SOCIEDAD › MADRES DE HIJOS QUE SE FUERON DEL PAIS CREARON UNA ASOCIACION PARA DARSE CONTENCION

Qué va a ser de ti lejos de casa

Algunas fueron a Ezeiza a despedirlos. Otras no pudieron. Todas tienen la misma angustia: la de las madres que se quedaron sin sus hijos en la Argentina por culpa de la crisis. En la organización se ayudan a elaborar el duelo. Y asesoran a otros que se quieren ir para evitarles futuros fracasos.

 Por Andrés Osojnik

Es la tranquilidad de saber que allá están mejor. Es el temor, la duda: ¿estarán allá mejor? Es el dolor de estar comprando mandarinas y recordar que a él le gustan mucho y largarse a llorar en medio de las góndolas. Es ser madres de los que se fueron, de los que decidieron que aquí ya no quedaba nada por intentar. Ahora, las que también intentan empezar de nuevo son ellas. Empezar a convivir con la idea de la ausencia, con el duelo de quedarse, con la inédita experiencia de ser madres a distancia. Para intentarlo en conjunto, ya se organizaron en una asociación en la que se dan contención mutua, pero también brindan un servicio a los que se quieren ir: les ofrecen información y orientación, para que al dolor del desarraigo no se sume el dolor de un fracaso.
Son las Madres desarraigo. Son madres que fabricó una crisis que se mete de mil formas en la vida de la gente. La asociación fue creada dos años atrás, pero en los últimos
meses una avalancha de pedidos y consultas la tiene a punto del desborde. “El teléfono no para de sonar. Y mails (madresdesarraigo@hot mail.com) nos llegan veinte por día”, cuenta Adriana Abba, presidenta de la entidad.
Adriana es psicóloga. Ella no tiene hijos en el exterior, pero por su profesión se había convertido en dique de contención de varias amigas que transitaban aquel duelo. Hasta que Edith Rodríguez, con uno de sus dos hijos en el exilio económico, le propuso hacer un grupo terapéutico. Adriana, entonces, dobló la apuesta y se largó a organizar una asociación.
“Empezamos a trabajar con las mamás en un colegio. Luego nos ofrecieron un espacio en el CGP4, donde estamos funcionando ahora”, cuenta. Allí, en el barrio de San Cristóbal, las madres se reúnen el primer miércoles de cada mes. “Las madres llegan con el bagaje de tolerancia nulo y aquí intentan encontrarle el hilo a la situación –explica–. Hubo casos en que a los diez minutos se levantaron y se fueron: no pudieron resistirlo. Pero la mayoría ya se siente mejor al juntarse con otras madres, ver que están pasando por lo mismo, sentirse acompañadas en el mismo dolor. En alguna reunión llegó a haber cien madres.”
–Más allá de la lógica angustia, ¿qué otras sensaciones plantean las madres al llegar al grupo?
–Un tema común es el problema de no saber cómo viven sus hijos afuera. No conocer la casa, el lugar. Eso genera mucha incertidumbre. Si tienen la suerte de viajar a verlos, eso las calma mucho. Haber visto las condiciones de vida, que el departamento está limpio, que tiene calefacción, la cuadra donde caminan todos los días, el café. Conocer esos detalles reduce esa ansiedad. Y el otro gran tema son los nietos. Eso es muy angustiante e imposible de resolver.
–¿Logran resolver esa ausencia?
–El hijo se va con los afectos internalizados, pero los nietos no internalizarán a los abuelos. No habrá figura del abuelo que mima, que deja comer en el piso y esas cosas. Y muchas veces hasta hablará otro idioma. La partida del hijo lo sobrellevan, pero la ausencia del nieto no lo pueden manejar.
Para contener también esas angustias, en la asociación ya están pensando en crear un subgrupo de abuelas. La idea es darles la oportunidad de acercarlos a otros nietos: juntar juguetes para llevarlos a chicos humildes, recolectar y arreglar ropa para algún hogar.
Broncas
Alicia Fara es una de las madres más activas en la asociación. Tiene experiencia: sus tres hijos se fueron. Roberto, el mayor, de 30 y diseñador gráfico, se fue a Barcelona en octubre de 2000. Y en enero pasado partieron las otras dos, Carolina, de 28, también diseñadora gráfica, y Verónica, de 27, diseñadora de indumentaria. Ahora viven los tres hermanos juntos, en la misma casa. “Mi marido se enoja, pero yo estoy contenta. Ellos están bien, se van abriendo caminos”, dice. Adriana, la psicóloga, la mira. Desconfía.
