EL PAíS › LOS COSTOS Y BENEFICIOS DE LOS ALIADOS

La hora de la suma algebraica

Moyano le fue funcional al Presidente en las paritarias y la lucha contra la inflación. Pero nada es gratis en política y también le genera costos. Los cálculos presidenciales, la paz transitoria. El revival y las consignas que vuelven. Otros aliados que se las traen. Las reelecciones en cuestión.

 Por Mario Wainfeld
Opinion

Hugo Moyano le sirvió a Néstor Kirchner para ganar un par de discusiones consideradas muy arduas a principios de este año y ahora olvidadas. Las convenciones colectivas no fueron tumultuosas, no desembocaron en un segundo Rodrigazo, ni siquiera impactaron en la inflación. El ingreso de los trabajadores formales, en general, creció más que el índice de precios al consumidor y la conflictividad gremial se contuvo bastante. El secretario general de la CGT fue muy funcional para lograr esos designios.

El Presidente ansía repetir el cuadro en el año electoral por venir. El Consejo del Salario debería reunirse tres meses antes de las elecciones y Kirchner procurará que el salario mínimo emparde la línea de pobreza, lo que debería llevarlo de 800 pesos a algo así como 950 pesos. No hay entre los devaluados secretarios generales de otros gremios ninguno que pinte para suplir felizmente a Moyano en ese cometido. Ese es el máximo haber del líder camionero en el actual esquema económico. Desde un ángulo político la mayoría de sus antagonistas tampoco son un dechado de presentabilidad. “¿Usted se imagina a Barrionuevo reemplazando a Moyano en nombre de la nueva política? ¿O a Daer haciéndolo en pos de una mejor representatividad de los trabajadores?”, se resigna un alto funcionario.

El Gobierno mantuvo una prescindencia ajena a la tradición peronista en la elección del secretariado general de la CGT. Hoy día, no piensa rever esa metodología y tampoco discurre relevar a Moyano. Pero, tratándose de política, debe empezar a computar que la relación costo-beneficio de su alianza con el gremialista ha empezado a engrosar los guarismos negativos. Las imágenes de San Vicente impactarán en la campaña de 2007. Ningún creativo que se precie dejará de ofrecérselas en bandeja a todo opositor que requiera sus servicios. La completarán abrazos entre Kirchner y Moyano. En los próximos días esa foto se evitará, incluso se suspendió algún acto en el Salón Blanco al que estaba invitada la cúpula cegetista, pero hay muchas tomas de archivo que los muestra unidos. Seguramente, cuando la espuma baje, habrá más.

Claroscuros

Moyano es un protagonista más complejo no suficientemente descripto por los relatos apologéticos o defenestradores que lo aplanan. Su predicamento lo ganó batallando, en las paritarias, ganando las calles, enfrentando al modelo menemista. Su bastión es lo que logra para sus representados. En sus peleas por el encasillamiento contra Armando Cavalieri, sabe que tiene a los trabajadores de su lado, un laburante del transporte está mucho mejor remunerado que uno de comercio.

El rubro del transporte, paradoja flagrante, fue beneficiado por la política neoconservadora que desguazó al unísono al ferrocarril y a las industrias. Claro que el menemismo no es la cifra de todo, el ramo ha crecido en todo el mundo, en detrimento de los cuellos azules y los gremios de Estado. Y los camioneros son gentes dadas a la acción directa y eventualmente violenta en variadas latitudes y lo han sido en muchas épocas. Salvador Allende hace más de 30 años, los franceses en los últimos tiempos, los yanquis desde tiempos de Jimmy Hoffa pueden atestiguarlo.

En el trato personal, Moyano es más reflexivo y sereno que lo que sugiere su imagen pública más extendida. Pero es uno de los dirigentes sindicales más desaprensivos respecto de lo que podría llamarse opinión pública, ésta es una de sus diferencias más patentes con Kirchner. Aferrado a un ideario esquemático descalifica muchas críticas a sus métodos por ser pruritos de una clase media que no le interesa. Moyano se enorgullece de su origen humilde y hace gala de una condición plebeya que usa como desafío permanente ante una sociedad que cree tilinga. Esa ostentación de plebeyismo ya no concuerda con su actual acervo de saberes (que no es menor para un autodidacta) ni al imaginario medio de los trabajadores argentinos que no reniegan de sus orígenes pero aspiran para sus hijos el ascenso social, incluyendo en un sitio privilegiado una mejor educación.

El tirador solitario Madonna Quiroz llevó las cosas muy arriba, pero no es una excepción en los modos públicos de Moyano, quien no le hizo asco a arrojar basura en las calles de Buenos Aires, en una agresión a los intereses y la salud de los porteños que casi ni tomó en cuenta. “Los compañeros”, la base de su sindicato son el alfa y el omega de sus acciones aunque, astuto como es, ahora tendrá que poner las barbas en remojo.

