EL MUNDO › OPINION.

La irlandización de Irak

Por Claudio Uriarte

El referéndum de ayer en Irak se parece un poco a la convocatoria realizada por un albacea testamentario. El albacea testamentario representa a Estados Unidos, y los convocados son los tres hermanos –y herederos legítimos– del millonario que ya prevé su deceso. A dos de ellos –las comunidades chiíta, del sur de Irak, y kurda, del norte– el albacea les pregunta: “¿Aceptan ustedes, bajo las bondades del sistema federalista, quedarse con todos los pozos petroleros del millonario (que incidentalmente quedan bajo sus suelos)?”. Los aludidos, como es lógico, asienten con entusiasmo. Entonces el albacea, volviéndose hacia el tercer convocado –la comunidad sunnita, del centro del país– y en un tono marcadamente menos ceremonioso, le dice: “¿Acepta usted, que no tiene ninguna riqueza petrolera, aspirar siquiera a alguna clase de lugar en el Irak que viene, o prefiere quedarse encerrado en un ciclo de violencia y represalias donde sus chicos ni siquiera podrán salir a la calle?”.
O el referéndum podría ser abordado tal vez de otra manera. Hay que recordar que los sunnitas representan el 20 por ciento de la población, los chiítas el 60 y los kurdos un 20, con el resto disperso entre otras comunidades. En una fantástica inversión de las conductas imperialistas clásicas, Estados Unidos suprimió el monopolio del poder que sus predecesores británicos habían otorgado a la minoría sunnita, para promover este referéndum constitucional federalista y democrático donde un hombre es igual a un voto, y un metro cuadrado de territorio a tantos barriles de petróleo. En este esquema, una victoria del “Sí” parece inevitable. El nivel de participación (ayer se hablaba del 61 por ciento) lo garantiza. Pero también se fue a votar en áreas sunnitas, lo que admite varias lecturas. Una, la más elemental: a los iraquíes, después de un cuarto de siglo de dictadura genocida de Saddam Hussein, y de dos años hiperviolentos de ocupación estadounidense, les gusta votar. Otra: el apoyo del Partido Islámico Iraquí, de filiación sunnita, a la Constitución, en el entendimiento con Estados Unidos de que es mejor subirse al tren antes de que parta y negociar el reparto de víveres y camarotes una vez que salga a quedarse varado en el andén y rodeado de un lote indeseable de “combatientes extranjeros” de Al Qaida a quienes nada les interesan los sunnitas laicos de Irak y mucho su autopromoción como puntas de lanza de un nuevo Califato mediooriental. Una tercera: votar por el “No”, en la esperanza –que ahora parece improbable– de que los “noes” de dos tercios de los votantes en tres provincias anulen la Constitución, en cuyo caso todo el proceso debería empezar de nuevo.
De esto puede deducirse que el referéndum de ayer, sean cuales fueren sus resultados, fue un éxito en correr el eje de los acontecimientos en Irak de la violencia a la política. Esto, desde luego, era previsible: la mayoría de la gente puede vivir una revolución, pero la mayoría de la gente no puede vivir una revolución permanente. En este sentido, la estrategia de la resistencia ha sido menos política que mediática: cinco coches bomba ganan mucho más espacio de cobertura televisiva que los problemas de los iraquíes para conseguir trabajo. (O, para decirlo de otro modo, los iraquíes están mucho menos preocupados por la pureza islámica de su sistema legislativo que por los cortes intermitentes del agua, el gas y la electricidad, o por el coche bomba que les van a estallar en el cuerpo mientras ellos están haciendo cola para conseguir empleo en una comisaría de las “nuevas fuerzas de seguridad iraquíes”. Y, como cualquiera puede entender, nadie se vuelve un atacante suicida porque esa mañana le faltó el agua.)
Pero los hechos de ayer no significan un fin de la violencia. Detrás del 40 por ciento que no votó existe un núcleo irreductible y duro que seguirá golpeando. Esto no es inusual, ni siquiera dentro de democracias establecidas. La ETA vasca es una minoría insignificante en España, y representa a sólo un 16 por ciento del padrón electoral en el País Vasco. El católico IRA irlandés también es una minoría en Irlanda del Norte, mayoritariamente protestante. En ambos casos, estos grupos violentos encontraron vías de representación política de sus reclamos. Desprestigiado por tres décadas de violencia, el IRA abandonó las armas este año. La ETA, con su capacidad militar muy disminuida, mandó señales de que estaba dispuesta a hacer lo mismo. En este sentido, no es imposible una “irlandización” de la resistencia iraquí. Al Qaida, con sus ataques indiscriminados contra civiles, puede estar precipitando precisamente esto. Sería un triunfo de corto plazo para Estados Unidos, que sin embargo deberá enfrentar un peligro de más largo alcance: un Irak chiíta cada vez más cercano a las políticas de sus ayatolas hermanos de Irán.

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Zalmai Khalilzad, embajador de EE.UU., con un jeque en Faluja.
 
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