EL PAíS › CLAVES PARA ENTENDER LA BATAHOLA DE SAN VICENTE

Contrastes

El contraste entre la alta aceptación social de Kirchner y el escaso desarrollo de sus fuerzas propias y la impotencia de las demás fuerzas políticas estalla en reyertas que cada uno procesa con sus propios métodos. Desde la fractura entre la UCRK y la UCRL y el alejamiento masivo de dirigentes del ARI, hasta la patota del interventor Tierratrágame y su jefe Capoccioli y el picnic de San Vicente, amenizado con los palos del Pata Medina y la Mini Thunder de Madonna Quiroz.

 Por Horacio Verbitsky

La batahola de San Vicente forma parte de la renovada pugna de las debilitadas estructuras justicialistas por recuperar porciones de poder y pone de relieve la insuficiencia de las fuerzas propias con que cuenta el presidente Néstor Kirchner para llevar a cabo su declarado propósito de renovación de la política y el modelo de sociedad. En 2005, mientras analizaba si renovar o no el acuerdo electoral con el ex senador Eduardo Duhalde, Kirchner sopesaba dos riesgos simétricos: contaminarse por la proximidad o ser desestabilizado por la ruptura. Pese a su contundente victoria esa disyuntiva sigue en vigencia ahora, aunque ya no con Duhalde sino con sus sobrevivientes. Incluso se ha agudizado, porque al aproximarse los comicios de renovación presidencial todos los conflictos parecen decisivos y urgentes. Si las elecciones fueran hoy, tanto Kirchner como su esposa, CFK, reunirían más votos que sus tres principales opositores sumados. El informe de tendencias de la Opinión Pública de Graciela Romer y Asociados correspondiente al mes de septiembre indica que Kirchner obtendría casi el 50 por ciento de los votos y su esposa el 40, mientras la suma de Maurizio Macri, Elisa Carrió y Roberto Lavagna (en ese orden) llegaría a 33 por ciento contra Kirchner y al 39 por ciento contra CFK. Kirchner sería electo en primera vuelta y CFK debería ir al repechaje con Macri. ¿Pero qué hay por debajo de estas cifras?

Pese a la exitosa creación mediática de un poder hiperconcentrado que amenaza la democracia, el proyecto político del gobierno no puede disimular su flacura. Esto explica el apoyo a candidatos como Carlos Rovira, Felipe Solá o Daniel Scioli, que han acompañado con entusiasmo modelos antagónicos al que propone Kirchner. El tiempo dirá si tienen la potencialidad electoral que se les atribuye, pero no es preciso esperar ni un día para saber que agravan su riesgo de desperfilamiento. Lo mismo ocurre con sus alianzas sindicales, que mostraron sus armas en San Vicente. Mientras la política del presidente sigue gozando de un alto índice de aprobación social, el kirchnerismo propiamente dicho (llámese Frente Transversal, Compromiso K, Libres del Sur o Movimiento Evita) se muestra en estado apenas embrionario. A esa altura de su primera presidencia Juan D. Perón ya había disuelto el Partido Unico de la Revolución Nacional y lo había sustituido por el Partido Peronista, organizado en tres ramas. El desfasaje entre Kirchner y sus fuerzas propias y la simultánea impotencia en que se debaten las demás organizaciones políticas frente al sólido vínculo presidencial con la sociedad estallan en esporádicas reyertas. Cada uno las procesa con sus métodos característicos: la fractura y el debate interminable entre la UCRK y la UCRL; el alejamiento masivo de dirigentes del ARI que hoy se sienten mejor representados por Kirchner que por Carrió, a quien no le importan las deserciones porque posee la Verdad; las incursiones políticas del presidente de la Conferencia Episcopal, que esta semana merecieron la condena papal anticipada en esta columna el domingo pasado; la exasperación militante de la izquierda extraparlamentaria a pesar suyo, que llega a recriminar al gobierno por la desaparición del testigo Jorge Julio López; las amenazas y el chantaje de la derecha prodictatorial que intenta detener el avance de los juicios; el tono indignado del bienpensantismo porteño que salpica en cataratas de tinta sobre la falta de libertad de prensa; la patoteada a la dirigencia ultra del Hospital Francés por los barrabrava del interventor Tierratrágame y su jefe Capoccioli y, por último, el vistoso picnic gremial del 17 de octubre, amenizado con los palos del Pata Medina y la Mini Thunder de Madonna Quiroz.

