EL PAíS › OPINION

Triunfo sojero y nuevo escenario político

 Por Edgardo Mocca

Una corriente de opinión ampliamente predominante en los medios de comunicación y muy influyente entre los analistas políticos tiende a interpretar los conflictos políticos nacionales de estos últimos años en términos de estilos y procedimientos institucionales. La constelación de analistas que tienden a pensar la política en un vacío de intereses, valores y actores colectivos no se limita, como podría suponerse, al territorio del neoliberalismo. Por el contrario, la crítica a los determinismos economicistas por parte de segmentos del pensamiento progresista ha devenido negación de los vínculos de la política con el ambiente en el que se desarrolla, es decir con la economía, las prácticas sociales y la cultura.

Podría llamarse a este fenómeno en desarrollo la “doctrina del malentendido”. Los sectores sociales chocan, la política se “crispa” y florece el disenso porque no hay una comunicación cabal e inteligente de los puntos de vista en disputa. Todo a causa de la demagogia, el espíritu confrontativo y la obsesión ideológica del grupo gobernante. En esa clave fue obstinadamente interpretado el conflicto agrario que estremeció al país el año pasado y que fue un condicionante decisivo del nuevo escenario político consagrado por la reciente elección legislativa. Con más consulta, con más moderación, con más diálogo se podría haber subsanado el problema, se podrían haber cobijado en forma armoniosa las demandas del espectro ruralista, los precios internos de los productos alimenticios y la solvencia fiscal del Estado. La cuestión no es discutir si hubo o no errores en el manejo gubernamental del conflicto, lo que a esta altura parece indiscutible. De lo que se trata es de dilucidar si detrás de la dura puja alrededor de las retenciones móviles subyace o no la existencia de proyectos diferentes de país. El coro de apologistas de la moderación y el consenso lo niega sistemáticamente.

La derecha suele no hablar claro en la Argentina. Los procesos de reforma neoliberal de los años ’90 parecen no tener herederos políticos ni teóricos. Todos “quieren la redistribución”, aceptan la intervención del Estado “cuando es necesario”. Simplemente la oposición encarnizada al Gobierno se concentra en la “caja kirchnerista”, en el “saqueo” estatal de los recursos, en el manejo “poco republicano” de la cosa pública. Por eso es saludable cuando quienes expresan abiertamente los intereses de la “patria sojera” hablan claro. Como lo hace Héctor Huergo, en su nota para Clarín Rural del sábado 4 de julio. El editorialista abandona los sonsonetes de la corrección política sobre el “hegemonismo”, la falta de diálogo y otros hallazgos del análisis mediático-político de estos tiempos. Dice claramente que el 28 de junio “ganó la soja”. La llama “la Argentina verde y competitiva” o el soy power (poder de la soja). Se enternece con la “segunda revolución de las pampas” y pasa cuidadosa revista a los vínculos de los diferentes ganadores del 28 de junio con el campo. Para quien albergara dudas sobre el proyecto que alimenta el ensoberbecido comentario, dice que “la sociedad entiende que no se pueden atender las necesidades de los sectores postergados, representados por el eje Matanza-Riachuelo, expoliando al interior genuinamente productivo”.

Es de imaginar que semejante retórica incomodará a los bienpensantes que no creen que haya conflictos de fondo en la sociedad argentina y que todo se limita a la incorrección política del actual Gobierno. Hay que reconocer, sin embargo, que durante y después del conflicto agrario los sincericidios estuvieron a la orden del día. Como cuando el senador Urquía (que obtuvo su banca, hay que decirlo, de la mano de De Vido y de Jaime) dijo en la histórica sesión que debatió las retenciones móviles que “no es hora de distribuir la torta sino de asegurar que ésta crezca”. O como cuando Alfredo De Angeli sostenía inocentemente que federalismo significaba que a cada provincia le fueran restituidos los fondos que aportaba a la nación. Si, alentada por los éxitos, la lengua de la derecha se sigue soltando, sabremos finalmente en qué consiste su “proyecto alternativo”. Sabremos del regreso de la jerga que hablaban los tecnócratas de los organismos internacionales que calificaban como “inviables” a las provincias más pobres del país. Sabremos que la cuenca Matanza-Riachuelo pasará a ocupar excluyentemente el rubro “seguridad” de las políticas públicas. Terminaremos de comprender en qué consiste el generalizado rechazo del “clientelismo” que atraviesa el discurso del liberalismo de derecha (y no solamente de derecha).

El proyecto del soy power ha dado, efectivamente, un gran paso adelante el último 28 de junio. Para convencerse de ello no hay más que ver la ceremonia de estos días en la que la Mesa de Enlace coordina virtualmente y les “baja línea” a las principales fuerzas de oposición. Una de las armas más eficaces para su triunfo fue la capacidad de retacear el debate de fondo, sobre la base de la discusión de formas y procedimientos. Y otra de sus herramientas ganadoras fue la obcecación del Gobierno, su incapacidad para reconocer errores, insuficiencias y depurarse de figuras y figuritas que poco tienen que ver con un proceso de reestructuración productiva e igualdad social. La elección plasma en los números comiciales un cambio de relación de fuerzas que ya se había producido en la vida de la sociedad.

Hoy asistimos a un escenario de conflicto de legitimidades, más o menos característico de los regímenes presidencialistas. Una presidenta y un Congreso, ambos elegidos por el pueblo, que expresan fuerzas y horizontes políticos diversos. Los cambios que ayer no se hicieron para no revelar flaquezas se tienen que hacer hoy en condiciones, ahora sí, de manifiesta debilidad. Hay quienes creen que todo debe ser sacrificado en el altar de las convicciones. Según esta mirada, solamente tiene sentido gobernar si se puede hacer lo que la propia conciencia dicta; no habría nada que negociar ni nada que hacer para recuperar la confianza de amplios sectores medios y también populares. Es decir, doblar la apuesta e ir a “todo o nada”. Ese idealismo adolescente parece no tener errores que reconocer ni líneas para rectificar. Repudia la supuesta traición de la estructura del PJ pero se niega a comprender la razón por la cual hubo necesidad de refugiarse en esa estructura para tener chances electorales. Se niega también a pensar cuál es la fuerza electoral real de esa convocatoria al “todo o nada” o del cálculo de “cuanto peor, mejor”.

La derecha ha ganado una batalla muy importante. Se siente en condiciones de exigir la capitulación total del Gobierno. Y concibe esa derrota como un escarmiento de largo alcance a cualquier intento de desafiar a los poderes fácticos. La cuestión central hoy no es fantasear con “contraofensivas” de grupos estructuralmente minoritarios sino restablecer pisos de credibilidad política que permitan reencarrilar la escena política y aislar a las fuerzas minoritarias encolumnadas detrás de las provocaciones destituyentes que otro ataque de sinceridad puso en boca del jefe de la Sociedad Rural. Para lograrlo es necesario ampliar la base de sustentación del Gobierno haciendo que el diálogo abierto sea realmente efectivo y operativo. La defensa de lo indefendible es un pobre aporte a la difícil búsqueda de un horizonte para el futuro del país que no sea la larga hegemonía del soy power.

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Imagen: Alejandro Elias
 
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