EL MUNDO › OPINION

Una cruzada al revés

 Por Claudio Uriarte

Al-Qaida lo ha hecho de nuevo. Con su método clásico: la tercerización del terror. Con una de sus armas clásicas: dos coche-bombas detonados en simultáneo, como en los atentados contra las embajadas estadounidenses en Kenya y Tanzania, en 1999. Con uno de sus recursos más terroríficos: la ubicuidad de la red y la incertidumbre de dónde será el próximo ataque. Con su clásico oportunismo operativo: golpear contra un objetivo “blando” en términos de seguridad, en este caso un paraíso turístico de occidentales en medio de la nación musulmana más poblada del mundo. Y con su blanco de fondo de siempre: Occidente y toda manifestación de Occidente.
Esta no es una respuesta a la política estadounidense en Medio Oriente, y sólo muy trabajosamente podría construírsela como una respuesta a un ataque contra Irak para el que hasta ahora no ha sido movilizado un solo soldado. Tampoco puede considerarse una represalia a la tibia afiliación occidentalista del débil gobierno de Megawati Sukarnoputri: países vecinos como Malasia, Singapur y Filipinas han ido mucho más allá de Indonesia en la colaboración con las fuerzas de Estados Unidos. En la interpretación de los móviles de Al-Qaida, existe siempre la tentación de sobreinterpretar, o de metaforizar. Pero a veces, los actores dicen la verdad. En el caso de Osama bin Laden, lo literal es cierto: el hombre y su red representan el puesto de avanzada militar de una especie de cruzada al revés, una cruzada musulmana contra los infieles de Occidente. Esa cruzada opera en Yemen, Egipto y Somalía pero también en Gran Bretaña, Alemania y Francia; tendrá simpatizantes en el pobrerío pakistaní o en los campos de refugiados del Líbano pero sus fuentes de financiamiento están entre las principales fortunas del mundo musulmán, y sus operativos son hombres jóvenes educados y de buena familia. De este modo, la avidez de petróleo de Occidente es una de las principales armas de Osama bin Laden contra Occidente.
Al-Qaida es un consorcio internacional, una S.A. del terrorismo. Cualquiera puede estar detrás de cada una de sus acciones, pero es importante ver que cada una de ellas se integra siempre en un patrón general: la repulsa contra la modernidad. En eso no difieren demasiado del mundo del que vienen, donde no hay un sólo país que ejerza la democracia, y cuando intenta ejercerla, aunque a medias -Argelia en 1991, o Marruecos este año- el emergente son partidos islamistas que proponen modelos aún más cerrados que las dictaduras o monarquías a las que buscan reemplazar. Por eso, esta cruzada no ha hecho más que comenzar.

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