–Bueno, tengo ataques de furia –reconoce entonces–. Es que ya no existen más ruidos de llaves, las pisadas de cada uno, los olores de ellos. Cuando se fueron Carolina y Verónica dije que voy a sacar las camas y desarmar todo. Pero después no lo hice. Vacío queda más frío.
Edith Rodríguez también revela sus broncas, con el dolor de haber visto irse a Australia a uno de los hijos. Pero en su caso, la furia tiene una mezcla de culpa. “Me da bronca el país, que hizo que mis hijos se tuvieran que ir. Pero también tengo culpas porque yo no hice nada para cambiarlo. Yo no aprendí a escribir con la palabra mamá, yo aprendí a escribir con la palabra Evita. Ya ahí tendría que haber hecho algo. Pero no lo hice. Cualquier día de éstos me van a ver con un cartel en la Plaza de Mayo”, se envalentona.
–Da bronca que este país no les dé lugar a nuestros hijos –se suma Alicia–. Pero yo me dije, tengo que transformar esta bronca en accionar.
Y se puso a trabajar en Madres desarraigo: es una de las madres que asesora y orienta a otras madres cuyos hijos quieren irse. Y a los que quieren irse también.
La fuga
Esa es la otra gran actividad de la asociación. “Cuando Madres desarraigo empezó a crecer, vimos que en ningún lugar se brindaba asesoramiento para los que se quieren ir. Y nos pusimos a trabajar en eso. Acá orientamos e informamos gratuitamente a los chicos sobre trámites para ingresar a otro país, sobre cómo es más probable que consigan trabajo, sobre los riesgos de quedarse como ilegales”, explica Adriana Abba.
–¿No es contradictorio que por un lado busquen contener a las madres de los que se fueron y por otro ayuden a otra gente a irse?
–Orientar no es facilitar. Facilitar sería decirles a los chicos lo que quieren oír. Y acá les contamos la realidad. Que si se van sin un contrato laboral, sin un proyecto real y concreto, es muy difícil que puedan realizarse donde van.
Ahora son las seis de la tarde del miércoles. El día y la hora en que cada miércoles las madres se juntan en el CGP4, de Sarandí al 1200, para brindar ese asesoramiento. Stella Maris acaba de llegar. Tiene 56 años y un hijo único de 25, Leandro. Que proyecta irse a España con la ilusión de que su título universitario de técnico en administración hotelera no sea un cuadro que decore la pieza de un taxista. Aún no se fue: tiene todo proyectado para hacerlo en mayo. Stella Maris, por las dudas, ya se acercó a Madres desarraigo a buscar ayuda para el duelo por venir.
“Mi hijo es muy responsable –cuenta–. Siempre trabajó, estudió, pero en mayo del año pasado en el hotel donde trabajaba hubo reducción de personal y quedó afuera. Y ahí no consiguió más trabajo. Unos parientes en España están buscando contactos. Y él distribuyó su currículum por internet. Yo creo que lo va a lograr, estoy segura porque él no es un aventurero.”
–¿Tiene la ciudadanía española? –le preguntan.
–No.
–Tampoco un contrato.
–No.
–Entonces que se olvide de encontrar trabajo.
A Stella Maris se le acaba de derrumbar algo. Y las madres-desarraigo lo saben. “Muchos chicos vienen acá y quieren que uno les avale la ilegalidad. Pero nuestra obligación es contar lo que les va a pasar en serio en el lugar donde vayan”, apunta Alicia.
Adriana Abba traza entonces el cambio de perfil de los que se iban antes y los que se van –o se quieren ir– ahora. “Hasta el año pasado –explica–, el 90 por ciento tenía título universitario, sabía hablar uno o más idiomas además del castellano, intentaron hacerse un lugar en laArgentina y no pudieron. Las edades oscilaban entre 25 y 30 años y tomaban muchos recaudos. Iban con direcciones, contactos, bien informados, con contratos ya seguros. Ahora todo cambió. Se fueron chicos de hasta 18 años. Casi todos lo único que tienen es el título secundario, no tienen la ciudadanía. Se tiran a la pileta. Y uno ya sabe que ni alquilar van a poder, porque a los tres meses se van a transformar en ilegales.”
La reunión por momentos es caótica: la ansiedad de cada uno de los que busca irse no da tregua. Se mezclan preguntas, dudas, angustias, más dudas, consejos. Es una reunión de las madres y de una nueva categoría social que ellas definieron: el “hijo excluido del país”.

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Un grupo de madres de la entidad junto a otras que llegan a buscar ayuda. En el centro, Adriana Abba, presidenta de Madres desarraigo.
 
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