El Grupo Mausoleo

Las referencias de algunos voceros oficiales a la reaparición de Eduardo Duhalde deben leerse como alusión a un fenómeno más amplio, que incluye al ex senador. Hay algunos datos objetivos que es útil rememorar. El traslado de los restos de Juan Perón fue una iniciativa suya. El 17 de octubre de 2004 anunció la construcción del mausoleo, costeado por Francisco De Narváez, y dijo que los trabajadores conducirían el féretro a pulso hasta San Vicente. En su discurso se deshizo en loas a Kirchner, a quien procuraba rodear con una demostración de poder del aparato. El presidente rehusó el abrazo y con filosa ironía se refirió al Grupo Mausoleo. El duhaldismo intentó realizar el traslado una semana antes de las elecciones legislativas de 2005, pero advertida por el gobierno María Estela Martínez de Perón negó su autorización. La fórmula Hilda González de Duhalde-José Díaz Bancalari inició su campaña en la quinta-museo de San Vicente, olía a la más rancia liturgia peronista y trataba a CFK como una intrusa. CFK triplicó los votos del duhaldismo y demostró que el vagón ferroviario que Perón usó en 1946 para recorrer el país despertando esperanzas ya no podía transportar otra cosa que fantasmas, como Duhalde que se fotografió a bordo de esa pieza de museo. Lo que quedaba del peronismo era un tren en vía muerta, que no llevaba a ningún lado. Pero luego de derrotarlos, Kirchner les abrió la puerta. Antes y sobre todo después del escrutinio, consiguió por convicción o conveniencia muchas deserciones del aparato duhaldista, lo cual agrandó los dilemas previos. ¿Es creíble la renovación con los Quindimil y los Musssi? ¿Es estable un gobierno que confronte con ellos? Se trata de una cuestión de sintonía fina, que Kirchner debe ajustar cada día con tanta cautela como decisión, para no caer en la amoralidad de Menem ni en la irresponsabilidad de Chacho Alvarez.

Relación especial

Entre quienes acompañaron al ex senador Duhalde después de la ruptura estuvo la UOCRA de La Plata, cuyo líder Juan Pablo Medina compartió no sin forcejeos el palco con González y Díaz Bancalari, en agosto de 2005. Uno de sus hijos, Cristian Jesús Medina, fue candidato duhaldista a concejal por Ensenada. Ex colaborador de Jorge Triacca, Medina ingresó a la conducción de la Uocra como vocal en 1985 y llegó a la secretaría general en 1997. En 2000 arrojó a golpes de la sede sindical al candidato opositor Norberto Vega. La mitad de los ocho miembros de la Comisión Directiva renunció. Algunos de ellos denunciaron a Medina ante el tribunal de ética sindical de la Uocra y ante la justicia penal por faltantes de fondos y rendiciones de cuentas. Medina mantuvo una relación especial con el subsecretario de trabajo duhaldista bonaerense, Jorge Rampoldi, quien luego pasó a la Dirección Nacional de Migraciones, cargo del que Kirchner lo desalojó cuando se conocieron las acusaciones de los trabajadores de astilleros de la zona norte, de que en tiempos de José López Rega entregaba listas de militantes. Cuando la recesión redujo los puestos de trabajo disponibles, Medina promovió una política xenófoba y racista. Secundado por sus barrabravas de las hinchadas de Cambaceres, Estudiantes y Gimnasia, ocupaba las obras y exigía a las empresas el despido de albañiles bolivianos y paraguayos y su reemplazo por otros registrados en la bolsa de trabajo que manejaba. En La Plata se menciona la habitual paralización de grandes obras públicas, como la Autopista a Buenos Aires, el Policlínico platense, y el Estadio Unico, pero también de muchas obras privadas, como el Hipermercado Niní y el Colegio de Abogados, siempre a los golpes incluso a mujeres y con amenazas hasta obtener beneficios especiales para su Agrupación Tetrabrick. Durante los siete meses que duró la ocupación del Estadio único, el Estado subsidió a la contratista SADE–Pérez Companc con 400 pesos mensuales por cada trabajador. Rampoldi llevó a su compinche Medina a una entrevista con el ministro de Trabajo Aníbal Fernández. “Vos sos persona no grata”, le espetó Medina a guisa de saludo en su propio despacho. Poco después Medina fue filmado mientras amenazaba a un grupo de albañiles para que dejaran de trabajar en la ampliación de un supermercado, donde pretendía colocar a personas de su grupo. Al llegar la policía comenzó una refriega que dejó treinta heridos. El juez Guillermo Federico Atencio lo procesó por coacción agravada en septiembre de 2001 y pasó más de un año en la cárcel. Su seccional fue intervenida por la Uocra central de Gerardo Martínez. Pero al quedar en libertad, en 2003, Martínez y el gobierno provincial le permitieron recuperar el control del gremio. En agosto de 2004, los obreros que trabajaban en el reciclaje de residuos en el Ceamse de Ensenada denunciaron que Medina había organizado un piquete para impedirles entrar en la planta, porque no formaban parte de la bolsa de trabajo de la Uocra. Fueron amenazados por hombres que blandían palos y llevaban cubierta la cara, como los que se vieron el martes 17.

