EL MUNDO › OPINION

La línea de descontrol

Por Claudio Uriarte

¿Fundamentalismo islámico o atentados de imitación? Los responsables de las atrocidades de ayer pudieron haber sido varios, pero dos datos parecen circunscribir el primer radio de sospechosos al fundamentalismo islámico: la puesta en la línea de mira de turistas y consumidores previamente a las fiestas de Dilawi y de Eid, las mayores de las comunidades hindú y musulmana, respectivamente, y el grado de sincronización de los cuatro ataques, que ocurrieron todos en mercados atestados en el plazo de una hora. La primera característica ha estado presente en todas las últimas apariciones de Al Qaida en Irak, con el aparente propósito de desatar una guerra intersectaria entre chiítas y sunnitas; la segunda ha sido la marca de fábrica de las operaciones de la red desde su mismo estreno en sociedad, en los años ’90. Pero también pudo haberse tratado de atentados de imitación, un poco al modo en que la aparición de un asesino serial talentoso y de ingenio genera o bien discípulos enamorados de sus métodos (los dos últimos crímenes de Jack el Destripador son considerados, en efecto, como falsificaciones) o bien oportunistas deseosos de embarrar las pistas para que la policía confunda sus acciones con las de algún otro.
En cualquier caso, el objetivo es sembrar inestabilidad, confusión y odio entre dos comunidades (la hindú y la musulmana) con el trasfondo de la disputa por la región fronteriza de Kashmir entre la India, mayoritariamente hindú, y el Pakistán, mayoritariamente musulmán. Dentro de esto, dos ejes naturales de las sospechas son los grupos fundamentalistas musulmanes Loskar-i-Toiba y Jaish-i-Mohammed, que los especialistas consideran como los únicos de esa filiación que tienen la capacidad de operar en la capital india, y que están desde hace tiempo dentro de la nebulosa de redes operativas horizontales de Al Qaida y sus estaciones asociadas. Desde su perspectiva, atacar justo antes de la festividad hindú de Dilawi tendría el sentido de aumentar la fricción entre hindúes y musulmanes para dinamitar así desde adentro el frágil proceso de paz indo-paquistaní iniciado en 2004, al que algunos grupos militantes (por lo que también debe leerse: sectores del establishment militar paquistaní) se oponen. Por eso, el gobierno militar de Pakistán fue el primero que salió a condenar los ataques, y luego abrió la frontera (“línea de control” es la expresión más técnica, y más exacta) entre los dos Kashmir para posibilitar la ayuda humanitaria tras el terremoto que causó más de 50.000 muertos en la parte paquistaní.
Pero el proceso es tortuoso. Pese a las repetidas declaraciones de buena voluntad del general Pervez Musharraf, y de las ya tediosas cumbres indopaquistaníes que comienzan o terminan con los dos jefes de Estado colgándose del cuello coronas de guirnaldas como si fueran grandes amigos (coronas fúnebres serían obsequios más apropiados para lo que realmente sienten), militantes fundamentalistas islámicos suelen cruzar regularmente la frontera de Pakistán para consumar ataques en la parte de Kashmir bajo control indio. India también ha acusado a Loskar-i-Toiba, basado en Pakistán, de un formidable ataque en 2001 contra la sede del Parlamento en Nueva Delhi, y los dos países, que son potencias nucleares, estuvieron al borde de la guerra después que también acusara al ICI, un tenebroso servicio de inteligencia paquistaní que se parece más que nada a una puerta giratoria de terroristas y antiterroristas, de estar detrás del ataque.
De allí que el círculo de sospechosos termine cerrándose donde empezó. Analistas regionales también estiman que podría tratarse de la acción de extremistas indios vinculados a movimientos separatistas en el noreste; también hay una cantidad de grupos terroristas locales que incluyen a revolucionarios maoístas, pero en ambos casos parecen fuerzas demasiado débiles para operar a esta escala. Y si es cierto que el ataque del ómnibus de ayer ocurrió en un área mayormente musulmana, y que los ataques de los mercados también mataron a musulmanes que hacían sus compras de cara a las festividad musulmana Eid al-Fitr, que también son la semana que viene, la crónica reciente de Irak muestra que los afiliados de Al Qaida no hacen ascos a matar a los de su propia religión con tal de lograr sus blancos.
Lo de ayer en Nueva Dehli puede considerarse, entonces, la apertura de la patente operativa de Al Qaida al terreno del conflicto indo-paquistaní. Pakistán ya jugaba como retaguardia de Al Qaida en relación a otros países; ahora, la apuesta sube. Y las hipótesis de fundamentalismo islámico y atentados de imitación terminan resultando, en el fondo, confluyentes.

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