EL MUNDO › BUSH DEJA DE LEGADO DOS GUERRAS SIN TERMINAR Y UNA ENORME RECESION

Final del juego neoconservador

 Por Ernesto Semán

Desde Nueva York

Hace exactamente ocho años, George W. Bush comenzaba su mandato con el único acto de asunción en la historia de los Estados Unidos en los que hubo más gente protestando que celebrando. Algo difícil de recordar hoy para el norteamericano medio, dada la formidable complicidad de los medios con el presidente en el 2000, iniciando una de las convivencias más promiscuas entre poder político y opinión pública. El contraste con la inauguración de hoy no podría ser mayor.

Al día siguiente de su asunción, apenas Los Angeles Times remarcó en una de sus notas que los apoyos eran menos que las protestas y que la comitiva presidencial había recibido un huevazo durante su paseo inaugural, pese a que más de 10 mil policías habían dispersado a los manifestantes lo más lejos posible del Capitolio. La mayoría de los medios prefirieron omitir los eventos o relativizarlos. The New York Times apenas hizo una mención al pasar en una de sus notas. En el párrafo 49. Bush, que acababa de retener la presidencia sin haber ganado la elección y gracias a una decisión de la Corte Suprema que suspendió el recuento de votos en Florida, ingresaba a la Casa Blanca.

Ayer, el hasta hoy presidente hizo un uso módico de su prerrogativa para otorgar indultos de último momento o producir decretos presidenciales que compliquen la gestión de Barack Obama. Volvió de su último fin de semana en la residencia de Camp David y sólo firmó el indulto para dos guardias de frontera condenados por el asesinato de un mexicano vinculado con el narcotráfico que cruzó ilegalmente al territorio norteamericano. En lo que muchos analistas atribuyen como parte de una conversación con Obama para hacer más suave la transición, no firmó ningún decreto que pudiera complicar el proyectado cierre de Guantánamo o la persecución de casos de tortura a detenidos en la guerra contra el terrorismo. Pero mayormente, Bush pasó su último día de trabajo en la relativa intrascendencia que caracterizaron sus dos últimos años de gobierno, capeando el temporal que debe significar la abrumadora atención generada por su sucesor.

Lo que deja atrás desde hoy es un país enteramente transformado, con dos guerras sin terminar y en medio de una recesión antológica cuyas causas en parte lo exceden pero en otra parte lo comprometen. Como la guerra, el ataque a la educación secular o la pobre respuesta ante el huracán Katrina, Bush desarrolló en lo económico un riguroso proyecto neoconservador, cuyos resultados se pagarán en infinitas cuotas. En buena parte, la idea tan generalizada de que el gobierno republicano “cambió” luego de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 es derivada del militante oscurecimiento que hicieron los medios de lo que estaba pasando en este país. Como la negación de las protestas inaugurales, el Times bien puede cargar con un record de complicidad dentro de la prensa independiente. El apoyo al intento de golpe de Estado a Hugo Chávez en el 2002 y la cobertura de la guerra de Irak basada en datos falsos y manipulados son dos de los casos más grandes en los que el periódico esperó a que explotara la efervescencia en Internet para recurrir a tardías disculpas que poco afectaron el enorme favor provisto al gobierno de Bush.

Quizás, cuando se reescriba la caída final de la prensa escrita, habrá que hacer espacio para explicar que, en medio del auge de Internet y tantos otros soportes técnicos, mucha gente dejó de leer los diarios porque no hablaban de nada de lo que estaba pasando y podía ser importante.

Sin esa connivencia, Bush estará ahora a merced de lo que haga Obama. Los reclamos para que parte de la gestión Bush sea juzgada por una variedad de posibles delitos (desde violaciones a los derechos humanos y crímenes de guerra hasta desfalcos económicos) son importantes, y han sido hechos incluso por algunos funcionarios designados por el nuevo presidente en el área de Justicia. Pero iniciativas de ese tipo sobre la gestión anterior son más que inusuales. Si eso no ocurre, su legado también vivirá el impacto de cómo evolucione el Partido Republicano. Los sectores que apuestan a su renovación –entre ellos el gobernador de Florida, Charlie Crist– ponen a Bush como un punto bajo del partido, marcado por el fanatismo y el extremismo religioso, y alejado de sus bases más extendidas. Los que, como Sarah Palin, apuntan a revivir alguna versión del neoconservadurismo, podrían buscar en estos ocho años pasados un legado en el que agruparse. Algo que hoy, viéndolo a Bush entre la retirada innoble y la indiferencia general, parece descabellado.

Compartir: 

Twitter

Bush pasó su último día de trabajo en la relativa intrascendencia que caracterizaron sus últimos años de gobierno.
SUBNOTAS
 
EL MUNDO
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.