Como tantos otros, Medina se realineó como pudo después de la derrota de Duhalde. El último 25 de mayo participó en el acto presidencial de la Plaza de Mayo y en junio provocó un incidente ante el propio Kirchner durante la entrega de un conjunto de viviendas próximo al acceso de la Autopista La Plata-Buenos Aires. Medina se abrió paso a gritos y empujones de su patota hasta el palco, y a viva voz protestó porque nadie le había agradecido los bajos salarios que pactó que cobraran los albañiles, “en un acuerdo de paz social con las empresas”.

Buenos muchachos

Si las elecciones de octubre de 2005 trazaron una raya divisoria, la debilidad de las fuerzas propias de Kirchner hizo que las aguas volvieran a mezclarse y los nuevos alineamientos se entrecruzaran con las viejas rencillas. Durante la década menemista tanto el MTA del camionero Hugo Moyano y el colectivero Juan Manuel Palacios como la CTA de Víctor De Gennaro enfrentaron al gobierno, sostenido por la conducción sindical participacionista de Luis Barrionuevo, José Luis Lingeri, Andrés Rodríguez, Gerardo Martínez, Rodolfo Daer, Oscar Lescano y los titiriteros Carlos West Ocampo y Armando Cavalieri. Moyano fue electo secretario general de la CGT el 5 de julio de 2005 y desarrolló una novedosa sintonía con Kirchner. Por imposición suya el gobierno congeló las relaciones con la CTA, cuyo perfil opositor se fue acentuando, lo cual generó crecientes resistencias internas. Los desplazados de la CGT esperaron su oportunidad. La eyaculación política precoz de Lavagna los ilusionó con que tendrían un nuevo lugar en el mundo. Pero al cabo de seis meses el ex ministro no acaba de instalar su candidatura, lo cual redobla el interés de todos por el control del Partido Justicialista. Si no para enfrentar a Kirchner, al menos para entornarlo y separarlo del mítico enemigo, los zurdos. En los últimos meses varios gobernadores reclamaron la normalización partidaria y al reaparecer en Rosario las 62 Organizaciones, su jefe, Gerónimo Venegas, dijo que Kirchner debía encabezar el PJ, cosa que el presidente ha resistido hasta ahora porque su estrategia pasa por la ampliación de espacios y la afirmación de una nueva identidad, no por maquillar cadáveres. Venegas también dijo en julio de este año que Kirchner debía ser reelecto y que “como brazo político del movimiento obrero, las 62 organizaciones deberán ocupar los espacios partidarios del PJ, sin permitir negociaciones individuales de dirigentes ni organizaciones gremiales en particular”. Rampoldi es hoy su asesor en Uatre. Como si no hubiera entendido la parte del mensaje que le tocaba, Moyano permitió que Venegas y el taxista Omar Viviani se encargaran del operativo en San Vicente. Hace un mes, Lingeri pronunció un discurso más que insinuante: “No voy a estar del lado de los que mataron a José Rucci. Nos quieren vaciar. No seamos tontos”. Desdeñó la política de derechos humanos y de condena al terrorismo de Estado y preguntó quién se acordaba de Rucci y “los mártires del movimiento obrero, porque nosotros somos peronistas”. Se insinuaba la idea de usar el cadáver de Perón para reeditar un 1º de mayo de 1974. El grito “Ni yanquis ni marxistas” que los albañiles platenses entonaron en San Vicente ya había sido cantado horas antes por los acompañantes de Gerardo Martínez en la puerta de la CGT.

