EL PAíS

Maquinaciones

 Por J. M. Pasquini Durán

La mayoría absoluta de las fracciones del movimiento piquetero, igual que buena parte del resto de la ciudadanía, es indiferente, apática o rechaza el actual proceso electoral, más aún los que reciben influencias de grupos o partidos de la izquierda extrema. Dado que algunas de estas organizaciones básicas han echado raíces en varias provincias, las de mayor conglomerado urbano, y en conjunto llegan a decenas de miles de votantes, era lógico que en algún momento serían objeto del deseo de quienes pretenden los premios gordos de la lotería electoral. En esta ocasión, sin embargo, no se trata de la típica cacería de votos, ya que si ese fuera el interés principal el mismo Gobierno buscaría edulcorar las relaciones en lugar de amenazar, como hicieron el presidente Eduardo Duhalde y la titular de Trabajo Graciela Camaño, con el progresivo “desmembramiento” del movimiento social. Los motivos últimos para esta agresividad hay que buscarlos fuera y dentro del país, además de la coyuntura particular de la competencia por la sucesión presidencial.
Los piqueteros, lo mismo que otras expresiones autonómicas de la sociedad (asambleas vecinales, cartoneros, y demás), merecen atención preferente de la prensa, de investigadores sociales y de académicos de todo el mundo, cada uno de los cuales les otorga diversos créditos, algunos hasta con exagerado entusiasmo, convirtiéndolos en arquetipos de la época, referencia y a la vez ejemplo para tantos castigados por la injusticia y librados a sus propias fuerzas. No es casual la creciente atracción de sus experiencias en los tres foros sociales de Porto Alegre. Pudo ser curiosidad primero, con la expectativa de un fenómeno transitorio, pero a medida que fue consolidando su organicidad, a pesar de la fragmentación tan típica del movimiento popular nacional, las miradas ajenas fueron cambiando, algunas con esperanza y otras con temor por sus presuntos efectos “anarquizantes”, fuera del control de los aparatos del sistema.
Entre las visiones preocupadas del exterior destacan las de los organismos multilaterales de crédito, aunque ninguno de ellos lo haya puesto por escrito en documentos públicos, sobre todo los que aportan fondos que se aplican a financiar el asistencialismo social. Acostumbrados a que en porcentajes diversos los intermediarios, funcionarios y políticos aparten algunas cantidades para uso de las cajas negras que financian la política o la fortuna personal de los administradores, los financistas temen que las cúpulas de los piqueteros repitan el método. Sería una paradoja insoportable para ellos que terminen aportando a los movimientos sociales que los combaten. La señora Camaño de Barrionuevo no tuvo empacho en repetir esos temores en voz alta, como si fueran cosa juzgada, aunque no presentó una sola prueba concreta de semejantes acusaciones. El máximo referente de la Corriente Clasista y Combativa, Juan Carlos Alderete, con buen tino, no quiso poner las manos en el fuego por nadie pero exigió, con todo derecho, que las denuncias oficiales, en lugar de generalizar, expongan con detalle a los supuestos corruptos, sean personas o entidades.
A ver si queda claro: no es que la moral del movimiento desvele a financistas y gobernantes. Casi todos permitirían el latrocinio, incluso el soborno y la extorsión, si pudieran disciplinar al movimiento como lo hicieron con los sindicatos subordinados al Estado. No siendo así, la preocupación no es ética sino política: evitar que este tipo de organizaciones adquieran el vigor suficiente para incidir de verdad en las decisiones del Estado, además de luchar por la subsistencia. No hace falta mucho análisis para comprobar que los piquetes han ganado la calle, con una capacidad de movilización masiva de que muy pocos disponen, hasta el punto que hoy la lucha social los tiene casi de protagonistas exclusivos. Las dos CGT y en menor medida la CTA porque alberga a la Federación de Tierra y Vivienda (FTV), una de las más extendidas en el país en su rama,han cedido la iniciativa por completo. ¿Cuánto hace que ninguna de las dos CGT aparecen a la cabeza de la protesta popular?
