun en la actualidad, están considerados como ciudadanos de segunda clase. Allí se encuentra el gran temor de Israel y el poderoso escollo que ha trabajo constantemente el proceso de paz. La base de la nacionalidad israelí es la pertenencia a la identidad judía. Pero el 20 por ciento de la población árabe es visto como una amenaza para el futuro de Israel. Por ello, cuando Arafat reclama como condición irrenunciable a la firma de los acuerdos de paz el retorno de los refugiados palestinos (más de tres millones de personas), el muro se torna infranqueable: “Esta cuestión no se negocia. Es el punto sin retorno”, es lo que dicen todos, de izquierda o de derecha, en Israel.
“No hay suficiente tierra, ni agua, ni alimentos para todo el mundo. Todos los palestinos no pueden volver”, asegura David, un médico de las afueras de Jerusalén. “No podemos permitir que los refugiados vuelvan, si no el Estado de Israel desaparecería”, afirma Issac Yitzhak Levy, dirigente de la formación de derecha PNR, Partido Nacional Religioso, hoy miembro del gobierno de Sharon. Esta cuestión no conoce fisuras: el 99 por ciento de la población comparte este principio. “La única salida que nos queda es el diálogo”, sostiene Grossman. A lo cual, Tom Segev agrega: “Los terroristas no nos doblegarán, pero nosotros tampoco doblegaremos al movimiento nacional palestino. Al final habrá una negociación”.

Compartir: 

Twitter

Una familia palestina (arriba) contempla el paso de un carro de transporte de personal israelí en Belén, Cisjordania.
SUBNOTAS
 
EL MUNDO
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.