Ni yanquis ni marxistas

El pronóstico dominante en los pasillos de Palacio es que Moyano no será jaqueado en el corto plazo. Sin embargo, el Presidente que tiene memoria larga y atesora odios homéricos, acumuló varios reproches contra “Hugo”. El traslado de los restos de Perón nunca contó con su aprobación (siempre malició que incluía una “cama” contra él), se sintió compelido a acompañarlo contra su voluntad. Le cayó indigesto el acto en la CGT, en el que Eduardo Duhalde fue ovacionado y donde resucitó la consigna “ni yanquis ni marxistas/ pe-ro-nis-tas”, coreada por la flor y nata del movimiento obrero, incluidos los moyanistas. Kirchner la detesta por razones históricas, porque la considera piantavotos y macartista. Y porque intuye en qué casillero de la tríada lo colocan los muchachos, todos ellos.

También escuece a la Rosada un presunto diálogo entre José Manuel de la Sota y el Momo Venegas, jefe de las 62 Organizaciones que también fueron sacadas de su sarcófago. El gobernador cordobés le habría dicho, en medio de la euforia y antes de la batahola: “Vos tenés que hacerte cargo de la reconstrucción del peronismo”. Un clima de revival y recuperación de terreno acompañó al féretro del General, el Gobierno también lo sabe.

Pero no es sencillo tomar una decisión drástica respecto de Moyano, quizá el aliado que ha ocupado más posiciones en el elenco de gobierno. Entre las más conspicuas está la sociedad entre Juan Rinaldi, abogado de los camioneros, y Héctor Capaccioli, aliado de Alberto Fernández y demiurgo de la Tuta Muhamad, otro derrape del Gobierno en pocas semanas.

Re-re complicada

La nacionalización de la Constituyente en Misiones coloca al oficialismo frente a un brete parecido. El aliado provincial es un problema en la escena nacional. Carlos Rovira representa el pasado, la vieja política contra la que Kirchner a veces acomete con decisión impar y otras convalida. El saldo de los comicios no será jamás pura ganancia para el Presidente, si Rovira pierde será socio en los costos. Si gana, el éxito será pírrico en su repercusión en otros distritos.

Las reelecciones tienen la resonancia inevitable del intento de Carlos Menem. Kirchner, el político más receptivo al mensaje del movimiento “Que se vayan todos”, hace un mundo de no contradecir los criterios dominantes en la sociedad. Con un pragmatismo situado eligió, por lo general, tolerar la protesta social y la acción directa. Incluso hizo grandes esfuerzos (en buena medida exitosos) por sumar cuadros y organizaciones al Gobierno o a su fuerza política.

Los deseos y los rechazos ciudadanos son una brújula para el Presidente, postergando lógicas tradicionales y hasta legales. Frente a las reelecciones la ecuación se invierte. Kirchner y sus apóstoles agreden el sentido común, explicando que la representatividad en las provincias va por carriles diferentes a la del Presidente. Y citan ejemplos de otras comarcas. Los argumentos suenan bizantinos frente al peso de la percepción ciudadana dominante.

Re-Felipe

La presentación judicial que hará Felipe Solá ante la Junta Electoral podría haber sido desalentada por el Presidente con una sola palabra. Kirchner no se ha caracterizado por la sumisión a las incumbencias federales o a la división de poderes. Si no habló es porque la jugada no le desagrada. La lógica es puro materialismo: según los sondeos que se manejan en la Rosada Solá mide mucho mejor que sus competidores internos, Aníbal Fernández, José Pampuro o Sergio Massa, que lo siguen en ese orden. La eventual presencia de Felipe es, para el Gobierno, una carambola a dos puntas. Por un lado, sustentaría mejor la alternativa “Cristina presidenta”, ya que le sumaría votos bonaerenses en vez de depender de ella. La segunda función es dejar bien lejos a Juan Carlos Blumberg, el único potencial candidato opositor que mueve el amperímetro provincial.

En el caso de Solá, la interpretación constitucional de la re-re-re está supeditada a lo que digan las encuestas, un retroceso republicano que tampoco le hará favor a la bandera de la nueva política.

Dilemas

Los mejores momentos de Kirchner sucedieron cuando incurrió (por usar una palabra que le es cara) en la heterodoxia. Cuando trasgredió fronteras partidarias, saberes consagrados acerca de lo posible, identidades fosilizadas. La busca de gobernabilidad, con ancla en el peronismo realmente existente, es a menudo un contrapeso de ese hálito de novedad.

Hasta ahora esa dialéctica le bastó para conservar su imagen positiva, acrecentando llamativamente su peso electoral y su base social. En el futuro habrá que ver si la suma algebraica le sigue dando bien. Los vaticinios suelen derrapar en las tierras del realismo mágico. Pero no es irrelevante computar que en pocos días, las sombras del pasado afectaron la imagen del Presidente. Y que esas turbias evocaciones y los resabios de violencia patotera no vinieron de afuera, sino de su propia tropa.

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