EL MUNDO › ESCENARIO

Táctica y estrategia

 Por Santiago O’Donnell

Hugo Chávez es el político más influyente de América latina pero sus candidatos, que partieron como favoritos, terminaron perdiendo en Perú, México, Ecuador y ahora Naciones Unidas. Los resultados de las votaciones ponen en duda la eficacia de su política internacional, pero nadie discute el grado de influencia que el líder venezolano alcanzó en la región.

“Chávez ocupa un espacio generado por el abandono de Occidente de América latina”, señala Jorge Elbaum, profesor de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad de La Matanza. “Gran parte de ese abandono fue ocupado por una corriente socialdemócrata-populista-keynesiana, que va desde el populismo racional de Bachelet y Tabaré Vázquez, hasta el populismo más binario que representa Chávez. Sólo se quedan afuera Colombia y México (liberales) y Cuba (comunista).” Este esquema se alimenta del fuerte sentimiento antinorteamericano que barre la región producto del fracaso de las políticas neoliberales impulsadas desde Washington y su posterior abandono de la región para embarcarse en la cruzada antiterrorista, desentendiéndose del daño causado. Chávez, el más antinorteamericano del lote, sumó tres ventajas que explota a su favor.

Primero, la ausencia de competidores. A las recientes convulsiones políticas en Argentina y México hay que sumarle la vocación internacionalista del país más poderoso de la región, Brasil. Resabio del sueño imperial portugués alentado por Inglaterra en los siglos XVII y XVIII, la tradición diplomática de Itamaraty hizo de Brasil un país que juega más en el escenario mundial que en el regional. Mantiene fuertes lazos con Europa y los países árabes, a los que ha sumado en los últimos años alianzas estratégicas con India y China, y busca con ahínco un asiento permanente en el Consejo de las Naciones Unidas. En América latina, aun con un líder natural como Lula, no va mucho más allá del Mercosur. Chávez, en cambio, se involucra en prácticamente todos los procesos políticos regionales y sus recientes alianzas a nivel mundial parecen más orientadas a fogonear el sentimiento antinorteamericano en la región que a otra cosa.

Segundo, el efecto Fidel Castro. Chávez fue ungido por Fidel Castro como el nuevo líder de la izquierda revolucionaria en Latinoamérica. Esa definición podrá discutirse, pero conlleva un alto valor simbólico por la legitimidad histórica que tiene hoy el discurso de Castro. Esto se debe a que, más allá de sus éxitos y fracasos domésticos, Castro fue el único mandatario de la región que prenunció y denunció el desastre que significaría la aplicación de políticas neoliberales en América latina durante los ’80 y los ’90.

Tercero, billetera mata galán. Por más que la democracia venezolana no sea precisamente la envidia de sus vecinos, el generoso reparto de petrodólares que hace Chávez en la región sirvió, por ejemplo, para apuntalar la economía argentina en un momento clave a través de la compra de bonos. Esos gestos cotizan muy bien y sirven para acallar muchas críticas.

Pero las preguntas, a la luz de los últimos resultados electorales, se hacen inevitables. ¿El indiscutido liderazgo regional de Chávez sirve para afianzar un proceso de integración en el mediano plazo? ¿Facilita la inserción del bloque latinoamericano en el mundo?

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