EL MUNDO › OPINION

Pesadilla del patio trasero

 Por Claudio Uriarte

Si es verídica la máxima maquiaveliana de que “todos los profetas armados han triunfado, y todos los desarmados han sido derrotados”, es preciso admitir que, en el resbaladizo terreno técnico que la guerrilla ocupa entre la guerra clásica y el bandolerismo, ninguna formación insurgente autóctona se sostiene sin respaldo del exterior, como mínimo de tipo logístico, de retaguardia y aprovisionamiento. En el caso de Colombia, ese apoyo exterior se ha mantenido constante a lo largo de 40 años y ha sido Venezuela, el país con que mayores diferendos geopolíticos mantiene, por ninguna razón más complicada que aquello de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Los intercambios de conveniencias entre las FARC colombianas, el IRA irlandés y la ETA vasca integran un capítulo secundario, pero no menor, del fenómeno. Pero en este momento, esa regla de la ayuda exterior necesaria merece ser revisada a la máxima, porque Colombia es sólo el caso más flagrante de un vacío de poder que está creciendo a escala sudamericana: Venezuela está amenazada por la guerra civil y la caída de Hugo Chávez sólo es cuestión de tiempo; Perú, Bolivia y Brasil están siendo sacudidos por diversos movimientos campesinos e indigenistas y más al sur está el agujero negro argentino, que ya se está tragando a Uruguay.
Alvaro Uribe Vélez asumirá el poder en Colombia el mes que viene con un mandato claro: derrotar, o al menos hacer retroceder, a las FARC. De momento, las promesas de ayuda internacional han sido vagas. Es cierto que Colombia es, con los 1300 millones de dólares del Plan Colombia, el tercer mayor receptor de ayuda norteamericana después de Israel y Egipto, pero no parece que eso vaya a bastar para duplicar y profesionalizar a las Fuerzas Armadas, como se propone Uribe. En las pantallas de radar estadounidenses América del Sur apenas aparece después de los atentados del 11 de setiembre, pero nadie ha trazado la posible conexión entre un escenario y otro. Si la nueva variedad de terrorismo internacional al estilo Al-Qaida y Osama bin Laden requiere para operar de los llamados “Estados fallidos”, que han perdido o están perdiendo el control de sus territorios, vale la pena recordar que muchos países de América del Sur se encuentran precisamente en ese camino. La indiferencia norteamericana a los problemas económicos del subcontinente ya está despertando simpatías regionales por el “enemigo del enemigo”, y no es razonable pensar que Bin Laden o los suyos, que han demostrado con creces su mortífera inteligencia, vayan a desaprovechar esta nueva oportunidad en el patio trasero del mismísimo Gran Satán.

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