EL MUNDO › COMO ES LA INTRIGA QUE EMPIEZA A DESARROLLARSE CON LA SUCESION DEL PONTIFICE

Claves para la “novela policial” cardenalicia

“La Santa Sede se asemeja a veces a una novela policial cuyos protagonistas no son un detective y varios sospechosos sino los príncipes de la Iglesia”, comenta un especialista francés del mundo vaticano. Y esta máxima se aplica más que nada a la lucha de poderes que se iniciará cuando los cardenales empiecen a dirimir la identidad del próximo ocupante del trono de Pedro.

Por Eduardo Febbro
Desde París

La sucesión del papa Juan Pablo depende más de una lucha de poderes interna que de un acuerdo celestial. Ciento diecinueve purpurados, restringidos al más estricto silencio y protegidos por el sello del secreto, deben decidir en la Capilla Sixtina quién será el papa número 265, el jefe terrestre de una iglesia que cuenta con más de mil millones de fieles en el mundo. ¿Será un papa joven encargado de asumir la continuidad de la línea de Juan Pablo II? ¿O será un papa mayor quien tome las riendas de la Iglesia a fin de asumir la dirección vaticana por un período de transición y permitir así la limpieza del aparato dejado por el dirigente polaco y reorientar la Iglesia hacia la olvidada “doctrina social cristiana”?
La elección papal en el cónclave del Sagrado Colegio no tiene ni candidato oficial, ni programa, ni campaña.“En el curso del último año y medio ni una sola vez se evocó entre nosotros la cuestión de la sucesión del Papa”, dice el arzobispo francés de Lyon, Philippe Barbarin, uno de los posibles “papables”. Difícil creerle cuando se conocen las luchas intestinas entre las diferentes corrientes de la Iglesia: Opus Dei, aparato polaco, el controvertido “clan de los polacos” cuya cabeza más visible es su secretario personal, Stanislaw Dziwisz, la curia italiana, progresistas, reformistas, tercermundistas, conservadores, italianistas, internacionalistas, moderados, administradores. “La Santa Sede se asemeja a veces a una novela policial cuyos protagonistas no son un detective y varios sospechosos sino los príncipes de la Iglesia”, comenta un especialista francés del mundo vaticano.
La guerra entre los príncipes purpurados y el contexto internacional determinan el nombre de quien reemplazará al primer Papa no italiano desde el año 1522. Los vaticanistas destacan que si el Papa hubiese muerto en marzo de 2003, habría sido imposible nombrar a un santo padre norteamericano. Pero los principales escollos con los que choca la Iglesia son precisamente las “galaxias de poder” y lo que el cardenal Carlo Maria Martini llama “los nudos doctrinales y disciplinarios”. En este sentido, el escritor, periodista y vaticanista italiano Giancarlo Zizola, autor del libro El otro rostro de Karol Wojtyla, advierte que la profusión de corrientes y la influencia que detentan “plantean el problema del control interno de esos movimientos. Se trata de una cuestión muy seria que constituye uno de los grandes desafíos que esperan al sucesor del Papa”. Zizola también reconoce el otro ángulo de la crisis, es decir, el hecho de que “la Iglesia sufre de una parálisis provocada por la ortodoxia rígida del papado de Juan Pablo II”. La crisis es aguda y, según el especialista, “está ocultada por el triunfalismo organizado por el Vaticano a través de los medios de comunicación. La Iglesia de Juan Pablo II es una burbuja especulativa, una iglesia superexcitada”. A este respecto, Zizola explica que Juan Pablo II supo utilizar como nadie el fervor religioso de los movimientos laicos nucleados en distintas corrientes: carismáticos, Comunión y Liberación, camino neocatequésico, Opus Dei. Esos mismos movimientos encarnan a su vez su propia estrategia: espiritualismo amplificado, conservatismo doctrinario y activismo.
El conservadurismo papal es sin dudas el ala dominante en la iglesia actual y, Josef Ratzinger, el amo y señor de la curia, jefe supremo de la Congregación para la Doctrina de la Fe, es el personaje más emblemático de la rigidez teológica del pontificado de Juan Pablo II. Ratzinger, apodado “el inquisidor del Vaticano”, es el autor de las medidas más conservadoras del mandato papal. Fue él quien dictó las medidas disciplinarias contra los protagonistas de la Teología de la Liberación, quien sacó de la cruz el famoso Domum vitae contra la procreación asistida por médicos y el no menos famoso y tajante Dominus Jesus, es decir, la supremacía de la Iglesia Católica sobre las demás religiones. En torno de él y otros insignes personajes está lo que los observadores llaman “la mafia blanca”, es decir, el Opus Dei. Es lícito reconocer que el Opus Dei nunca tuvo una influencia tan grande como durante este mandato. Juan Pablo II hizo de sus miembros su propia guardia personal, a la vez administrativa y teológica y, en 1982, le otorgó un estatuto administrativo con considerable poder autónomo. La organización creada por Escrivá De Balaguer en 1929 –canonizado por el Papa– se convirtió en una diócesis extraterritorial, una iglesia dentro de la Iglesia. Juan Pablo II hizo del Opus Dei una preladura personal. La guerra entre los “progresistas” y los “deístas” constituye uno de los episodios más antagónicos del reino del papa polaco. Los primeros se quejan de los privilegios políticos y la influencia teológica de los segundos, y éstos, a su vez, ponen en tela de juicio la pertinencia social de los principios de los primeros. Pero el Opus Dei es la cara y el alma del Vaticano. Ratzinger es el “alma teológica” doctrinal y Navarro Valls el mismísimo portavoz de la Santa Sede.
De manera unánime, numerosos observadores señalan que “la identidad de la iglesia del mañana depende menos del nombre del futuro papa que de la iglesia que se quiere tener”, es decir, quien entre conservadores, moderados y progresistas –reformistas, jesuitas– sumará más votos en el cónclave. El Papa es, de hecho, el jefe de une iglesia que consta de varios brazos de pensamiento que aportan sus respectivas interpretaciones sobre las enseñanzas del Nuevo Testamento: Opus Dei, Jesuitas, Benedictinos, Dominicanos, Chi tércianos, Franciscanos, etc., etc. Estos, a su vez, están divididos en tres segmentos “políticos y teológicos”: los halcones, los moderados y las palomas. La desaparición del Papa pondrá en el centro del escenario esos antagonismos, tanto más cuanto que el largo pontificado ha creado “dentro de la Iglesia y de sus corrientes progresistas una cultura de la resistencia para la cual ha llegado la hora de pasar a la acción”, según resume un jerarca de la Iglesia francesa. Hay que reconocer que Juan Pablo II dejó el terreno lleno de candidatos: 116 de los 119 cardenales electores fueron nombrados por él. Giancarlo Zizola recuerda que, en 1984, el Papa “dejó fuera de juego al ala más innovadora tanto en el campo pastoral, teológico como social, y ello en momentos en que surgía la idea de una iglesia popular, fiel al Evangelio anunciado a los pobres”. No es un azar si el Papa, en uno de sus viajes al Brasil, dijo “la misión de Cristo y de la Iglesia no consiste en resolver los problemas de la tierra”.

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“La Iglesia sufre de una parálisis provocada por la ortodoxia rígida del papado de Juan Pablo II.”
 
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