EL PAíS › OPINION

Los insaciables

 Por Eduardo Aliverti

Los signos son muy contradictorios, o eso parece. Se fueron encima “el campo” y los frigoríficos, falta combustible, se reconoce oficialmente la suba de precios de los alimentos y se le contesta con nuevas leyes de control, las declaraciones son cada día más calientes. En el otro rincón, las reservas del Banco Central alcanzaron el record histórico con más de 50 mil millones de dólares, la economía creció en enero en números más grandes que los chinos y el desempleo es el menor de los últimos 15 años. Algo no funciona. O, muy al revés, funciona bien, pero algunos actores sociales interpretan lo contrario; y el Gobierno los aprovecha para, a falta de oposición política, seguir inventando/generando/aprovechando un enemigo, en una batalla que –para el propio Gobierno– se sabe cómo empieza, pero no cómo termina.

Ordenemos. En 2001/2002, cuando se pesificaron las deudas so pena de que no se cobraran más, el Estado se hizo presente para salvarles la ropa a bancos y grupos concentrados mediante una serie de instrumentos financieros. “El Estado” quiere decir que toda la sociedad “financió” a las clases privilegiadas, para que pudieran “recuperarse” de su propio festín durante el sultanato menemista. Lo más probable es que el sistema, en términos globales, ya tuviera descontado lo que en algún momento le saldría la orgía de estas pampas. Pero no viene al caso. Lo concreto es que, por vía de la devaluación más grande de la historia del mundo (o sea, un sinceramiento acorde con el festín), la economía argentina empezó a recuperarse. Fue ayudada por el precio internacional de las materias primas agrarias, con los chinos a la cabeza incorporándose a una revolución alimentaria que nutriera su necesidad de mano de obra. El Estado argentino aprovechó la volada para acumular divisas, permitir el despegue de los grandes conglomerados exportadores en una economía extranjerizada, e inyectar liquidez para favorecer el consumo. Entran divisas, suben las reservas y el crecimiento de los pesos circulantes aumenta la capacidad de consumo.

El problema, igual de claro, es que esa reactivación –producto de factores que no son sólo económicos sino también ¿y fundamentalmente? políticos y culturales– va más rápido que el desquicio dejado por el remate del país durante la rata. La recuperación es más ligera que la infraestructura productiva capaz de sostenerla. Y entonces empiezan a dividirse las aguas entre los unos, que vuelven a decir que los dejen hacer y que hay que “abrir” la economía para atraer inversiones y que la copa derrame desde el exceso de los ricos; y los otros, el Gobierno, que dice que ya que están levantándola en pala, bajo protección del propio Gobierno, se aguanten alguna apropiación de la (su) renta para controlar el conflicto social. Los dos, los unos y los otros, pertenecen o representan a la misma clase. Pero el choque por la tasa de ganancia es inevitable, en tanto los unos sólo quieren ganar más; y los otros tienen que administrar políticamente la apetencia de los unos, manteniendo a la vez una base de consenso popular. La “sojización” acurruca al “campo” en el Paraíso y se quejan de lo que les retiene el Estado, como si eso les perjudicase gravemente la fiesta más espectacular de su historia. No están dispuestos a resignar nada de nada. En 2001/2002 pedían a gritos el salvataje del Estado; y apenas volvieron a las grandes mordidas le piden al Estado que se retire para producir un “círculo virtuoso” en el que todo lo determine el Mercado, que son ellos.

Bajo extorsiones de este tamaño se termina prefiriendo el pistolerismo de Guillermo Moreno antes que las pretensiones de estos tipos. Pero el detalle, el inmenso detalle, es que no parece que el Gobierno esté amparándose en un modelo socialmente inclusivo y expansivo, de largo aliento, capaz de soportar con total seguridad los embates de esto que históricamente se llamó “la oligarquía” y que hoy mutó al “mercado”, por obra de la victoria cultural de la derecha. No hay visos firmes de que el Gobierno avance contra la fenomenal concentración de la economía en muy pocos emporios, entre los cuales brillan en particular las cadenas agroalimentarias a las que, en definitiva, las dichosas retenciones no les producen más que la molestia de trasladarlas a los precios. Quienes sí resultan afectados son los pequeños productores. El Gobierno es ingenioso y es peronista, nada menos. Articula con la burocracia sindical, ejerce liderazgo y muestra gestos y actitudes que cooptan por izquierda. ¿Le alcanzará eso para terminar controlando a estos perros rabiosos que no se sacian nunca? Uno de los órganos periodísticos del establishment, frente a los presuntos superpoderes conferidos por ley (¿otra más?) al Estado para intervenir en las cadenas de comercialización, se permitió decir en portada que esto recuerda al Perón de los ’50. Habría que verlo, a ese apunte, desde una óptica que contemplara la “realidad realmente existente”. Los grandes grupos de la burguesía fueron principales beneficiarios del populismo peronista al que denostaron. El peronismo les cuidó sus intereses, aunque no tanto como ellos querían porque, repitamos, el capital no se satisface nunca y suele no entender de necesidades políticas (sí en los países “centrales”, que descargan sus dientes en los subdesarrollados). Vamos: Perón representaba los intereses del capitalismo, era un conservador, pero aún así terminaron volteándolo por derecha.

Guardando distancias de todo tipo, el kirchnerismo se enfrenta hoy con los mismos contendientes, reales y simbólicos, que enfrentaron los peronistas cada vez que se corrieron hacia izquierda. Entendámonos: hacia la izquierda quiere decir, apenas o nada menos, tener alguna intención distributiva de la riqueza y ejecutarla módicamente. Si los K quieren agudizar o afectar algunas de las contradicciones de los intereses de clase que representan, en aras de su declamado “capitalismo nacional”, deberían ir a fondo contra los adversarios “internos”. Pero la garantía de eso es la confianza popular y la incorporación al proceso productivo de muchos y nuevos actores, y no sólo pegar cuatro gritos a ver quién la tiene más larga.

Hay el riesgo de que se queden sin el pan y sin la torta: ni afirmados como conservadores, ni afirmados hacia la izquierda. Ese fue el dato que tumbó a Perón. Los tiempos cambiaron, naturalmente. Los insaciables, no.

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