EL MUNDO › UN TABU DEL QUE NUNCA HABLARON EN ESPAÑA

El secreto de los chicos apropiados

El hambre. La pelea por la comida. Los soldados. Las monjas. Esos son los primeros recuerdos de María Teresa Martín. En 1939, cuando tenía apenas un mes ingresó con su mamá a la cárcel. Salió cuatro años más tarde. “Engañaron a todas las madres y nos pusieron en un tren. Me trajeron a Madrid, con una tía. Cuando mi madre salió me fue a buscar. Me dicen que soy una mujer muy afortunada porque ni me sacaron de con mi madre ni me llevaron a otro sitio”, cuenta a Página/12 la mujer, de 64 años.
Su testimonio es uno de los que escuchó el historiador Ricard Vinyes para entender el mecanismo por el que el franquismo se apropió de la identidad de miles de niños “hijos de rojos”, como Vicenta Alvarez Garrido, que fue criada en un hospicio y entregada a cuatro familias distintas. María Teresa tenía un mes cuando encarcelaron a su madre. “La fueron a buscar a la casa donde estaba viviendo para supuestamente hacer unas declaraciones. Le dijeron que me dejara con mi abuela porque iba a volver enseguida. Ella dijo que a dónde ella fuera, iba yo y me llevó. Estuve en la cárcel hasta los cuatro años, ella cinco”, cuenta desde Madrid. De sus días en la cárcel, dice, recuerda haberse peleado por los “tronchos” de los repollos que tiraban a la basura: “Los niños nos peleábamos por ellos para llevárselos a nuestras madres”. Cuando tenía cuatro años la subieron a un tren de hierro y la dejaron en Madrid con una tía. Su mamá, que había recibido una gran paliza por su resistencia a separarse de su hija, pudo reencontrarse con ella al salir de la cárcel.
En otro viaje en tren comenzó la vida de Vicenta, una de las protagonistas del documental y el libro Los niños perdidos del franquismo. Su partida de nacimiento oficial dice que nació a los siete años, después de que la mujer a quien su padre la había encomendado la dejara en el andén de la estación de Valencia para que la llevaran a un hospicio de Madrid junto con un montón de otros niños. Aunque sabía su nombre completo, le cambiaron el apellido. Vivió con cuatro familias y, cada vez que una pareja llegaba para hacerse cargo de ella, las monjas le repetían “Mirá, que tus papás han venido a buscarte”. Su historia anterior se le fue haciendo difusa, pero sabía que tenía una identidad por reconstruir. A los catorce años se escapó para buscar datos sobre su familia y desde la mayoría de edad se dedicó de lleno a rehacer su historia. Supo que su padre, Melecio Alvarez Garrido, era comisario principal de la brigada 82 del Ejército Republicano y que fue fusilado el 24 de octubre de 1940 en Paterna. Hoy, a los 70, de su madre sólo sabe que probablemente murió en el parto y que se llamaba Remedios.

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