EL MUNDO › OPINION

La revolución con tempo de rock

 Por Eduardo Fabregat

“Yo tenía tres libros y una foto del Che.
Ahora tengo mil años y muy poco que hacer”

Charly García

En los años fundacionales del rock argentino, mencionar a Ernesto Guevara en una canción era una idea delirante. No porque a los rockers de la época no les cayera igual de simpático que a los de hoy, sino por la obvia coyuntura socio-político-militar. Los peluqueros espontáneos de Onganía, los vigilantes de la juventud de Levingston y Lanusse, terminaron pareciendo carmelitas descalzos al lado de la patota asesina de Videla y sus secuaces. Pero de cualquier manera no era cuestión de andar expresándose tan abiertamente, levantando la cabeza para el garrotazo verde o azul. En la era de la metáfora obligada, los tipos explícitos como Pedro y Pablo circa Conesa tenían que encarar el exilio, y cuando Sui Generis intentó contar sus anécdotas sobre las instituciones perdió la batalla con el Sr. Tijeras.

¿Habrá sido Charly, en ese “Rap del exilio” de 1984, el primero en mencionar directamente al hombre de la boina? Primero, segundo o tercero, no deja de resultar una paradoja atractiva que justamente Charly, acusado por esos años de haberse vendido a “lo comercial” con Clics modernos, le pusiera música de hit al apodo guevarista. Lo cierto es que, a medida que se olvidaba de las mordazas, parte del rock argentino se permitió expresar su identificación con el Che o con sus ideales. Las décadas pasaron y sobre los movimientos guerrilleros en América latina hubo infinidad de lecturas y reversiones, pero la figura del Che permanece como modelo para cientos de rockers –músicos o no– que viven el karma de vivir al sur. Por la valentía de salir a intentar cambiar el mundo, por una oposición al imperialismo que sigue calando hondo aun en pibes sin la más mínima militancia, que ven en Guevara el símbolo de alguien que se opuso al sistema, o simplemente por la potencia del look, Ernesto Guevara es para muchos una bandera indiscutida.

Por eso no es de extrañar que un rápido repaso deje ejemplos estilísticamente tan disímiles como el “Alerta guerrillas” de Todos Tus Muertos, “Ellos son” de Los Violadores, “La argentinidad al palo” de la Bersuit, “La unión verdadera” de Resistencia Suburbana, “Barrio latino” de La Mosca, “América del sur” de Los Gardelitos o “El insatisfecho” de El Bordo. Por eso el Che fue una figura central en el viraje ideológico de Los Fabulosos Cadillacs, que en el filo de los ’90 cambiaron el “quiero morir tocando ska” por la poderosa épica de El león en general y de “Gallo rojo” en particular. Por eso, también, Chizzo, cantante de La Renga, sintetizó el sentimiento de la banda, hace más de diez años en el Suplemento NO, con la rotunda frase “El Che es un chabón grosso”, que podrá parecer excesivamente simple pero sintoniza de lleno con el pensamiento del rock barrial y sus seguidores.

La pasión por el Che fue también objeto de lecturas críticas, como cuando Los Piojos pintaron al militante de ocasión con el verso “Guevara, Guevara, Guevara en mi remera de Dior” (“Esquina Libertad”), o cuando Kevin Johansen se permitió la ironía por cierta moda guevarista con la filosa “McGuevara o Che Donalds”. E incluso dio para un franco rechazo en boca del inclasificable Ricardo Iorio, cuando cantó que “Prefiero a José Larralde que al Che Guevara” en “Cumpliendo mi destino”. Pero, aun en un país en el que se devastó a conciencia la educación, que los pibes insistan en el rescate de la figura del Che demuestra que las lecciones de historia pueden tener mil formas. Y música.

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