Plantas y animales

El gobierno nacional se negó a ceder el control del operativo que reclamaban los sindicalistas. El ministro del Interior los remitió al jefe de la Policía Federal y retuvo el ejercicio de sus competencias en el territorio bajo su jurisdicción. En cambio, el gobierno de la provincia de Buenos Aires abdicó de su responsabilidad, con las consecuencias conocidas (entre otras los discursos republicanos posteriores de Felipe Solá, que llora como radical lo que no supo defender como peronista). Sin embargo, no es razonable que Aníbal Fernández frote sal sobre sus heridas: conociéndolo, hubiera debido apuntalarlo. Nadie queda exento de responsabilidad. El problema fue político, no técnico. Mientras por el gobierno nacional el diálogo con los sindicatos lo mantuvo Fernández, la provincia envió a la reunión de coordinación al jefe de seguridad departamental de Cañuelas. El comisionado Adrián López diagramó un operativo con casi 1500 hombres: 400 de infantería; 300 de seguridad, uniformados y con chalecos antibala; 150 de caballería con sus equinos; 100 con perros; 50 patrulleros de seguridad con su dotación completa; 20 con motocicletas; 15 móviles con dotación completa de policía vial; 10 grupos de investigaciones; el Grupo Especial Operativo Halcón; personal de infraestructura con 2500 metros lineales de vallas, tres carros celulares con su personal para el traslado de detenidos y un arco magnético para detectar armas en el ingreso. Pero los organizadores se opusieron y López sólo pudo disponer de medio millar de hombres, que hicieron cesar los enfrentamientos cuando ingresaron finalmente a la quinta. Cuando Moyano intentó hablar, diluviaron más palos y piedras. La tempestad se detuvo cuando Venegas tomó la palabra. El patético cierre estuvo a cargo de Antonio Cafiero, quien no atinó a cambiar el discurso que había preparado y en medio del batifondo recitó: “Perón amaba a las plantas. Perón amaba a los animales. Amaba a su caballo, amaba a sus perros”, para concluir con un extravagante “Descanse en paz general”.

Hipótesis

Kirchner dudó más de lo que se sabe sobre su posible participación y midió una y otra vez los costos y beneficios de cada alternativa. La idea de un nuevo velorio de tres días en la CGT le parecía enfermiza y peligrosa. Perón ya fue velado en el Congreso, por el que desfilaron varios millones de personas. El revival sólo podía empobrecer aquel homenaje imponente. El trueque por una mera bendición a cargo del octogenario capellán Pesce, del Hospital Militar, y el remolque en un jeep de reciente fabricación argentino-brasileña no bastaron para desmontar una bomba de tiempo que, por puro azar, estalló antes de que Kirchner saliera hacia allí. La instalación del féretro en ese predio gigantesco, cuya adecuada custodia obligaría a distraer no menos de cien hombres por día, equivale a la siembra de minas que pueden estallar en cualquier momento. La mayor incógnita de la jornada fue el apagón de comunicaciones que al llegar la cureña a San Vicente afectó a los celulares y radiofrecuencias de los asistentes. Fenómenos similares se detectaron en noviembre pasado en Mar del Plata, cuando George W. Bush llegó a la sede de la cumbre presidencial, y este año en Córdoba, cuando Fidel Castro y Hugo Chávez visitaron la casa del Che. Fuentes de la Casa Militar dijeron que el black-out no fue producido por la seguridad presidencial, que desde la mañana ocupó posiciones en la quinta en previsión del arribo de Kirchner. El gobernador Solá atribuyó la causa a una saturación de aparatos en una zona baja y con pocas antenas. Sin embargo, su ministro Carlos Arslanian está investigando otras hipótesis, menos tranquilizadoras aunque, por el momento, sin otros elementos que la presunción de un técnico externo contratado para otras tareas.

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