También los punteros de partido y caudillos locales, en barrios suburbanos de alta densidad de población, han tenido que ceder espacios que antes monopolizaban. Allí donde han aparecido las organizaciones de base, las familias necesitadas prefieren acudir en busca de auxilio a estos nuevos interlocutores, en vez de quedar entrampados en el clientelismo partidario tradicional. Sin mencionar las tareas comunitarias que promueven los movimientos sociales para mejorar la calidad de vida en sus áreas de influencia y que las familias que los integran adquieren un sentido de pertenencia que hace rato han dejado de ofrecer los partidos tradicionales, a medida que sus burocracias dirigentes se han divorciado de las propias bases. El canibalismo político exacerbado utiliza a los votantes con absoluto desdén por sus necesidades y sentimientos. Encima, las clientelas cautivas se están alejando atraídas por la oferta de novedades. Todavía, sin embargo, los aparatos políticos tradicionales manejan el noventa por ciento de los fondos para la asistencia social. Otra vez: es asunto de política, en su amplia acepción, no de porcentajes. Para el pensamiento de la derecha, que Ricardo López Murphy suele expresar con propiedad, la pobreza es una hipótesis de conflicto que debería considerarse en las políticas de seguridad antes que en las económico-sociales. Para fijar puntos de referencia fáciles de visualizar, los movimientos sociales expresan la tendencia que simbólicamente refleja la victoria electoral del metalúrgico Lula da Silva, mientras que la línea conservadora puede equipararse a las propuestas del presidente Alvaro Uribe en Colombia, que reclama la presencia de los marines norteamericanos para aniquilar a los insurgentes en ese país. El gobierno transitorio de Duhalde oscila entre la demagogia populista y las proposiciones represivas de la derecha liberal, según tenga que conformar a sus propias ambiciones electorales o a los prestamistas internacionales. Ninguna está cerrada a cal y canto, pero las dos permanecen latentes, con los consiguientes riesgos de cada una para el futuro de la república democrática.
Sería auspicioso, por cierto, que el presidente Duhalde tuviera razón y el movimiento social tratara de incidir en el proceso electoral, pero no es el caso por ahora. Incluso las fuerzas de izquierda que suelen acompañarlo, con las excepciones que confirman la regla, suelen estar ensimismadas en otro tipo de reflexiones político-ideológicas. Al solo efecto de ejemplificar esta tendencia, podría citarse la respuesta esta semana de la llamada “izquierda nacional” al “Partido Comunista Revolucionario” (PCR) acerca de lo que califica “algunas cuestiones de capital importancia”. En resumen, discrepa con la caracterización del PCR sobre el período posterior al 19/20 de diciembre 2001, según la cual “en el país existe una situación revolucionaria que puede desembocar en una situación revolucionaria directa”.
La lectura de la réplica permite descubrir que esta “izquierda nacional” también descree de los temores de la derecha acerca del movimiento social. Dice: “Las asambleas barriales están mayoritariamente constituidas por la clase media y esa clase no está en condiciones de conquistar una posición autónoma”. Y agrega: “El movimiento piquetero ha establecido una importante línea de resistencia y es de capital importancia la organización de un movimiento de desocupados. Sin embargo, el corte de rutas no es lo mismo que la ocupación de fábricas; afectar al capital en la esfera de la circulación es importante, pero no tiene el impacto estructural que significa atacar al capital en la esfera de la reproducción”.
En tanto estos círculos evacuan asuntos doctrinarios de semejante envergadura, queda para los ciudadanos del común encontrar las respuestas a otras cuestiones, como la redención de la democracia mediante lajusticia social, combatir el hambre y el desempleo, garantizar la igualdad de oportunidades o recuperar las instituciones que deberían representar los intereses populares. A lo mejor estos esfuerzos son vanos, porque antes llega la revolución y se hace cargo del destino nacional. ¿Será así? Por si las moscas, mejor que por ahora nadie baje los brazos y siga demandando la satisfacción de sus urgentes necesidades, sin desvíos retóricos, manipulaciones electoralistas o maquinaciones represivas.

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